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Miércoles, 1 de setiembre de 2004 |
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Si usted ha observado y conoce a los
monos, es probable que los considere una de
las especies más cínicas, sibilinas y retorcidas del reino animal. Pero
eso sería una injusticia. En los últimos años los biólogos se han llevado
abundantes sorpresas al estudiar la vida sexual de otros seres
irracionales. Para
muestra basta un botón: la monogamia, que practicaban supuestamente el 94
por ciento de los pájaros, ya no es tal. Análisis del ADN de los volátiles
han permitido verificar que un 30 por ciento de las crías que hay en un
nido no son hijos del macho que las alimenta. El tradicional concepto de que sólo los machos son promiscuos, se ha caído como un castillo de naipes. Por ejemplo, las aves conocidas como carboneros de capucha negra forman fieles parejas durante la etapa de apareamiento... dicen. La bióloga norteamericana Susan Smith ha descubierto que si la hembra ve que el macho elegido no cumple, se buscará otra compañía por su cuenta. ‘En el apareamiento, cuando las aves se juntan en parejas, una hembra insatisfecha se escapará de vez en cuando para una cópula extra con un macho mejor dotado’. Los mamíferos tampoco se quedan atrás; antes la ciencia ya estimaba que sólo un 4 por ciento de ellos llevaba una vida de pareja ejemplar. Pues ahora se sabe que fue un cálculo demasiado optimista. Y si no, que se la digan al alce hembra, que se aparea con varios novios al día. O la ardilla de Idaho, cuyo macho, consciente de la promiscuidad de su compañera, monta guardia en la madriguera para impedir que se vaya con cualquier privilegiado del bosque. Este "lamentable" comportamiento tiene su razón de ser, los sociobiólogos dicen, que el impulso más fuerte en cualquier criatura es el deseo de conservar su esencia genética particular. Todas las estrategias de apareamiento habrían ido evolucionando para conseguirlo con el mayor éxito. Un ejemplo de esto es el pez porta espada, pequeño habitante de ríos y lagos de América Central. Es de un hermoso color verde y cuenta con una especie de espada muy curiosa, de unos ocho centímetros de longitud, que surge de su cola. Los biólogos sospechaban que, hace milenios, esta espada era inexistente y que fue surgiendo en algunos ejemplares como un brillante adorno que los hacía más atractivos ante las hembras. Pero un reciente experimento ha sugerido que la preferencia de las hembras por las espadas no tiene nada que ver con la selección de los machos y que incluso precedió a la aparición de éstos. La bióloga Alexandra Basolo, de la Universidad de California, en Santa Bárbara, utilizó para probarlo un grupo de platis, un pariente de los porta espadas sin espada. Unió quirúrgicamente unos apéndices de plástico a varios machos; algunos de brillantes colores y otros transparentes, invisibles para las hembras. Estas prefirieron en todo momento a los machos con estoque coloreado. - Hay diversas explicaciones para esta preferencia - dice Basolo - una es que el apéndice les recuerde otra cosa, quizás algún alimento o un alga. O podrían preferir a los machos de mayor tamaño, y la espada las engañaría. | |
Colaboración G. Gómez |