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- ¿La globalización es el
Apocalipsis o el Mesías?
- Como decía Aristóteles, los venenos sirven
para matar y los venenos sirven para sanar. Todo
depende de cómo se empleen y con qué metas. La
globalización es, o bien la gran ocasión para
hacer una ciudadanía cosmopolita, donde el
universo sea la ciudad de todos y todos se
sientan ciudadanos, o sencillamente la culminación
de un proceso en el que cada vez se abre más el
abismo entre pobres y ricos, entre países que ya
no interesan a nadie y países en los que la
gente se lanza a consumir como loca.- ¿El
consumismo ha sustituido a alguna doctrina?
- Sí, es la doctrina número uno, y además lo
que nos une a todos cada vez más no es ser
personas, sino ser consumidores. Me gusta mucho
esa expresión de Rifkin que dice que nuestra
etapa es aquella en que ha triunfado el
capitalismo porque ha conseguido llevar todo
nuestro tiempo a la arena comercial. Podemos
comprar a cualquier hora del día, de la noche,
por Internet, en una gran superficie... Somos
consumidores de raíz.
-
¿El consumismo es un síntoma de que el egoísmo
le ha ganado el pulso a la solidaridad?
- Es una forma de vida que hace prácticamente
imposible la solidaridad. Cuando hay una forma de
vida en la que lo que da la felicidad es ir de
compras, porque la gente ya no va a comprar esto
o lo otro, sino de compras como un fin en sí
mismo, que el de al lado tenga o no tenga, o se
esté muriendo de hambre, es que ni se considera.
El consumismo ha expulsado a la solidaridad.
-
¿A qué responden las movilizaciones
antiglobalización?
- A un profundo sentimiento de que la globalización,
tal y como se está produciendo, no es
humanizadora. Pero creo que esos movimientos
deberían dar alternativas. Ganarían mucho más
si en vez de decir no, que no tiene sentido
porque la globalización va a seguir, dijeran sí,
pero de esta manera. Nos estamos jugando el
futuro en el cómo.
-
¿Qué exigencias debería imponer la ética ante
la brecha abierta por la secuenciación del
genoma?
- Muchísimas, pero no en el sentido alarmista de
la gente que imagina un futuro terrorífico, sino
más bien de pensar las cosas con serenidad. La
globalización nos ha llevado al corto plazo, y
en temas como el del genoma el corto plazo puede
ser terrible. Si una empresa ha gastado una
enorme cantidad de dinero para patentar un gen,
no está dispuesta a no comercializarlo
inmediatamente. Cuando hemos entrado en la
comercialización, todo se vuelve imparable. Más
aún porque hay países que tienen capacidad
adquisitiva para patentar genes y otros que no la
tienen, con lo que los países subdesarrollados
cada vez son más dependientes. En este proceso
me parecen más responsables los científicos que
las empresas, porque los investigadores son
partidarios de las moratorias y de agotar todos
los plazos hasta ver los resultados, mientras que
la industria quiere rentabilizar enseguida la
operación sin esperar.
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