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Estamos a punto de volvernos aún más
impresentables de lo que somos. Es posible que Carlos Menem llegue por
tercera vez a la presidencia de la Argentina. Cuando uno dice que
estamos a punto de volvernos aún más impresentables, no piensa en
presentarse ante la mirada de los otros. Aquí estamos: somos el pueblo
que eligió tres veces a Menem, somos un pueblo moral y políticamente
impresentable. No, vamos a ser todavía más impresentables ante
nosotros mismos. Ante nuestra propia mirada. Una sociedad es
responsable de los males que provoca. Y es también responsable de los
que no puede impedir. En suma, todos vamos a ser responsables del
regreso de quien no debía regresar.
De modo que será imprescindible sugerir
que nadie se disponga a elaborar frases como "este
pueblo tiene lo que se merece" o, sin más, "este
pueblo es una mierda". Si nos hemos deslizado hacia la tercera
puerta del Infierno, la culpa será de todos. De los que elegirán a
Terminator y de los que no pudieron frenarlo construyendo una
alternativa a su regreso. Estos (que se dinamizaron bajo la consigna:
Que se vayan todos) olvidaron algo:
Cuando se lanzó esa consigna, Menem no estaba. No podía irse porque ya
se había ido. De aquí que (pesadillescamente) acaso sea él quien
verdaderamente se quede.
Menem es un político que participa de lo
espectacular y lo secreto. Que es un político del espectáculo, de la
farandulización de la política y hasta de la existencia no hace falta
demostrarlo.
¿Por qué es, además, secreto?
Menem es un político que es votado en las sombras y no votado en el
ámbito de la enunciación. El votante menemista tiene vedada la
enunciación. No confiesa su acto. Lo comete y no lo dice. Vota a Menem
en el "cuarto oscuro", en las sombras, y
no confiesa ese acto. Menem es su vicio secreto. Es como la
masturbación. El votante menemista se encierra, se masturba y luego
silencio y culpa.
- Yo no lo voté. ¿Vos lo votaste? Yo tampoco.
Menem es el político más y menos votado de la Argentina. Nadie
lo vota, pero gana. No es un misterio. Ocurre que Menem forma parte
del imaginario inconfesable de los argentinos, y ese imaginario no
sale en las encuestas. De aquí la imprevisibilidad del factor Menem.
Lo no dicho no forma parte de las encuestas, esos ejercicios de lo
explícito, de la palabra dicha, de lo enunciativo.
¿Qué le ven (secretamente, hoy)
quienes van a votarlo?
El poder de la urna menemista radica en su dinámica inercial: tiene 5
años a su favor y esos años todavía le rinden.
Al peronismo, los primeros 6 años de Perón le dieron una imbatibilidad
electoral que duró hasta 1983. Discépolo (cuando en 1951, desde la
radio que manejaba Apold, hacía la campaña electoral del peronismo)
creó a "Mordisquito", un obstinado antiperonista a quien el arlequín
del tango buscaba convencer de las virtudes del gobierno. Tenía muchos
elementos para apabullarlo. Sobre todo uno: "Mordisquito" no podía
responderle porque la radio les estaba vedada a los "contreras". Esto
(que le costó la soledad y la muerte a Discépolo) no fue advertido por
el arlequín, tanto creía en lo que estaba defendiendo... y de pronto,
en una charla, lanza una frase digna de su genio:
- Estamos viviendo el tecnicolor de los días
gloriosos.
Eso quedó así, jamás cambió esa percepción en la conciencia del
votante peronista. Siempre que metió en la urna la papeleta de su
partido lo hizo recordando el tecnicolor de los días gloriosos. Así,
siempre que votó al peronismo lo hizo bajo el imaginario del regreso
de esos breves, intensos años de los '50, los del tecnicolor.
Hoy, el votante menemista quiere otro
regreso, otro tecnicolor, no el de los '50 sino el de los '90. No lo
confiesa, pero lo desea. Entre 1990 y 1995 tuvo cosas que le dieron
sentido a su vida porque su vida agota en ellas su sentido.
De un modo acaso mágico, el votante menemista cree (o quiere creer)
que con Menem retornarán esos años. Que Menem es el único que podrá
traerlos otra vez. Su frase es:
- Carlitos nos metió en esto, Carlitos nos va a
sacar.
Es una frase irracional, fácilmente refutable:
- Oiga, señor, si Carlitos nos metió en esto, la
culpa es de Carlitos.
