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Las dramáticas imágenes
difundidas por las cadenas informativas
estadounidenses, mostrando la devastación provocada por los
huracanes, y el éxodo obligado de miles de personas, son un pálido reflejo
de la cada vez más abrumadora realidad que afecta a millones de seres
humanos en todo el mundo: los desplazados debido a graves crisis
ecológicas que llegan a unos 50 millones de personas por año, según un
informe de las Naciones Unidas del 28 de
noviembre de 2005.
Obviamente, la mayoría de estos dramas se desarrolla frente a la
indiferencia de esas mismas cadenas
televisivas, que reaccionan solo cuando el desastre es sorpresivo y
espectacular, como un huracán o un maremoto. Procesos mucho más lentos,
pero igualmente devastadores suceden sin embargo en todos los extremos del
mundo, y han llevado a organismos internacionales como la
Cruz Roja, a señalar que hoy existen más
desplazados por conflictos ambientales que por la guerra.
El desinterés periodístico por estas historias provoca que las enormes
masas humanas desplazadas reciban mucha menos ayuda internacional que, por
ejemplo, las víctimas del huracán Katrina o
del tsunami en Indonesia. Además, los países
vecinos los rechazan, pues la falta de conciencia respecto a este tema,
hace que no puedan invocar la condición de refugiados, toda vez que su
exilio no se debe a motivos políticos, como si el dolor del hambre, o la
destrucción del hogar no fueran razón suficiente.
La desertificación de zonas otrora prósperas, la elevación de los mares en
algunas regiones costeras, y el empobrecimiento y degradación de vastos
terrenos agrícolas, son solo algunas de las causas de esta migración
forzada. La incomprensión de los gobiernos de países ricos o de organismos
multinacionales, se explica porque existe la percepción generalizada de
que estos fenómenos tienen su origen en la naturaleza, cuando en realidad
ha sido la acción directa del hombre, principalmente producto de la
sobreexplotación y la contaminación industrial, la responsable de estos
problemas.
Tal es la razón de que algunas pequeñas naciones insulares hayan acusado
formalmente a los grandes países industriales de terrorismo ecológico,
debido a que el derretimiento de los casquetes polares está levantando el
nivel del océano Pacífico, y amenaza con
sepultar bajo sus aguas a Tuvalo, Kiribati y
algunas de las islas Maldivas, todos estados
soberanos que ven al calentamiento global como una amenazante realidad, y
no como la improbable situación que describen a menudo los líderes
mundiales y los dueños de las transnacionales.
De hecho, el estado insular de Tuvalo, ya
tiene un acuerdo con Nueva Zelanda, para
trasladar ahí a sus 11 mil habitantes, frente a la posibilidad de que esta
isla sea tragada por las aguas, algo que inevitablemente sucederá dentro
de los próximos 50 años.
Situaciones similares se repiten en todo el mundo: en
China, el desierto de
Gobi crece 10 mil kilómetros cuadrados al año, situación que se
repite en Marruecos, Túnez y
Libia. En Egipto,
la mitad de las tierras cultivables se están salinizando, mientras que en
Turquía 160 mil predios agrícolas son
víctimas de la erosión.
Algunas de estas situaciones son evitables, o al menos pueden prevenirse y
disminuirse sus efectos. Pero nada de eso sucederá mientras se mantenga la
misma falta de voluntad política y se privilegie la explotación y el lucro
por sobre cualquier otra consideración, aun cuando está en juego toda la
especie humana.
Mientras eso no ocurra, millones de desplazados seguirán siendo víctimas
del verdadero terrorismo ecológico y su eterno huracán de errores
políticos, sociales y económicos. |