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Un campesino de Uruguay tenía un toro
reproductor, el mejor toro de la región. Ese toro era su único patrimonio y su sustento.
Los estancieros locales descubrieron que el tal toro era el mejor reproductor de la zona y
comenzaron a alquilarlo para cruzar sus vacas, comprobando que de esa cruza salían los
mejores becerros. Además era rendidor y rápido: no perdonaba a ninguna vaca que le
pasara cerca y parecía que nunca se cansaba de engendrar. Un día los estancieros se reunieron y decidieron comprar el toro para no
depender más del campesino. Un representante fue y le dijo:
- ¡Poné precio a tu toro que te lo vamos a comprar!
El campesino, que no quería perder su fuente de ingresos, dio una cifra absurda, para que
fuera rechazada. Los estancieron se quejaron al Intendente por el precio del animal y
éste, sensibilizado con el problema, compró el toro con fondos municipales,
registrándolo como patrimonio municipal, y poniéndolo al servicio de todos los
habitantes de la comuna. El día de la inauguración de los servicios, los estancieros
trajeron sus vacas para que el toro las preñara.
Le tiraron la primera, y nada.
- Debe ser la vaca -dijo uno- es
muy flaca.
Le trajeron una gran campeona holando. El toro la olfateó y nada.
Le pasaron el rodeo entero, pero el toro ni se inmutó.
El Intendente, furioso, llamó al ex dueño y lo increpó a solucionar el problema,
pues se había gastado dinero de los contribuyentes y no quería pensar que todo fuera una
estafa más. El campesino se acercó al toro y le habló al oído:
- ¡Qué me hacés, hermano! ¿No querés trabajar?
El toro lo miró largamente y con sorna, desperezándose le respondió:
- No me rompas las bolas. Ahora soy funcionario público. |