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109 • DEL NUEVO ÍDOLO

 

Jueves, 27 de diciembre de 2001

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Libertad musulman Aún hay en alguna parte pueblos y rebaños; pero no entre nosotros, hermanos míos; entre nosotros hay Estados. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Vamos! Abrid los oídos, porque voy a hablaros de la muerte de los pueblos.
Estado se llama al más frío de los monstruos. Miente también fríamente, y he aquí la mentira rastrera que sale de su boca: "Yo, el Estado, soy el Pueblo".
¡Es una mentira! Los que crearon los pueblos y suspendieron sobre ellos una fe y un amor, esos eran creadores: servían a la vida.
Los que ponen lazos para el gran número y llaman a eso un Estado, son destructores: suspenden por encima de ellos una espada y cien apetitos.
Donde aún hay pueblo no se comprende el Estado y se le detesta como a los malos ojos, como una transgresión de las costumbres y de las leyes.
Yo os doy este signo: cada pueblo habla una lengua del bien y del mal; mal, que el vecino no comprende. Se ha inventado su lengua para sus costumbres y sus leyes.
Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y en cuanto dice, miente; y cuanto tiene, lo ha robado.
Todo es falso en él; muerde, el muy arisco, con dientes robados. Hasta sus entrañas son falsas.
Una confusión de las lenguas del bien y del mal: os doy ese signo como el signo del Estado. A la verdad, lo que indica ese signo es la voluntad de la muerte: está llamando a los predicadores de la muerte.
Vienen al mundo demasiados hombres; ¡para los superfluos se inventó el Estado!
¡Ved cómo atrae a los superfluos! ¡Cómo se los engulle, cómo los masca y remasca!
"En la tierra no hay nada más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios" —así brama el monstruo. ¡Y no son sólo los que tienen orejas largas y vista corta los que caen de rodillas! ¡Ay! ¡también en vosotras, almas grandes, murmura sus sombrías mentiras! ¡Ay! ¡él adivina los corazones ricos que gustan prodigarse!
Sí; os adivina a vosotros también, vencedores del antiguo Dios. ¡Salisteis rendidos del combate, y ahora vuestra fatiga sirve aún al nuevo ídolo!
Él quisiera colocar en torno suyo héroes y hombres de respeto. A ese frío monstruo le gusta calentarse al sol de la pura conciencia.
A vosotros quiere dároslo todo, si le adoráis. Así compra el brillo de vuestra virtud y la altiva mirada de vuestros ojos.
¡Con vosotros quiere atraer a los superfluos! Sí: ha inventado con eso una artimaña infernal, un corcel de la muerte, enjaezado con el adorno relumbrante de los honores divinos.
¡Sí: ha inventado para el gran número una muerte que se precia de ser la vida, una servidumbre a medida del deseo de todos los predicadores de la muerte!
El Estado es donde todos beben veneno, los buenos y los malos; donde todos se pierden a sí mismos, los buenos y los malos; donde el lento suicidio de todos se llama "la vida".
¡Ved, pues, esos superfluos! Roban las obras de los inventores y los tesoros de los sabios; llaman civilización a su latrocinio, y todo se les vuelve enfermedades y reveses.
¡Ved, pues, esos superfluos! Siempre están enfermos; echan la bilis, y llaman a eso periódicos. Se devoran, y no pueden digerirse siquiera.
¡Ved, pues, esos superfluos! Adquieren riquezas y se hacen más pobres. ¡Quieren el poder esos impotentes, y ante todo, la palanca del poder: mucho dinero!
¡Ved trepar a esos ágiles monos! Trepan los unos sobre los otros y se arrastran así al cieno y al abismo.
Todos quieren acercarse al trono: es su locura -¡ como si la felicidad estuviese en el trono!- frecuentemente el cieno está en el trono y frecuentemente el trono está en el cieno.
Para mí todos ellos son locos y monos trepadores y bullidores. Su ídolo, ese frío monstruo, huele mal; todos ellos, ésos idólatras, huelen mal.
¡Hermanos míos, queréis, pues, ahogaros en la exhalación de sus bocas y de sus apetitos! Antes que eso, ¡romped las ventanas y saltad al aire libre!
¡Evitad el mal olor! Alejaos de la idolatría de los superfluos.
¡Evitad el mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!
Aún ahora es libre el mundo para las almas grandes. Para los que viven solitarios o entre dos aún hay vacantes muchos sitios, donde se aspira el olor de los mares silenciosos.
Aún tienen abierta una vida libre las almas grandes. En verdad, quien poco posee, tanto menos es poseído. ¡Bendita sea la pequeña pobreza!
Allá en donde acaba el Estado, empieza el hombre que no es superfluo; allí empieza el canto de los que son necesarios, la melodía única e insustituible.
Allá, en donde acaba el Estado... ¡mirad, hermano míos! ¿No veis el arco iris y el puente del Superhombre?

FRIEDRICH NIETZSCHE • Así hablaba Zaratustra (1900)