Esto no le importa al votante menemista. Aceptará que Carlitos
extravió el rumbo a partir del '96, cuando "nos
metió en esto". Pero el hecho de habernos metido, le otorga una
sabiduría que los otros han demostrado no tener:
la de salir de esto. Si yo me metí en un laberinto, es posible
que recuerde cómo salir. Si nací en un laberinto, estoy perdido. Esto
se traduce en una certeza que se pretende más racional:
Menem sabe cómo gobernar.
Será también inútil recordarle al votante
menemista, todo lo que hizo Carlitos para lograr sus cinco años de
glorioso tecnicolor: la enajenación completa del
patrimonio nacional, la destrucción de la soberanía del país, la
identidad entre mafia y política. La exclusión social, el aumento de
la pobreza, la corrupción.
Vano intento. Al votante menemista no le interesan el país, ni
la sociedad ni, mucho menos, los derechos humanos. Quiere que le den
(hoy, ahora) lo que necesita para ser feliz.
Es heredero del argentino mundialista. Del argentino malvinense.
Quiere que el país sea una fiesta y no le importa el costo.
- Si a quinientos metros del estadio
mundialista estaba la ESMA y allí se torturaba, eso no le impedía
festejar los goles del gran equipo nacional que nos llevaba a las
cimas de la gloria.
- Si a la guerra iba una generación de
pibes que sería sacrificada, al diablo con eso: era hermoso sentirse
un país potencia que recuperaba su soberanía.
- Si la economía menemista hundía a
miles y a cientos de miles en la miseria, si rifaba el país y se lo
apropiaba, al diablo con eso, también daba otras cosas y muchas.
Permitía participar de la fiesta.
- Vea, nos quedamos
sin país, pero usted se compra un cero kilómetro y veranea en Miami.
- Yo nunca tuve un país -responde el votante menemista-
ahora tampoco lo tengo, pero a cambio me puedo
comprar un cero kilómetro, veranear en Miami, sentir que un peso vale
un dólar y que yo valgo, al fin, lo mismo que un yanki o un europeo.
El votante menemista no lo quiere a
Menem. Preferiría algo mejor. Fue el votante menemista (que, como
vemos, se nos identifica cada vez más con el votante argentino) el que
votó a la Alianza. Estaba harto de Carlitos y su pandilla. Quería algo
más presentable. Que no le hiciera sentir su adhesión como un vicio.
Masturbarse con más elegancia, con menos vergüenza y culpa, eso
quería. ¡Miren lo que resultó! La catástrofe de la Alianza. Ahora,
entonces, regresa al hogar:
- Con Menem, otra vez,
vamos a ser yankis.
- Es el único que la tiene clara: hoy hay que ser yanki. O sos yanki o
sos boleta, es decir, sos Irak.
- O Cuba, con la que Menem siempre supo qué hacer.
- Menem tiene los mejores contactos.
- Fue amigo de Bush padre, ¡miren si el hijo no lo va a querer! Lo va
a querer más todavía, porque Bush hijo hace todo lo que hizo su papá,
pero más grande, el doble.
- Menem sabe dónde está la guita. Si él se la llevó, él la va a traer
para sacarnos de esto.
- Menem termina con la delincuencia. Con la libertad también, es
cierto. (Pero el votante argentino,
entre la seguridad y la libertad, elige la seguridad.)
- ¿Milicos en la
calle? ¿Y qué hay? Con los militares no había delincuencia. Y al que
no estaba en nada, no le pasaba nada. Lo mismo ahora: si Menem pone a
los milicos en la calle, que se preocupen los chorros, no la gente
decente, salís con los documentos en regla y se acabó.
- Con Menem vuelve el crédito. Vuelve el uno a uno.
- Vuelve la década del noventa. Esos cinco años de tecnicolor que él
nos dio y sólo él sabe cómo reponernos.
- Claro, yo esto no se lo digo a nadie. Decís esto y todos te miran
como un gusano, un inmoral. Pero ellos también piensan lo mismo. Lo
piensan y no lo dicen. Es que no se puede decir. Es inconfesable. Pero
uno no tiene obligación de andar diciendo lo que piensa. Al fin y al
cabo, el voto es secreto, ¿no?
Tal vez no gane. Ojalá no gane. Pero el
solo hecho de que pueda hacerlo es (para todos nosotros) una derrota y
una humillación.
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