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272 • MÚSICA DE LAS ESFERAS

 

Miércoles, 31 de julio de 2002

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Otras esferas Ya en la antigua Grecia, Plutarco sostuvo que lo que impedía que la Luna nos cayera encima era el movimiento, de igual forma que no cae un objeto que es revoleado atado de una soga. Después de numerosos intentos fallidos de encasillar a los planetas entre tetraedros, dodecaedros e icosaedros, Képler logró un ajuste aceptable de sus órbitas utilizando elipses. El susodicho pensaba que lo que mantenía a los planetas en órbita era una especie de fuerza magnética. Hooke (el del resorte) conjeturó luego que si esta fuerza iba como F=k/r² (???) entonces las órbitas planetarias serían elipses.

Halley decidió, en 1684, consultar sobre el particular a Newton, quien le contestó que ya había resuelto el problema de la Gravitación Universal, pero había perdido los cálculos. Ya en 1687, cuando pudo demostrar un teorema que le permitía tratar a los planetas como masas puntuales, don Isaac se despachó en su Principia con las Leyes Fundamentales de la Mecánica, Gravitación Universal incluída. Así, durante más de doscientos años, los científicos intentaron encontrarle errores sin éxito. Newton se hubiera muerto de risa en su tumba, pero no podía porque se lo estaban comiendo los gusanos y, además, ya estaba muerto.

En 1865, Maxwell metió todo lo que se sabía sobre electricidad y magnetismo (y un poquito más que él mismo inventó) en sus ecuaciones. Gracias a eso, pudo predecir en forma teórica la existencia de ondas electromagnéticas y de este modo natural se volvió inmortal. Ocho años después de la muerte de Maxwell, fue Hertz, quien con mucha concentración, logró emitir y detectar tales emanaciones. También pasó a la historia pero se devaluó un poquitito, haciendo necesario que se le quitaran varios ceros. Hoy circula como KHz, MHz y GHz.

Por aquellos no tan lejanos tiempos, los físicos, que ya eran tan pedantes como ahora, se creían que basándose en partículas sometidas a las durísimas leyes de Sir Isaac y en las buenas ondas de Hertz, podían explicarlo todo, absolutamente todo, lo que sucedía en nuestro humilde Universo. Sin embargo, los más engreídos se negaban a admitir que otros los habían madrugado con todos los descubrimientos importantes y dedicaron todos sus esfuerzos a tratar de defenestrar las Maravillosas Teorías Científicas que Todo Podían Explicarlo con éxito total.

Ya en la época de Newton, los científicos se sacaban los ojos discutiendo si la luz estaba constituida por partículas, o si era una onda en un ubicuo medio omnipresente que todo lo abarcaba, el conspicuo Eter Luminífero. El ruso, como no se decidía, sostuvo que los corpúsculos de luz asociados con los diferentes colores excitaban al éter en vibraciones características. Y por si esto fuera poco, por el mismo precio concluyó correctamente que el color rojo correspondía a la vibración etérea más larga, y el violeta a la más corta. Más tarde se dedicó a experimentar con la alquimia y luego de darle duro a las emanaciones de mercurio, plomo, arsénico y antimonio, decidió que la luz debía estar compuesta por corpúsculos que se comportasen con rectitud. En 1692 sufría de amnesia, insomnio, depresión y paranoia, por lo que tuvo que dejar la ciencia... para dedicarse a la política...(!!!) llegando a ocupar un cargo de Diputado del Parlamento.

En 1725, Bradley, profesor de astronomía de Oxford, intentaba medir la distancia a una estrella utilizando observaciones de distintas épocas del año, aprovechando la órbita terrestre como línea de base. Para su asombro, se encontró con que todas las estrellas, incluídas las muy lejanas que deberían parecer fijas, describían pequeñas elipses que reflejaban el movimiento orbital de la Tierra. Entonces le cambió el título a su paper y usó sus datos para efectuar una determinación de la velocidad de la luz, obteniendo un resultado en razonable agreement con el guarismo que había hallado Olaf Römer en 1676, basándose en los eclipses de la luna Io.

Pero no nos perdamos entre las sulfurosas nubes de Io y bajemos un poco a tierra firme: El asunto era que el descubrimiento de Bradley era una verdadera aberración: podía explicarse tanto suponiendo que la luz estaba formada por corpúsculos como dando por válida la teoría vibratoria, siempre que el éter se quedara bien quietecito mientras la Tierra lo penetraba viajando en órbita.

Con las ecuaciones de Maxwell, se concluyó que la luz era una onda e•m que según las antedichas ecuaciones, se debía propagar a velocidad constante c através del éter luminífero de acuerdo con la aberración de Bradley, el éter se quedaba quietito mientras el planeta lo iba penetrando. Apoyándose en estos razonamientos, Michelson trató de medir en 1881 la velocidad con que se movía la Tierra con respecto al éter, sin resultado, o mejor dicho con resultado nulo. Pero Lorentz leyó su paper y señaló un error en los cálculos. Entonces Michelson se juntó con Morley y repitieron el experimento con mayor precisión y otra vez les dió cero.

Esta vez Lorentz no pudo encontrar ningún error en el paper y se convenció. Este resultado espoleó las elucubraciones relativistas de Poincaré, Einstein y el susodicho y acabó con la publicación en 1905 de la celebérrima Teoría Especial de la Relatividad. Si bien esta teoría sirvió para finiquitar el asunto pendiente con el éter, era inconsistente con la gravitación de Newton, que exigía que los influjos gravitatorios se propagasen instantáneamente. Einstein trabajó entonces un poco más y luego de diez años de repetidos fracasos pudo dar forma a la Relatividad General.

Después de más de dos siglos, resultaba que Newton había metido la pata. Don Isaac se hubiera puesto verde en su tumba, pero no podía porque lo que quedaba de él estaba algo decolorado.


PABLO OSTROV
Universidad Nacional de La Plata