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352 • ELPIDIO |
Viernes, 8 de noviembre de 2002 |
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No se habla de él casi nunca. Su paso por los altos cargos públicos no significó para él un enriquecimiento material. Pobre, muy pobre, hizo frente al violento cambio de la fortuna con estoica simplicidad. Fue un ciudadano argentino, un funcionario
público -con mayúsculas- que alcanzó las mayores distinciones que puede dar la
política y que, a pesar de estar sometido a todas las tentaciones del poder,
mantuvo su espíritu a resguardo de ellas, no se corrompió y, paradójicamente, aunque es
un magnífico ejemplo de cómo debe ser un funcionario, de cómo debe ser un político, no
es recordado. Hoy no se cumple ningún aniversario relacionado con su vida, pero lo
recordamos porque conviene reconstruir actitudes dignas en la vida política. En los comicios presidenciales del 2 de abril
de 1922, fue elegido Vicepresidente de la Nación, en la fórmula junto al aristocrático
Máximo Marcelo Torcuato de Alvear. Eran los años de la Argentina venturosa, llena de
futuro, de sueños, de proyectos y, por eso, de esperanzas. Eran los años de gobierno del
presidente nacido en una mansión de tradición histórica lejanísima, que llegó a la
presidencia por 460.000 votos, contra 370.000 de todos sus opositores. En ese gobierno,
nuestro hombre representaba la línea de Yrigoyen. Era además, como vicepresidente de la
República, Presidente del Senado, donde fue permanentemente atacado por
los alvearistas, en un radicalismo partido en dos. Ya viejo, se lo veía por las calles de Buenos Aires vendiendo pomada para calzado y anilinas Colibrí. Murió en Buenos Aires, el 18 de octubre de 1951... Hasta en la hora de su muerte fue austero, humilde. Esto dejó escrito en su testamento: Pido ser enterrado con toda modestia como corresponde a mi carácter de católico, como hijo del seráfico padre San Francisco, a cuya Tercera Orden pertenezco, suplico con amor de Dios, la limosna del hábito franciscano como mortaja y la plegaria de todos mis hermanos en perdón de mis pecados y el sufragio de mi alma. Un hombre olvidado, quizás, porque es un espejo en el cual muy pocos (o acaso nadie en la política argentina de hoy) pueda mirarse... Elpidio González. No solamente hizo lo debido, sino que honró su actividad pública en demasía, con un desprendimiento superior al que se le puede pedir a un funcionario. |
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OSCAR GARCIA MASSA |