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1266 • ISAÍAS Y LA PAZ

 

Viernes, 20 de enero de 2006

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El profeta Isaías vivió en Jerusalén en el siglo 8 antes de Cristo. Asiria era entonces la gran superpotencia de Oriente. Buscando la expansión de su imperio, los ejércitos asirios invadieron territorios de países vecinos. Siria y el reino del Norte de Israel (Efraim) sellaron una alianza para detener a los asirios, pero Acaz, rey de Judá (el reino del Sur), se negó a participar. Se organizó entonces un golpe de estado para quitarlo y poner a otro rey que fuera más cooperador. Viéndose amenazado, Acaz recurrió a Asiria, que desbarató la conspiración y sometió a Efraim. Como vasallo de los asirios, Acaz permaneció en el poder en Jerusalén. Una década más tarde el reino del Norte se rebeló contra Asiria. El año 722 a.C. Samaria fue destruida y su población deportada. Efraim-Israel dejó de existir. En el 701 a.C. Ezequías, rey de Judá, se rebeló contra Senaquerib, rey de Asiria. El reino del Sur fue saqueado por las tropas de la potencia imperialista y Ezequías quedó confinado en Jerusalén.

Toda la predicación de Isaías, contenida en un libro bíblico, es eminentemente política. Hombre cosmopolita, era consejero del rey de Judá, tanto en la época de la guerra sirio-efraimita como en el período en que Ezequías fue mantenido en el poder pero sin poderes.

¿Por qué hay tantas guerras?, se preguntaba Isaías. Su perspicacia política no se circunscribía a ver los efectos. El profeta denunció las causas de las desigualdades sociales, sobre todo la opulencia de las élites:

¡Pobres de aquellos que, teniendo una casa, juntan campo a campo! ¿Así que ustedes se van a apropiar de todo y no dejarán nada a los demás? En mis oídos ha resonado la palabra de Yavé de los ejércitos: Han de quedar en ruinas muchas casas grandes y hermosas, y no habrá quien las habite.
¡Pobres de aquellos que se levantan muy temprano en busca de aguardiente, y hasta muy entrada la noche continúan su borrachera! Hay cítaras, panderetas, arpas, flautas y vino en sus banquetes, pero no ven la obra de Yavé, ni entienden lo que él está preparando.
¡Pobres de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas, que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay de los que se creen sabios y se consideran inteligentes! ¡Ay de los que perdonan al culpable por dinero, y privan al justo de sus derechos!
(5,8-23).

Isaías criticaba también la ociosidad libertina de las élites, en especial de las mujeres:

Muy orgullosas andan las damas de Sión, con el cuello estirado y la mirada provocativa, y caminan a pasitos cortos haciendo sonar las pulseras de sus pies. El Señor llenará de sarna su cabeza y quedarán peladas. En aquel día el Señor arrancará sus adornos: pulseras para los tobillos, cintas y lunetas, pendientes, brazaletes, velos, sombreros, cadenillas de pie, cinturones, frascos de perfume y amuletos, sortijas, aros de nariz, vestidos preciosos, mantos, chales y bolsos, espejos, lienzos finos, turbantes y mantillas (3,16-24).

Como Tolstoi, Isaías aspiraba a una vida de desapego y sencillez. Toda su literatura está impregnada de fuerte connotación utópica:

El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño pequeño los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía, y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho pisará el hoy de la víbora, y sobre la cueva de la culebra el pequeñuelo colocará su mano (11,6-9).

Todo el mensaje de Isaías está concentrado en esta afirmación: El fruto de la justicia será la paz (32,17).
Es inútil desear la paz sin erradicar antes las causas que producen conflictos, violencia y guerra. Por eso mismo, él se mofaba de los idólatras, que adoraban objetos hechos por manos humanas, y de los que se creían profundamente religiosos pero sin conceder libertad a los oprimidos: ¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper toda clase de yugo, y compartir la comida con quien pasa hambre (58,6-7).

Isaías es un caso raro de alguien que convivió con el poder pero que nunca abandonó su compromiso con los más oprimidos. Su visión de Dios no tenía nada de maniqueísta, ni de fundamentalista. Al equilibrio de fuerzas añadía la justicia; y a la justicia le añadía el amor. Sólo el amor es capaz de superar el derecho y evitar hacer de las diferencias divergencias, pues nos enseña a convivir con quien no es como nosotros ni piensa como pensamos nosotros y, sin embargo, posee la misma dignidad humana. De las lecciones del profeta podemos concluir que, sin una ética globalizada, el actual modelo neoliberal de globo-colonización no dejará de poner los intereses privados sobre el derecho público, las fuentes de riqueza por encima del bienestar de la población, las ambiciones imperialistas por arriba de la soberanía de los pueblos.

Quizás la meditación de los textos de Isaías nos ayude a recorrer un camino señalado en la geografía bíblica hace 2.800 años. Sólo nos queda grabarlo en las entrañas del corazón.

FREI BETTO
Fraile dominico, asesor de pastoral y escritor
Extractado de su artículo "La Paz de mis sueños"