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753 • ARQUERO ZEN

   

Viernes, 27 de febrero de 2004

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Si planteáramos a un practicante del tiro con arco en la modalidad olímpica la posibilidad de dar en el centro con un arco de diseño irregular. debiendo sostenerlo de una manera enormemente incómoda y sin mirar directamente al blanco, es casi seguro que recibiríamos como respuesta una mirada de incredulidad. Sin embargo, semejante proeza es algo perfectamente posible, e incluso habitual en el estilo de tiro con arco que cultivan los practicantes del budismo Zen, consiguiendo no sólo clavar la flecha en el centro del blanco, sino en ocasiones hacer saltar en pedazos otra flecha ya clavada en el mismo lugar.

La técnica empleada por los budistas Zen no tiene nada que ver con el tiro con arco entendido como deporte. Un arco Zen ni siquiera tiene el diseño de un arco convencional: mide aproximadamente un metro con ochenta centímetros, y está constituido por tiras de bambú encoladas. Pero el detalle más importante se encuentra en la empuñadura, que no está situada en el medio de la varilla, sino en su tercio inferior. ¿Cómo se puede tomar puntería con un arco así? La respuesta es bien simple: no se puede, con el arco Zen no se apunta.

Son necesarios tres años para que un discípulo aprenda a manejar el arco correctamente, es decir, sin aplicar fuerza alguna, y tres más para efectuar un lanzamiento correcto, lo que resulta muy comprensible si consideramos no ya la complicación de no poder utilizar la vista para apuntar, sino la técnica elemental de disparo.

Para disparar se coloca sobre la cuerda la flecha de 85 centímetros de longitud, se extienden completamente los brazos, con el arco y la flecha dirigidos hacia la izquierda, elevando ambos sobre la cabeza. Cuando se ha hecho esto, se comienza a tirar de la cuerda. Para un principiante esto no resulta fácil ya que al tensar el arco con los brazos extendidos por encima de la cabeza, apenas puede utilizar los músculos de la espalda o los bíceps.

Cuando se tira de la cuerda con este arco, se utiliza sólo el dedo pulgar, protegido con un ancho anillo, de piel de caballo, para evitar desgarros. Sin embargo, la fuerte tensión junto con la complicación de la postura hacen que sea aconsejable sujetar el pulgar con los dedos índice, corazón y anular, formando una especie de bisagra de seguridad. Esto supone otra diferencia con respecto al tiro con arco convencional, donde la cuerda se sujeta con sólo tres dedos.

El aprendizaje de dichos detalles no significa que se haya logrado dominar el tiro con arco; hay algo más, en lo que el propio arquero juega un papel más complejo que apuntar y disparar; una prueba de ello es el hecho de que la potencia de un arco Zen es inferior a la de un arco de tiro deportivo. Sin embargo, las flechas se disparan por lo general a unos noventa metros del blanco, una distancia al parecer demasiado larga para un arco de esa potencia. Pero las flechas llegan al blanco.

Los discípulos del Zen explican este fenómeno diciendo que tras una flecha Zen hay algo más que la potencia de la cuerda tensada; es la misma energía de la concentración del arquero la que imprime a la flecha una potencia adicional, permitiéndole llegar a su destino. En el tiro con arco deportivo, el arquero también adquiere sin querer la costumbre de seguir con la vista la trayectoria de la flecha, hasta que se clava en el blanco. Es una actitud instintiva que pretende ayudar a la flecha a desplazarse hasta el blanco.

Pero ¿cómo se acierta en el blanco sin apuntar? Para responder es necesario conocer un poco de historia sobre el arco y sobre la disciplina del Zen. El arco y la flecha han sido siempre las armas clásicas de Asia; han estado presentes en manos de faraones egipcios, reyes persas, príncipes y emperadores de la India, China y, por supuesto, Japón. Esta importancia del arco y las flechas, así como el tratamiento de las armas como objetos de culto son dos hechos que explican esta devoción de discípulos y maestros Zen por el tiro con arco.

