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641 • MEMES 2

 

Sábado, 18 de octubre de 2003

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Años después de que Dawkins inventara los memes por analogía con los genes, aparecieron los virus informáticos, que le vinieron como anillo al dedo para apuntalar su modelo. Además de la «ideosfera» (así llama Hofstaedter a la cultura), ahora había una «silicosfera», donde aparecían y proliferaban «gusanos», «caballos de Troya», «bombas de tiempo», archivos ejecutables con mensajes de autoayuda y hasta «avisos de virus». Algunos no sólo eran capaces de masticarse los discos rígidos sino de contaminar la Red, difundiéndose como epidemias. ¿Por qué no pensar de que toda la cultura estaba infectada por virus mentales autorreproductores, que iban colonizando mente tras mente? Esta idea, aunque parezca plausible en los casos de adoctrinamiento y lavado de cerebros, no parece autorizar extrapolaciones más audaces. Dawkins afirma, de un modo muy poco metafórico, que los niños son inmunodeficientes a los memes, y por eso creen en los enanitos o en Papá Noel. Pero nunca explica por qué se inmunizan a partir de determinada edad.

Para Brodie, ninguna de nuestras ideas es original. Sólo contraemos el meme y él se apodera como un virus de nuestra mente hasta dominarla, como ocurre en el caso de los fanáticos. El lugar del contagio es la comunicación: la TV, la publicidad, la música pop, la educación, la enseñanza religiosa, hasta la charla con amigos. Los virus se propagan de cerebro a cerebro por el mecanismo de la imitación, tanto vertical (de padres a hijos) como horizontal (entre pares). La infección religiosa, por ejemplo, puede ser directa (el contacto personal con creyentes o el proselitismo) o indirecta (el arte, la teología o la literatura). La pregunta que subsiste es: ¿de dónde vienen los memes, además de transmitirse por imitación?

¿Y la ciencia? Los paradigmas científicos, ¿serán apenas memes que los mosquitos docentes nos inoculan en la escuela y en la universidad? De ningún modo, se defiende Dawkins. Las ideas científicas no son virus: son objetivas, están sujetas a prueba y compiten entre sí conforme a la selección natural. Sin embargo, en el párrafo con el cual cerraba su libro de 1976, Dawkins había reconocido que la doctrina de Darwin era un complejo de memes, del mismo modo que lo eran Sócrates, Leonardo, Copérnico o el meme del altruismo, que no existe en la naturaleza. Pero, entonces, ¿cómo es posible aplicar la selección natural al «meme de la selección natural»? Si la memética lo explica todo, ¿se explicará a sí misma, como otro virus?

Un reciente debate planteado en las páginas de la revista Scientific American de octubre del 2000 convocó a psicólogos, antropólogos y biólogos para discutir una exposición actualizada de la memética presentada por la psicóloga Susan Blackmore.

Bastante más moderada que otros autores, Blackmore dice que la naturaleza humana resulta imposible de explicar en términos evolutivos si no se acepta la hipótesis de los memes. Cosas como el arte o la matemática resultan totalmente inútiles como ventajas competitivas para sobrevivir en la selección natural, pero comienzan a entenderse cuando se los ve como memes que compiten entre sí. El desarrollo del cerebro humano, añade un biólogo, se habría hecho necesario para alojar nuevos memes. También el desarrollo de estructuras nerviosas adecuadas para imitar conductas de otros habría tenido la misma causa.

Blackmore reconoce que los memes son muy distintos de los genes y, aunque admite que la ciencia es un complejo de memes, no acepta equipararla con la religión, a la cual presenta como un meme «viral», y la compara con las molestas cadenas que antes viajaban por correo y ahora circulan por Internet. El eje del argumento sigue siendo la imitación, que distinguiría al hombre del animal, en cuanto creador de cultura. Si nos atenemos a la estricta caracterización que hace Blackmore, la imitación sería casi un acto consciente, muy alejado de las posibilidades del animal. Sin embargo, el mismo Dawkins la ejemplificaba con conductas animales, especialmente de los gorriones. De hecho, hoy sabemos que los mecanismos de imitación en el mundo animal son tantos y tan difundidos que habría que pensar más en diferencias cuantitativas que cualitativas entre el hombre y los animales, por lo menos en este aspecto.

Los antropólogos son más específicos. Desde la perspectiva memética, los memes no estarían sujetos a ninguna evolución sino apenas sometidos a una competencia que desplaza a uno por otro. Sin embargo, si admitimos que las palabras son memes, es un hecho que las palabras evolucionan. Por ejemplo, en el inglés estadounidense, después del Watergate todas las palabras terminadas en «gate» llevan automáticamente a pensar en conspiraciones políticas, cosa que no ocurría antes. La palabra evolucionó cargándose de otro sentido.

Lo mismo diríamos de la Argentina, donde «copar», a comienzos de los '70, significaba «tomar por medio de las armas» un cuartel o una comisaría, a finales de la década ya se había convertido en «gustar» y hoy se ha transformado en el adjetivo «copado», que se aplica casi a todo. Si eso no es evolucionar, Darwin no sabía nada.

El psicólogo Henry Plotkin admite el rol de la imitación en la conducta social, pero afirma que en definitiva sólo transmite ideas de escasa complejidad como modas, estilos o palabras, pero en definitiva no aporta nada que tenga demasiada importancia para la cultura. En cambio, ideas como «justicia» o «democracia» tienen un proceso muy lento de construcción social, y no es posible reducirlas a unas cuantas conductas «atómicas» como sería el caso de los memes.

Las teorías que pretenden explicarlo todo suelen agotarse pronto, y hasta ahora, a pesar de los anuncios espectaculares, la memética ha sido tan poco exitosa como otras «nuevas ciencias» que gozaron de gran promoción. Por ejemplo, la «semántica general» de Korzybski, que causó estragos en los años '20 y se agotó en unas cuantas frases brillantes.

Quizás el meme no pase de ser una buena pista basada en la analogía, un intento reduccionista y algo simplista de explicar la cultura, que quizás sea el fenómeno más complejo que conocemos. Si los estudiosos de la complejidad renuncian a ser deterministas en la meteorología, un sistema comparativamente más simple que el efecto combinado de 6 mil millones de cerebros (sin contar toda la historia humana), la memética aparece como una propuesta un tanto ingenua.

PABLO CAPANNA
Aparecido en Página/12