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296 • ORIENTE PRÓXIMO

 

Martes, 3 de septiembre de 2002

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La Primera Guerra Mundial marca el inicio de la conflictividad en Oriente Próximo, cuando las potencias se reparten los territorios del Imperio Otomano. Los mandatos europeos, la descolonización, el nacimiento del Estado de Israel, su interés estratégico para Occidente y la carga simbólica de Palestina crean el polvorín en el que se ha convertido la región.

Desde el siglo XV hasta principios del XX, Palestina, poblada por tribus nómadas de religión musulmana, forma parte del Imperio Otomano. Aunque el pueblo judío siempre había soñado con el retorno a la tierra prometida, es a finales del siglo XIX cuando la utopía toma cuerpo con el nacimiento del Sionismo. En 1896, el periodista Theodor Herzl publica Der Judensataat, piedra angular del movimiento sionista, en el que aboga por la creación de un Estado judío en Palestina o en Argentina, país que el primer Congreso Sionista descarta al año siguiente.

Durante la I Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano participa al lado del austro-húngaro, Francia y Gran Bretaña firman el acuerdo Sykes-Picot por el que se reparten la región y Palestina queda bajo control británico, traicionando las promesas de emancipación hechas a los árabes a cambio de su colaboración en la lucha contra los turcos. En 1917, el ministro de Asuntos Exteriores británico, lord Balfour, envía una carta al barón Edmond de Rotschild, líder del movimiento sionista (cuya banca comienza a sufragar la emigración hebrea a Palestina), en la que le transmite el beneplácito de su Gobierno a la pretensión de fundar un “hogar nacional judío” en Palestina.

En 1919, el primer Congreso Nacional Palestino manda dos memorandos a Versalles, donde se estaban discutiendo las condiciones de la paz, en los que exige la independencia. Tres años después, la Sociedad de Naciones ratifica el mandato de Gran Bretaña sobre Palestina.

En esta época se fragua el enfrentamiento entre la comunidad judía y la palestina, ante el acoso de las sucesivas inmigraciones judías y la desigualdad entre su economía de subsistencia y el poder económico de los recién llegados. La tensión desemboca en revueltas y actos terroristas, acentuada por los procesos de independencia que dejan a Palestina como el único territorio del antiguo Imperio sin emancipar.

Londres trata de controlar la situación poniendo coto a la oleada de inmigrantes, que pasa a ser ilegal. Entonces estalla la II Guerra Mundial y los judíos, ante la amenaza nazi, se refugian en Tierra Santa. El problema, lejos de atenuarse, se vuelve incontrolable al final de la guerra y Gran Bretaña deja la cuestión palestina en manos de las Naciones Unidas que el 29 de noviembre de 1947 (día bautizado de la catástrofe o Nakba por los palestinos), la Asamblea General de la ONU acuerda la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe y declara internacional Jerusalén.

El 14 de mayo de 1948, horas antes de que concluya el mandato de Gran Bretaña y comience el repliegue de sus tropas, el jefe del Gobierno provisional, David Ben Gurión proclama el Estado de Israel y lanza una violenta ofensiva contra los palestinos, que se ven forzados al éxodo, lo que desencadena la primera de las guerras árabe-israelíes.


De un trabajo original publicado por Diario EL PAIS Madrid