El arco en el budismo Zen es respetado hasta el punto de que cada arquero utiliza siempre el mismo durante toda su vida; jamás disparará con el arma de otro ni permitirá que nadie utilice el suyo. Está la creencia de que la relación desarrollada entre un objeto y su poseedor al utilizarlo durante toda su vida, crea un tipo de dependencia mutua. Cuando muere un arquero nadie más utiliza su arco, pues se cree que en él está encerrado el espíritu de su maestro.

Pero esta compenetración del arquero con su arma no está encaminada a aprender a dar en el blanco sin apuntar; para los maestros del Zen, eso es una pérdida de tiempo. Ni buscan alcanzar el control de ciertos músculos. El objetivo es superar el propio cuerpo, para que el espíritu ya no tenga que pensar en él y sea libre. Es decir: para dar en el blanco es preciso no pensar siquiera en él.

Cuando se alcanza el verdadero estado del Zen se llega a una fusión del ser humano con lo que debe hacer, no con lo que quiere hacer. El arquero Zen debe unificarse con el arco, con la flecha y con el blanco. Cuando las cuatro cosas se hacen una sola, la flecha sale disparada por si misma y llega al blanco siguiendo una línea invisible que los mantiene unidos. Esa habilidad de acertar con una flecha en el blanco sin apuntar es una manifestación de que su espíritu se ha desarrollado de acuerdo con las reglas del Zen.

- Así como la flecha disparada sin apuntar da en el blanco, debería tender el alma hacia el Nirvana, el No Ser como última de todas las metas, sin la ambición del arquero.
Esta sentencia pertenece al príncipe Ananda Radscha Shakya, nacido en el año 534 a. de C. en Lumbini, al sur del Nepal. El príncipe fue considerado como el mejor arquero de su tiempo, pero en un momento de su vida dejó por completo el uso de las armas para dedicarse a la meditación. La frase antes reseñada es el único pensamiento que pronunció a partir de entonces que recordara su actividad como maestro del tiro con arco.

Otra leyenda cuenta la historia del arquero chino Chi Chang. Cuando ningún maestro conocido podía enseñarle nada nuevo, se retiró durante nueve años a las montañas con un viejo ermitaño que era la única persona capaz de enseñarle algo más y convertirlo en un auténtico maestro del tiro con arco. Cuando regresó a la civilización todos quedaron convencidos de que era el más grande de todos los arqueros; nunca volvió a empuñar un arco, pero eso sólo contribuyó a engrandecer su reputación. Jamás tuvo necesidad de realizar ningún disparo prodigioso para demostrar su maestría.

Estos relatos dan una idea de filosofía de los arqueros Zen. El tiro con arco se practica en el budismo Zen para demostrar que se ha alcanzado el grado de conciencia que denominan el satori, que es una condición anímica en la que se equilibran la subconsciencia y la conciencia intelectual. Condición para lograr el satori es desarrollar una técnica especial de respiración, y llegar a un entero desasimiento de la sensación del Yo. Cuando estos objetivos han sido alcanzados, es posible disparar la flecha y lograr que se clave en el blanco sin necesidad de apuntar. Al alcanzar este abandono de la sensación del Yo, se produce un aumento de las fuerzas anímicas, intelectuales y físicas. Cuando todas estas fuerzas dejan de estar sometidas al yugo de un Ego limitado crecen considerablemente. Al llegar aquí se alcanza sin esfuerzo una dedicación plena de aquello que se esté haciendo. En conjunto, para cada uno de estos arqueros significa mucho más el proceso de asimilación y aprendizaje de su modo de vivir, y el resultado de ser capaz de hacer determinadas cosas, que las cosas que puedan hacerse.

Acertar en el blanco es sólo una prueba. Y no deja de ser sorprendente que en la filosofía Zen, una vez alcanzada la plenitud de espíritu, acertar con una flecha en un blanco sin necesidad de tomar puntería es algo que para estos hombres no tiene la menor importancia.

Colaboración Kostia