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539 • GALLO FIDEL

 

Sábado, 21 de junio de 2003

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- Lo llevo sin envolver, gracias
- Si quiere le ponemos un hilo.
- No, así está bien.
T
omé al gallo en mis brazos y salí corriendo, saltando los charcos de la vereda. Hacía tantos años que quería tener un gallo y justo esa tarde desgraciada lo vi ahí, tan erguido, tan majestuoso. Sin pensarlo mucho entré y pregunté su precio. Pregunté por preguntar porque igual lo iba a comprar. Lo miré bien de cerca. ¡Era tan lindo! con las plumas de las alas hacía un ruido de padre y señor nuestro Se parecía a los gallos de mi infancia, a los que había visto en mi pueblo: Cresta roja, brillante, pico amarillo y ojos de chispa.

Llegué tan contento a casa que hasta olvidé comprar cigarrillos.
- ¿Qué es eso?
- gritó mi mujer
- Esto es un gallo -contesté yo- un gallo colorido y madrugador, el gallo que siempre quise tener cuando era chico
- Eso acá no se queda -
exclamó.
Ya no la escuché más. Puse al gallo con mucho cuidado sobre la mesa del comedor, estiró las alas, dio unos pasos y comenzó a gritar, gritaba y me miraba pidiendo auxilio.
- Qué porquería este bicho -decía mi mujer mientras trataba de sacar al gato.
Pero el gato todo erizado se mantenía firme en su sitio. ¡Se veía tan bonito mi gallo!
- Le voy a poner de nombre Fidel -dije
Mi gallo Fidel esa noche durmió en el lavadero. A eso de las cinco, como era previsible, nos despertó. Mi mujer saltó de la cama y con sus ojos redondos, oscurecidos por la rabia me dijo que lo iba a matar. Mientras amenazaba con ir a buscar la cuchilla, el gato Tinto se erizó y se puso delante de mí, impidiendo la trompada, mi mujer corrió hacia el lavadero. Tinto corrió tras ella y yo tras de Tinto. Mi gallo Fidel se asustó y escondió la cabeza entre las alas.
-¡ Es tan lindo!¿ Por qué te molesta? Vamos, no hay que ser tan impulsiva, además yo quería tener un gallo desde que era chico y ahora lo tengo y esta casa es mía y se acabó.
Ella dio la vuelta, seguida por Tinto. Sin decir nada se metió en la cama y apagó el velador.

Creo que pasaron varios meses desde aquella tarde. No recuerdo bien los acontecimientos pero lo cierto es que un día de otoño llegué al departamento y encontré a Tinto arriba de la mesa del comedor y a Fidel junto a él. Parecía que hablaban de sus cosas. Se hicieron a un lado para que yo apoyara el portafolios y me preguntaron cómo me había ido en la oficina. Cansado fui al baño para darme una ducha y al pasar por el cuarto de mi mujer, que ya no era mi cuarto, vi que no había dejado ni las perchas. Me metí en el baño silbando Adiós Nonino.

Llovía esa tarde. Entré apurado en la tienda.
- ¿Se lo envuelvo?
- No, lo llevo con la soguita

Salí contentísimo, saltando en una pata. Siempre, desde chico, había querido tener un cordero en casa.

MIRTA GRACIELA ITCHART