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562 • BARÓN BIZA |
Viernes, 18 de julio de 2003 |
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Durante 1928 en Venecia,
Raúl Barón Biza conoce a
Rosa Martha Rossi Hoffmann una bella actriz austríaca de 25 años, que usaba el
seudónimo
Myriam Stefford. El 28 de agosto de 1930 se casan en Venecia,
dando una de las mejores fiestas según las páginas sociales de la época. Luego la pareja se
instala en Argentina, altemando entre Buenos Aires y las
serranías cordobesas, donde Raúl tenía una estancia de 2.200 hectáreas cerca de
Alta Gracia. Entre marzo y agosto de 1931, ella tomó un curso de piloto y antes de
terminarlo ya volaba su propio avión convirtiéndose en una de las primeras mujeres piloto
de la Argentina. El 26 de agosto de 1931,
dos días antes de festejar su primer aniversario matrimonial, halla la muerte
al estrellar su pequeño avión Chingolo II, en
Marayes provincia de San Juan, mientras
participaba del Raid Aéreo de las 14 Provincias. El camino que une Alta Gracia a
Córdoba es una ruta rural tranquila, vacía de pormenores. No es difícil
aburrirse en ese trayecto. Pero desde muchos kilómetros antes se ve, en medio
de la nada, un altísimo obelisco de granito y mármol. Tiene forma de ala,
pene o cuerno
82 metros de alto y una escalera caracol interior de 237 escalones.
Es un fastuoso sepulcro que la pasión de Raúl hizo construir
en ese campo de su familia, para la mujer que más amó. La base
es una enorme cripta abovedada donde se desciende tras
30 escalones y oscuros pasadizos para llegar al sepulcro donde
descansan los restos de Myriam. No hay luz eléctrica, ni linternas, ni cruz. Sobre el granito
se lee: "Viajero, rinde
homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las
águilas" El sitio está cargado de reminiscencias faraónicas, sobre la losa que cubre los restos está escrito: "La maldición caerá sobre quien ose profanar esta tumba". En el granito hay dos caladuras de un centímetro de ancho, una vertical de un metro y otra horizontal de treinta centímetros, a determinada hora del día y según la posición del sol, marcan una cruz perfecta sobre la misma lápida. Se asegura que Raúl, junto con los restos, hizo enterrar las joyas, entre otras el famoso diamante Cruz del Sur, varias veces millonario en dólares. Pero el estanciero habría hecho arreglos para que poderosos explosivos estallen ni bien se pretenda violar la gruesa puerta y pisar el interior. Leyenda, mito, exageración, creencia popular... nadie lo sabe, pero en abril de 1975, expertos auxiliados por equipo electrónico, detectaron la presencia de ciertos panes bajo el sepulcro. ¿Qué tiene de extraño que haya enterrado las joyas de su mujer junto a sus restos, colocando explosivos?... Lo extraño sería que no hubiera hecho algo así. Todo lo que pueda saberse sobre Raúl resulta incierto o increíble, su vida presenta todas las condiciones para la leyenda y el mito. Nació en Córdoba en 1899 siendo uno de los siete hijos del matrimonio de Vilfrid Barón y Catalina Biza, millonarios cordobeses. Fue militante radical en tiempos en que ese partido hacía honor a su nombre. Esto le valió la persecución, la cárcel y el deportamiento. Se batió a duelo en varias ocasiones. En Lomas de Zamora compró el casco de una fastuosa propiedad, que hoy es uno de los lugares más atrayentes de la zona. Enclavado frente al Parque Municipal y arrullados por el canto de mil pájaros, los dominios de este alucinante personaje han dado lugar a lo que hoy es el apacible y residencial Parque Barón de Lomas de Zamora. Pero además, Raúl tuvo el oficio de escritor, lo que le valió las mas severas críticas, la execración social, una admonición de la Iglesia, el título de amante de la pornografía y dos procesos por obscenidad. Su producción literaria no sólo fue extensa (unos 10 libros, y anuncios de otros tantos “en prensa” que no se sabe si existieron), sino que además cada edición constaba de decenas de miles de ejemplares. Hoy sus obras se buscarán en vano en los catálogos de las bibliotecas; jamás fueron reeditadas, ni son invocadas en las cátedras universitarias, ni han obtenido recepción crítica alguna. La obra ha desaparecido, material y culturalmente. ¿Dónde ha ido a parar todo ese papel impreso? Por qué me hice revolucionario, Punto Final, Todo estaba sucio son algunos de sus libros. Pero el título más significativo de su obra es El derecho de matar (1933), que le valiera el primero de los procesos por obscenidad, del que salió absuelto, mientras ya estaba en prisión por motivos políticos. Una edición de 5000 ejemplares fue secuestrada en la imprenta por la policía sin orden judicial. Pero es una gran novela de la mejor tradición libertina, donde el relato coexiste con una dimensión política, filosófica y moral explícita, teórica, no literaria. El libro se compone de algo más de 100 páginas que comienzan con una carta al Papa Pío XI, fechada en París:
Continúa con un prólogo-aclaración:
Luego nueve capítulos que narran la historia de una educación sentimental, cuyos elementos más recurrentes son el anticlericalismo, la blasfemia, el extremismo político, la misoginia, el desprecio por las convenciones burguesas, la traición, la pornografía y la obscenidad. Alcanza singular intensidad en un pasaje que narra la posesión sexual de una dama de beneficencia con apellido ilustre, orgullo de la provincia, sobre un ataúd del panteón familiar que la honesta señora elige para la cita. El sexo y la muerte son las relaciones sociales a las que se reducen todas las demás, las potencias mayores que circulan a través de las criaturas por ellas vulneradas. El libro enseña que el poder consuma su ejercicio sobre los cuerpos de niños, de trabajadores, de prostitutas, de enfermos, de presos, y que toda liberación debe comenzar allí. La energía moral y literaria de su prosa se conserva intacta no obstante su ausencia de deriva cultural, o tal vez por eso. Es como si hubiera deseado y previsto su propia intratabilidad, su ilegibilidad, su inmunidad respecto a ese tono pastoral que siempre encierra la prédica de la lectura y la consiguiente zozobra porque los jóvenes ya no leen. Es un libro para los hijos de nadie, para los que duermen en la basura, para los que no tienen hembra, ni Dios. Un libro para los que jamás llegarán a leerlo. En 1935 a sus 36 años contrae matrimonio en secreto con Clotilde Sabattini de 17 años, hija de su gran amigo, el prestigioso médico y dirigente radical Amadeo Sabattini. Este hecho marcó la ruptura de la amistad. De este matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y María Cristina. Clotilde realizó estudios sobre métodos educativos y pedagógicos en Suiza y realizó viajes de estudio por distintos países de Europa. En 1940, regresó al país pero fue detenida y encarcelada por orden del gobierno peronista. Al ser liberada, se exilió en Montevideo hasta la caída de Perón. En 1949 presidió el Primer Congreso Nacional de la Mujer Radical. Contribuyó con la creación del Liceo de Estudios Secundarios de La Plata, institución en la cual luego dictó cursos de historia y literatura. En octubre de 1950 se produjo un gravísimo incidente en la casa del doctor Amadeo Sabattini, en Villa María, Córdoba, en el que resultaron heridos de bala Alberto, hermano de Clotilde, y el propio Raúl Barón Biza quien luego de permanecer un tiempo en el hospital fue llevado a la cárcel. En 1953 Clotilde se radicó en Montevideo, donde colaboró con varias publicaciones del partido radical y dirigió el periódico Semana Radical. Allí comenzó con sus estudios en la Facultad de Derecho, los cuales continuó en la Universidad de Buenos Aires, algunos años después cuando regresó al país. En 1958, durante la presidencia de Arturo Frondizi, fue designada presidenta del Consejo Nacional de Educación. Desarrolló una vasta labor como educadora y periodista y fue responsable de la sanción del primer Estatuto del Docente. Para ese entonces, el matrimonio prácticamente no existía. Se llegó así hasta mediados de agosto de 1960, cuando Raúl Barón Biza la citó en su departamento en Buenos Aires, donde acudió acompañada por dos abogados para finiquitar los trámites de separación. Raúl Barón Biza, sirvió whisky primero a los abogados y luego se acercó con un vaso lleno a su esposa, y sorpresivamente le arrojó el contenido en el rostro. Pero no era whisky... era ácido clorhídrico. Clotilde lanzó un grito desgarrante y Raúl huyó mientras los abogados auxiliaban a la desdichada mujer. Cuando al día siguiente la policía allanó el departamento encontró que Raúl había regresado para dispararse un tiro en la sien. Las crónicas de la época señalan que su cadáver fue conducido a la morgue judicial, de donde no fue reclamado, motivo por el cual se le dió sepultura en el cementerio de la Chacarita. Sin embargo, no fue así. Un poco más allá de lo que fueran los jardines del monumento en Alta Gracia, llama la atención la presencia de un viejo olivo rodeado por un grosero alambrado. El alambre no está por el olivo, protege el lugar donde está enterrado Raúl. Allí fueron silenciosamente llevados sus restos y sepuItados debajo de ese olivo, a metros de los de Myriam Stefford. Clotilde Sabattini de Barón Biza, fue sometida, con el tiempo, a muchas intervenciones quirúrgicas pero no pudo reparar la desfiguración producida por el ácido. Algunos años después su hija adolescente María Cristina, se suicidó. Por su parte, el 25 de octubre de 1978, unos meses después de elaborar un importante informe para la UNESCO sobre las condiciones laborales de la mujer en la Argentina, Clotilde Sabattini, viviendo en el mismo trágico departamento de Buenos Aires y tras una larga lucha contra la depresión y los recuerdos, se suicidó arrojándose por la ventana. En 1998, su hijo Jorge, periodista y escritor, publica una excelente primer novela El Desierto y su Semilla, donde dice:
El 9 de setiembre de 2001, Jorge se suicidó arrojándose al vacío desde su departamento en Córdoba. | |
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