|
Viaje al
futuro del imperio, de Robert Kaplan, retrata un continente habitado por una élite
acomodada y culta, aislada del populacho en zonas residenciales fortificadas. A medida que esa élite se aísle más y más, afirma Kaplan,
su lealtad pasará de las capitales nacionales a las áreas regionales respectivas, lo que
tendrá como consecuencia la defunción de la nación-Estado tal como la conocemos ahora.
Una de las primeras víctimas, vaticina, será Canadá, que no podrá soportar durante
mucho más tiempo las presiones de la economía global y de la tecnología que la
arrastran hacia el sur. - Se
ha descrito su libro como la llegada de Mad Max a Epcot Center, un futuro en el que
Norteamérica se deteriora hasta el punto de convertirse en un yermo. Sin embargo, usted
afirma que ese futuro podría ser tan maravilloso como nuestro pasado.
- Lo digo porque no hay nada permanente en la
historia. A mí me parece muy poco realista dar por supuesto que Estados Unidos o Canadá
serán siempre iguales. Así pues, la cuestión es qué pasará con nosotros. Veo una
evolución progresiva desde las naciones-Estado duras, inflexibles..., hacia una especie
de centros económicos y culturales en los que se darán cita los grandes intelectos, a
medida que Norteamérica despoje de sus genios al resto del planeta. A mí eso no me
parece tan desolador. Quizás a los intelectuales no les gusten los centros comerciales y
por eso se los parezca, pero esa especie de núcleos posurbanos, o como quieran llamarlos,
serán muy eficientes en el aspecto económico. El peligro está, tal como explico en el
libro, en el grado de espíritu cívico. Seguiremos teniendo elecciones y llamándonos
demócratas, pero es posible que acabemos siendo oligarquías sutiles en beneficio de los
ricos; ése es el peligro. Lo que ocurre a menudo, sin embargo, cuando existe realmente el
riesgo de una fragilidad social, es que se produce una reacción y resurge el civismo. Las
sociedades necesitan sentirse amenazadas. Siempre que se sienten amenazadas e inseguras
encuentran soluciones, porque sólo mediante el sentido de la tragedia y de la ironía se
impiden las tragedias reales. Antes de la primera guerra mundial, todo el mundo era
optimista. Durante varias décadas se había producido un fuerte crecimiento en Europa y
Estados Unidos. Europa no había padecido una guerra importante en cien años, desde la
derrota de Napoleón, excepto los nueve meses de guerra franco-prusiana. De modo que
perdieron el sentido de lo trágico y se metieron en la primera guerra mundial. Lo que yo
intento es recrear un sentido de lo trágico. No es la visión más optimista del futuro,
pero considerando las opciones, a mí no me parece tan terrible.
- Dice usted que, mientras Estados Unidos
evoluciona hacia ese modelo posurbano, Latinoamérica, Europa del Este y otros lugares en
vías de desarrollo persiguen el sueño americano de la clase media, pero ¿con qué
consecuencias?
- Esa es una buena pregunta. Yo he escrito mucho
sobre otros lugares del mundo y siempre he puesto el énfasis en que por muy democráticos
y capitalistas que sean, eso no significa que vayan a ser más cívicos. Los magnates
rusos no son más que una variante del capitalismo global. Hitler y Mussolini llegaron al
poder mediante procesos democráticos, de modo que también existen efectos perniciosos.
Pero, en general, en Europa del Este, en México, en India, en China, empieza a existir
una clase media, y siempre que ha habido una clase media en la historia, la sociedad ha
tendido a ser más cívica que antes. Esa es mi esperanza. El modelo de clase media que
copian en la mayoría de esos lugares es el de Norteamérica.
- Usted ha viajado mucho y ha escrito libros
de éxito sobre Yugoslavia y África. ¿Qué es lo que le atrae de esos lugares?
