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El profeta
Isaías vivió en
Jerusalén en el siglo 8 antes de Cristo. Asiria era entonces la gran
superpotencia de Oriente. Buscando la expansión de su imperio, los
ejércitos asirios invadieron territorios de países vecinos.
Siria y el reino del Norte de Israel
(Efraim)
sellaron una alianza para detener a los asirios, pero
Acaz, rey de Judá
(el reino del Sur), se negó a participar. Se organizó entonces un golpe de
estado para quitarlo y poner a otro rey que fuera más cooperador. Viéndose
amenazado, Acaz recurrió a
Asiria, que desbarató la conspiración y sometió
a Efraim. Como vasallo de los asirios,
Acaz permaneció en el poder en
Jerusalén. Una década más tarde el reino del Norte se rebeló contra
Asiria.
El año 722 a.C. Samaria fue destruida y su población deportada.
Efraim-Israel
dejó de existir. En el 701 a.C. Ezequías, rey de
Judá, se rebeló contra
Senaquerib, rey de Asiria. El reino del Sur fue saqueado por las tropas de
la potencia imperialista y Ezequías quedó confinado en
Jerusalén.
Toda la predicación de Isaías, contenida en un libro bíblico, es
eminentemente política. Hombre cosmopolita, era consejero del
rey de Judá,
tanto en la época de la guerra sirio-efraimita como en el período en que
Ezequías fue mantenido en el poder pero sin poderes.
¿Por qué hay tantas guerras?, se preguntaba
Isaías. Su perspicacia
política no se circunscribía a ver los efectos. El profeta denunció las
causas de las desigualdades sociales, sobre todo la opulencia de las élites:
¡Pobres de aquellos que, teniendo una casa, juntan campo a campo!
¿Así que ustedes se van a apropiar de todo y no dejarán nada a los demás?
En mis oídos ha resonado la palabra de Yavé de los ejércitos: Han de
quedar en ruinas
muchas casas grandes y hermosas, y no habrá quien las habite.
¡Pobres de aquellos que se levantan muy temprano en busca de aguardiente,
y hasta muy entrada la noche continúan su borrachera! Hay cítaras,
panderetas, arpas, flautas y vino en sus banquetes, pero no ven la obra de Yavé, ni entienden lo que él está preparando.
¡Pobres de aquellos que
llaman bien al mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la
luz en tinieblas, que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay
de los que se creen sabios y se consideran inteligentes! ¡Ay de los que
perdonan al culpable por dinero, y privan al justo de sus derechos!
(5,8-23).
Isaías criticaba también la ociosidad libertina de las élites, en especial
de las mujeres:
Muy orgullosas andan las damas de Sión,
con el cuello estirado y la mirada provocativa, y caminan a pasitos cortos
haciendo sonar las pulseras de sus pies. El Señor llenará de sarna su
cabeza y quedarán peladas. En aquel día el Señor arrancará sus adornos:
pulseras para los tobillos, cintas y lunetas, pendientes, brazaletes,
velos, sombreros, cadenillas de pie, cinturones, frascos de perfume y
amuletos, sortijas, aros de nariz, vestidos preciosos, mantos, chales y
bolsos, espejos, lienzos finos, turbantes y mantillas (3,16-24).
Como Tolstoi, Isaías aspiraba a una vida de desapego y sencillez. Toda su
literatura está impregnada de fuerte connotación utópica:
El lobo
habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero
comerá al lado del león y un niño pequeño los cuidará. La vaca y el oso
pastarán en compañía, y sus crías reposarán juntas, pues el león también
comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho pisará el hoy de la
víbora, y sobre la cueva de la culebra el pequeñuelo colocará su mano
(11,6-9).
Todo el mensaje de
Isaías está concentrado en esta afirmación:
El fruto de la justicia será la paz (32,17).
Es inútil desear la paz sin erradicar antes las causas que producen
conflictos, violencia y guerra. Por eso mismo, él se mofaba de los
idólatras, que adoraban objetos hechos por manos humanas, y de los que se
creían profundamente religiosos pero sin conceder libertad a los
oprimidos: ¿No saben cuál es el ayuno que me
agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar
libres a los oprimidos, romper toda clase de yugo, y compartir la comida
con quien pasa hambre (58,6-7).
Isaías es un caso raro de alguien que convivió con el poder pero que nunca
abandonó su compromiso con los más oprimidos. Su visión de Dios no tenía
nada de maniqueísta, ni de fundamentalista. Al equilibrio de fuerzas
añadía la justicia; y a la justicia le añadía el amor. Sólo el amor es
capaz de superar el derecho y evitar hacer de las diferencias
divergencias, pues nos enseña a convivir con quien no es como nosotros ni
piensa como pensamos nosotros y, sin embargo, posee la misma dignidad
humana. De las lecciones del profeta podemos concluir que, sin una ética
globalizada, el actual modelo neoliberal de globo-colonización no dejará de
poner los intereses privados sobre el derecho público, las fuentes de
riqueza por encima del bienestar de la población, las ambiciones
imperialistas por arriba de la soberanía de los pueblos.
Quizás la meditación de los textos de Isaías nos ayude a recorrer un
camino señalado en la geografía bíblica hace 2.800 años. Sólo nos queda
grabarlo en las entrañas del corazón. |