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EL CUENTOMETRO DE MORT CINDER

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500 •  UN EJEMPLO MANIFIESTO

 

Miércoles, 7 de mayo de 2003

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Tapa de MORT CINDER, edición restaurada de Planeta-DeAgostini - 2002

Miro hacia atrás y me cuesta creer que hubo un tiempo sin Mort Cinder... (del episodio “Los ojos de plomo”)

A lo largo de la historia de la historieta, Argentina ha aportado un buen número de esas obras que bien podríamos considerar como modélicas o, hablando en plata, clásicas; de esas que, transcendiendo los límites de su propia naturaleza, han acabado por convertirse en referencia directa, en lectura obligatoria, en punto de partida permanente tanto para lectores ávidos de respuestas, como para creadores faltos de preguntas a la hora de enfrentarse al oficio del día a día. Y esto no ha sido fruto de la casualidad. Durante los sesenta, en la Argentina se fraguó un movimiento artístico, dentro del seno de una industria por aquel entonces floreciente, que introdujo en los “simples” productos de consumo destinados a las “masas”, y que daban de comer así a sus autores, intenciones de superación o pretensiones de trascendencia que, por natura, se enfrentaban a sus propios límites como género popular y de subsistencia (bien sabido por todos que las super ventas sólo se consiguen dejando en el camino todo lastre que no sea el estrictamente comercial). Pero no nos confundamos; no es que aparecieran de repente obras de “autor”, definición odiosa porque de autor son todas, si no que se dio una evolución natural que llevó a ciertos tebeos de ser, un muestrario de buen hacer, de oficio bien hecho, a convertirse en objetos no ya personales si no con personalidad propia. Un proceso que se explica sólo con el paso a una hipotética, porque hablamos de cosas intangibles, madurez.

Si comparamos las historietas de este periodo con las de la década anterior podremos observar como el tono, los personajes, los medios narrativos y la puesta en escena no ha cambiado nada. Es lógico si tenemos en cuenta que entre los autores no ha habido relevo generacional, e incluso la mayoría se encuentran en su cenit; en cuanto a la industria, las empresas editoriales conservan intactas sus áreas  de poder; y en lo relativo a los formatos, las revistas de historietas son el modelo vigente e indiscutible. Todos, son los mismos. Pero, ni un hálito de ingenuidad e inocencia rodea ya  estos tebeos, ni los héroes son tan rectos (o si lo son al menos se preguntan el por qué dando fe de cierto existencialismo de andar por casa), ni la forma guarda con tanta pulcritud el rigor y respecto a los cánones clásicos en aras de ligeras concesiones a la  experimentación, ni los lectores van a seguir siendo los mismos niños a los que antes se satisfacía con tanta facilidad únicamente recurriendo a las reglas de la fantasía. En definitiva, las bases de la historieta moderna, que no por ello actual.

No será aquí donde nos extendamos en hablar de las influencias y tendencias que despertaron los autores argentinos de esta generación, aunque nunca este de más insistir en que fueron ellos, junto a sus más directos herederos (los historietistas argentinos de los setenta como Altuna, Muñoz, Trillo, Giménez...), quienes conformaron buena parte del cómic adulto que impero desde finales de los setenta en medio mundo, pues no es la materia de este artículo. Nuestra pretensión será de raíz contraria ya que centrará única y exclusivamente nuestra visión crítica en el origen de este modo particular de hacer y concebir el medio que conjugó a partes iguales lo comercial con lo artístico, lo consciente colectivo con lo lírico personal, lo posible con lo imposible, en la emergente, de nuevo hoy, figura de Mort Cinder.

JAVIER MORA BORDEL