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582 • SIGLO XXI |
Lunes, 11 de agosto de 2003 |
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El nuevo siglo repite la vocación de su antecesor:
las propuestas políticas se fundamentan en la dominación
o la exclusión del otro. ¿Qué hay de nuevo? Como antes, hoy se recurre
a la guerra, a la mentira, a la simulación, a la muerte. El poder repite la
historia y nos trata de convencer de que ahora sí va a hacer la cosas con
buena letra. El proyecto de mundo del neoliberalismo no es más que una reedición de la torre de Babel. Según el relato del Génesis, empeñados en alcanzar las alturas, los hombres consensan un proyecto descomunal: construir una torre tan alta que alcance el cielo. El dios de los cristianos castiga su soberbia con la diversidad. Hablando lenguas diferentes, los hombres no pueden continuar con la edificación y se dispersan. El neoliberalismo intenta la misma edificación, pero no para alcanzar un cielo improbable, sino para librarse de una buena vez de la diversidad, a la que considera una maldición. El anhelo de eternidad surge en los inicios de la historia escrita con quienes son poder. Pero la torre de Babel neoliberal no se emprende sólo en el sentido de conseguir la homogeneidad necesaria para su construcción. La igualdad que destruye a la heterogeneidad es igualdad con un modelo. "Seamos iguales a esto", nos dice la nueva religión del dinero. Los hombres no se parecen a sí mismos, ni unos a otros, sino a un esquema que es impuesto por quien es el que hegemoniza, el que manda, el que está arriba de esa torre que es el mundo moderno. Abajo están todos los diferentes. Y la única igualdad que hay en los pisos inferiores es la de renunciar a ser diferentes u optar por serlo en forma vergonzante. El nuevo dios del dinero repite la maldición primigenia pero a la inversa: sea condenado el diferente, el otro. En el papel del infierno: la cárcel y el cementerio. Al boom de las ganancias de las grandes empresas trasnacionales, lo acompaña la proliferación de prisiones y camposantos. En la nueva torre de Babel la tarea común es la pleitesía al que manda. Y quien manda lo hace sólo porque suple la falta de razón con exceso de fuerza. El mandato es que todos los colores se maquillen y muestren el deslucido color del dinero, o que vistan su policromía sólo en la oscuridad de la vergüenza. El maquillaje o el clóset. Lo mismo para homosexuales, lesbianas, migrantes, musulmanes, indígenas, gente "de color", hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, inadaptados y todos los nombres que toman los otros en cualquier parte del mundo. Este es el proyecto de la globalización: hacer del planeta una nueva torre de Babel. En todos los sentidos. Homogénea en su forma de pensar, en su cultura, en su patrón. Hegemonizada por quien tiene no la razón sino la fuerza. Si en la torre de Babel de la prehistoria la unanimidad era posible por la palabra común (el mismo idioma), en la historia neoliberal el consenso se obtiene con los argumentos de la fuerza, las amenazas, las arbitrariedades, la guerra. Puesto que vivir en el mundo es hacerlo en contigüidad con el diferente, las opciones que tenemos son entre ser dominante o dominado. Para lo primero el cupo está lleno y la membresía es hereditaria. En cambio, para ser dominado siempre hay vacantes y el único requisito es renegar de la diferencia o esconderla. Pero hay diferentes que se niegan a dejar de serlo. Para quienes viven en la torre y no están en la cúspide, existen formas de enfrentar a esos "inadaptados": la condena o la indiferencia, el cinismo o la hipocresía. En las leyes de la torre neoliberal la posibilidad de reconocer la diferencia está penada. El único camino permitido es la sumisión de esa diferencia. En la época moderna el Estado nacional es un castillo de naipes frente al viento neoliberal. Las clases políticas locales juegan a que son soberanas en la decisión de la forma y altura de la construcción, pero el poder económico hace tiempo que dejó de interesarse en ese juego y deja que los políticos locales y sus seguidores se diviertan... con una baraja que no les pertenece. Después de todo, la construcción que interesa es la de la nueva torre de Babel, y mientras no falten materias primas para su construcción (es decir, territorios destruidos y repoblados con la muerte), los capataces y comisarios de las políticas nacionales pueden continuar con el espectáculo (por cierto el más caro del mundo y el de menor asistencia). En la nueva torre, la arquitectura es la guerra al diferente, las piedras son nuestros huesos y la argamasa es nuestra sangre. El gran asesino se esconde detrás del gran arquitecto (que si no se autonombra "Dios" es porque no quiere pecar de falsa modestia). En el relato bíblico, el dios cristiano castiga la soberbia de los hombres con la diversidad. En la historia moderna del poder, dios no es más que el agente de relaciones públicas de la guerra (que sólo puede llamarse moderna por el número de muertes y la cuota de destrucción que cobra por minuto). | |
Sub comandante MARCOS |