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307 • ROSA |
Martes, 17 de septiembre de 2002 |
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El primer día de universidad nuestro profesor
se presentó y pidió que procuráramos conocer a alguien a quien no conociéramos
todavía. Me puse de pie y miré a mí alrededor, cuando una mano me tocó suavemente el
hombro. Me di la vuelta y me encontré con una viejita arrugada cuya sonrisa le alumbraba
todo su ser. - Hola, buen mozo. Me llamo Rosa. Tengo ochenta y siete años. ¿Te puedo dar un abrazo? Me reí y le contesté con entusiasmo: - ¡Claro que puede! -ella me dio un abrazo muy fuerte- ¿Por qué está en la universidad a una edad tan temprana? -le pregunté y riéndose me contestó: - Estoy aquí para encontrar un marido rico, casarme, tener unos dos hijos, y luego jubilarme y viajar. - Se lo digo en serio -le dije. Quería saber qué la había motivado a afrontar ese desafío a su edad. - ¡Siempre soñé con tener una educación universitaria y ahora la voy a tener! -me dijo. Después de
clases caminamos al edificio de la asociación de estudiantes y compartimos una
chocolatada. Nos hicimos amigos enseguida. Todos los días durante los tres meses
siguientes salíamos juntos de clase y hablábamos sin parar. Me fascinaba escuchar a esta
"máquina del tiempo". Ella compartía su sabiduría y experiencia conmigo.
Durante ese año, Rosa se hizo muy popular en la universidad; hacía amistades a donde
iba. Le encantaba vestirse bien y se deleitaba con la atención que recibía de los demás
estudiantes. Lo estaba pasando de maravilla. Al terminar el semestre, la invitamos a
hablar en nuestra cena. No olvidaré nunca lo que ella nos enseñó en esa oportunidad.
Cuando comenzó a pronunciar el discurso, se le cayeron al suelo los apuntes que había
preparado. Frustrada y un poco avergonzada se inclinó sobre el micrófono y simplemente
dijo: ENVEJECER ES OBLIGATORIO, MADURAR ES OPCIONAL |
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Colaboración R. Carrera |