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998 • ELEGANCIA

 

Martes, 11 de enero de 2005

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En Londres, donde vivía exiliado con su hija, el príncipe anarquista ruso Kropotkin le preguntó al pedagogo José Castillejo:
- ¿Por qué trae usted tantos jóvenes españoles a educarse en Inglaterra?
Castillejo, que era director de la Junta de Ampliación de Estudios de la Institución Libre de Enseñanza, le contestó:
- Para tratar de que se parezcan a los caballeros británicos.
El príncipe anarquista comentó con una sonrisa irónica:
- Ah, claro está, ahora me explico la impresión que me causaron en mis viajes en ferrocarriles lentos y sucios por España los pobres aldeanos que nos ofrecían con tanta naturalidad sus viandas a la hora de comer y ayudaban a mi hija a descender del tren tomándola delicadamente por la cintura. Yo no podía imaginar que aquellos viajeros estuvieran educados en Oxford y en Cambridge.
El viejo historiador Ramón Carande, que había presenciado este diálogo en 1914, me contó:
- Éramos demasiado elitistas, aunque yo entonces tenía alguna falta de modales, como demostré en una mesa rodeado de ancianas aristócratas y de un par de lores ingleses, anfitriones y amigos de Castillejo. Durante la comida, sin saber qué hacía, incrusté con el tenedor un trozo de pan en el huevo escalfado. El huevo no se quejó en absoluto, pero a mi alrededor se produjo un silencio sepulcral y me miraron todos con ojos como platos.

Los intelectuales españoles han sido siempre muy exclusivistas. En su tiempo Ortega y Azaña se odiaban públicamente, pero ambos coincidían en su capacidad de desprecio hacia el pueblo. El mundo ha cambiado: aquella estirpe de caballeros y de aldeanos ya no existe. Hoy Inglaterra exporta manadas de hooligans que compiten con el ganado cabrío y muchos de aquellos finos británicos ahora eructan cerveza por las orejas.

Por otro lado, bajo el cúmulo de basura que se ha establecido en la política y en la moral de nuestro país, han desaparecido también aquellas figuras cuya alma poseía una profunda educación natural: el pastor solitario que se alimentaba de horizontes, el labriego sentencioso, el viejo marinero curtido por varios naufragios, los hidalgos arruinados y llenos de honor sentados en las raídas butacas en sus casas solariegas. Sólo aquellos personajes serían capaces hoy de tomar por la cintura a la hija de un príncipe anarquista con una delicada elegancia. Los intelectuales de aquel tiempo los despreciaban, pero si ahora aquellos aldeanos vivieran, no todo estaría perdido en esta sociedad encanallada.

MANUEL VICENT
Diario El País - Madrid - 10-10-04
Colaboración E. Demitrio