- Los lugares turbulentos estimulan mi
intelecto. Tengo un gran respeto por la generación de nuestros padres, que vivió la
segunda guerra mundial. Nosotros hemos crecido en zonas residenciales y en una época con
altas tasas de crecimiento. La mayoría carecemos del sentido de lo trágico porque no
vivimos la Depresión ni la segunda guerra mundial. Yo visito esos lugares para
experimentar indirectamente lo que vivieron nuestros padres en Norteamérica. Mi
intérprete en Bulgaria recuerda las colas para comprar pan. Y hay allí muchachos de
dieciocho o diecinueve años que tienen un sentido de la historia más profundo y más
adulto que el nuestro.
- ¿Qué ocurrirá entonces, cuando tengamos,
por ejemplo, Cascadia con su agua y sus recursos naturales, y el suroeste de América y el
norte de México, que carecerán de esos recursos?
- No son dilemas irresolubles; la historia los
ha conocido peores. En mi opinión, el fin de Estados Unidos y de Canadá no supone
necesariamente un panorama desolador, si lo que viene a continuación es algo mejor para
la gente corriente. Si les hubieran dicho a los habitantes de Florencia que el estado
toscano dejaría de existir y que al cabo de 300 años formarían parte de algo llamado
Italia, les habría parecido lo más horrible del mundo y, sin embargo, seguramente la
gente corriente vive mucho mejor ahora. De modo que podemos evolucionar hacia algo mejor.
Soy muy negativo respecto al suroeste americano porque lo que hay allí es un desarrollo
acelerado que no respeta recursos naturales como el agua y que se debe a la pura codicia.
No es más responsable que las antiguas civilizaciones indias que vivieron y murieron
allí. Es en lugares como Phoenix y Tucson donde tengo realmente una sensación de
Apocalipsis.
- Una de las ciudades que usted visitó para
su libro fue Vancouver (Columbia Británica). ¿Qué tiene Vancouver para que le guste
tanto?
- Lo que a mí me gustó fue que vi a gente
normal, de clase media, viajando en autobús. En Washington, D.C. sólo los negros pobres
viajan en autobús. Ocurre lo mismo en muchas ciudades estadunidenses. En Vancouver vi a
gente corriente sentada en los bancos de la calle. En muchas ciudades americanas sólo se
ven mendigos sentados en los bancos del centro. Vancouver es una ciudad por la que se
puede pasear. Tiene un centro urbano muy compacto, con una verticalidad como la de
Manhattan y Hong Kong. Tocqueville escribió que el patriotismo de América se basaba en
el orgullo comunitario. Cuando no existe ya un orgullo a escala local, no puede existir
tampoco a escala nacional. Y en Vancouver vi un orgullo y un patriotismo que no vi en
Orange Country (California), que económicamente es más dinámico que Vancouver, con
impuestos más bajos, más corporaciones y todo lo demás.
- En uno de sus últimos retratos, se
encuentra usted en una ciudad pobre situada junto al río Mississippi, a bordo de uno de
los casinos flotantes del río, y describe su interior -atestado de jugadores, gente pobre
en su mayoría- como el futuro apocalíptico de Norteamérica.
- Las últimas personas en el mundo que
deberían jugar estaban allí. Era gente que no tenía derecho a gastar ni cinco centavos
en el juego, porque carecían de todo. Pero estaban allí.
- Sin embargo, usted menciona entonces un
verso de la canción ``John Brown's Body'' y culmina lo que a mí me pareció una visión
tenebrosa del futuro con una nota positiva.
- Sí, porque lo que tiene Norteamérica es que
su historia siempre se ha dejado guiar por el cambio tecnológico. Por eso Estados Unidos
es dinámico y Roma se estancó. Los norteamericanos han estado siempre más dispuestos a
moverse que otros pueblos. Se mudan de casa cada cinco años. En general, siempre ha
habido más ebullición allí que en otros lugares.
- Así pues, y pese a todo, ¿nos va a ir
bien?
- No necesariamente, pero podría ser. |