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947 • ANHEDONIA

Lunes, 1 de noviembre de 2004

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El tiempo vuelve a pasar
pero no hay primavera en Anhedonia.
El tiempo vuelve a llorar
pero no hay primavera en Anhedonia.

Y aunque las luces son suaves
y el cine está aquí
no hay nada que hacer,
de noche no pasa nada
nada más que el tren.

Un ángel vuela en Paría
y un chico nace casi en Anhedonia
Está tan lejos de aquí
porque ella sólo vive en Anhedonia.

Ella hizo un pacto de sangre
a pesar de mí
No tengo que volver
sangre en la calle, calle
No hay que vivir así.

Porque antes que tu madre
mucho antes que el dolor.
El amor cambia tu sangre
Porque la noche es tan suave
y el tiempo feliz
no tengo que hacer maletas
no siento nada.

Canción de CHARLY GARCIA

Tras una vida vertiginosa, repleta de escollos salvados sin tregua, la licenciada y promisoria ejecutiva de ventas de una gran empresa, consumó inadvertidamente sus más acariciadas quimeras de triunfo. Fue inadvertido, porque el día que la ascendieron al sillón ambicionado, sintió algo que no pudo explicarse. Un sentimiento demasiado ajeno a su manera de ser, sanguínea y temperamental. Reaccionó con una cabal indiferencia. Las felicitaciones de compañeros y familiares le parecieron un guión de película donde la protagonista era otra. Todo fue muy distinto de lo que había imaginado. Solo pudo sentir anhedonia, es decir, la incapacidad de percibir satisfacción y placer.

Había sido una precoz luchadora, no se conformaba nunca con menos, si podía lograr más. Al salir de sus exámenes, solía decir que le había ido mal, para enterarse después que obtuvo la mejor nota. Cualquier discordancia con la perfección era inexcusable. Con ojos radiantes, afirmaba que su meta en la vida era triunfar por el mero hecho.

Con el tiempo se transformó en una corredora de fondo, obsesionada con la ilusión de alcanzar objetivos seriales, sin darse espacio para disfrutar del placer de obtenerlos. Interiorizó y apuntaló la creencia de que su valor personal estaba equiparado a sus logros. Al ir consiguiendo con facilidad todo lo que se proponía empezó a darse cuenta de que la diversión se terminaba al llegar a la meta. El triunfo se transmutó en pérdida. Se acabó el juego. La diversión se desvaneció bruscamente.

¿Y ahora qué? Se apoderó de ella la conciencia del vacío, la incapacidad de disfrutar de los laureles. Lo nunca imaginado, no le vio la gracia a su éxito y se hundió en depresión.

Su esfuerzo reflexivo la ayudó a entender que el proceso era la meta en sí misma y que podía ser mucho más divertido que el objetivo. Descubrió la conveniencia de deleitarse con la acción y prolongar el desarrollo de los acontecimientos previos a la consecución de los propósitos. Que el viaje es mejor que el destino. Que de un plan orientado a la caza de objetivos era preferible pasar a un énfasis en el proceso.

Dicen los sabios que cada persona tiene su propio cielo. Pero la búsqueda de este cielo a menudo está fuertemente contaminada por variables tóxicas que encubren nuestros profundos deseos. El encuentro con el éxito nos fuerza a un balance que en ocasiones puede ser desalentador y poner al desnudo la frustración por habernos equivocado de cielo al descubrir en carne propia la dolorosa evidencia de que la meta no nos aportó la armonía y la ventura ambicionadas y advertir entonces que se ha alcanzado la meta equivocada.

ISABEL LARRABURU
Colaboración EreSalud