"Pero...
Si cualquiera puede copiar tus libros y no comprarlos, ¿de qué vas a
vivir?"
Esta pregunta es hecha a menudo, casi siempre seguida
de la observación siguiente:
"El copyright es necesario, ¡hace falta proteger a
los autores!"
Este tipo de afirmaciones revela cuánto humo a conseguido arrojar
la cultura dominante (basada en el principio de propiedad) y la industria
del entretenimiento a los ojos del público. En los medios y en nuestras
mentes se perpetúa una ideología confusa en materia de derechos de
autor y propiedad intelectual, pese a que el renacer de los movimientos y
la transformación en curso la estén poniendo en crisis.
Sólo a los parásitos les conviene hacer creer que el "copyright"
(derechos sobre la copia) y los
"derechos de autor" son la misma cosa, o que exista la
contraposición entre "derecho de autor" y "piratería".
No es así. Los
libros del colectivo Wu Ming son publicados bajo la siguiente nota:
"Está permitida la reproducción total o parcial de
esta obra y su difusión telemática siempre y cuando sea para uso personal
de los lectores y no con fines comerciales". Esa nota está basada
en el concepto "copyleft" inventado en los años ochenta por el
"Movimiento por el Software Libre" de Richard
Stallman y compañía, y que está siendo aplicado en sectores de
la comunicación, la creatividad, la divulgación científica y las artes.
"Copyleft" es una filosofía que se
traduce en diversos tipos de licencias comerciales, la primera de las
cuales fue la GPL [GNU Public License]
del software libre, nacida para tutelar a éste último e impedir que nadie
(por ejemplo Microsoft) se apropie y
privatice los resultados del trabajo de comunidades libres de usuarios y
programadores. Para quien no lo sepa, el software libre
(como ejemplo Linux) se caracteriza por
tener el "código abierto", lo que lo hace
potencialmente controlable, modificable, mejorable y copiable por los
usuarios.
Si el software libre hubiera sido simplemente
de dominio público, tarde o temprano hubiera
caído bajo el control de los buitres de la industria. La solución fue
revertir el copyright, haciendo que pasase
de ser un obstáculo a la libre reproducción a ser la garantía de
ésta última. En palabras llanas: si yo pongo
copyright sobre mi obra, soy su propietario; esto me otorga poderes
suficientes para decir que, con esa obra, puedes hacer lo que
te parezca: puedes copiarla, difundirla, modificarla, etc. Lo que no
puedes hacer es prohibir que otro haga lo mismo, es decir, no
puedes apropiarte de ella e impedir su libre circulación, no puedes poner
copyright sobre ella (porque ya hay uno puesto y me pertenece) y además si
lo haces te buscas la ruina y te las ves conmigo.
En resumen, un ciudadano normal, que no tiene dinero para comprar mi
libro, o que no quiere comprarlo encuadernado, puede tranquilamente
fotocopiarlo, escanearlo usando OCR o descargarlo gratis de mi sitio web.
Esta reproducción no es con ánimo de lucro, y por tanto está perfectamente
autorizada por mí. Ahora bien, si un editor quiere
comercializarlo en algún país, o si un productor cinematográfico quiere
trasladarlo a la pantalla, eso es una reproducción con ánimo de lucro, y
por tanto estos señores deberán ponerse en contacto y pagar una cantidad,
porque es justo que nos "lucremos" nosotros también, ya que el libro lo
hemos escrito nosotros.
Volviendo a la pregunta inicial: ¿estamos perdiendo
dinero?. La respuesta es simplemente no. Cada vez más
experiencias editoriales demuestran que la lógica "copia
pirata = copia no vendida" no tiene nada de lógica. Si no fuera
así, no se comprendería el hecho de que nuestra novela Q,
descargable gratuitamente desde hace tres años, haya llegado a la
duodécima edición y haya superado las doscientas mil copias vendidas. En
realidad, en el ámbito editorial, cuanto más circula una obra, más vende.
Otros ejemplos de esto vienen incluso de un país obsesionado con la
propiedad intelectual como es EE.UU.
Basta con
explicar lo que está pasando con mis libros. El señor X se
conecta a nuestro sitio y descarga, digamos, 54. Si lo hace desde el
trabajo o la universidad y lo imprime allí, no gasta un centavo. X
lo lee y le gusta. Le gusta de tal manera que decide regalarlo, y por
supuesto no puede presentarse en la fiesta de cumpleaños con una pila de
hojas A4. Por tanto, se encamina a la librería y lo compra. Una
"copia pirateada = una copia vendida". Hay
quien ha descargado nuestro libro y, a continuación de leerlo, lo ha
regalado seis o siete veces. "Una copia pirateada =
varias copias vendidas". Incluso aquellos que no tienen dinero para
regalos comentan a otros que han leído el libro y que les ha gustado, con
lo que tarde o temprano alguien lo comprará o seguirá el proceso
anteriormente descrito (descarga-lectura-compra-regalo).
Si hay alguien a quien el libro no le gusta, por lo menos, no habrá
gastado ni un centavo.
De este modo, como sucede con el software libre y con el
Open Source, se reconcilia la exigencia de
una justa recompensa por el trabajo realizado por un autor (o más
precisamente por un trabajador del saber) con la salvaguarda de la
reproducibilidad de la obra (es decir, de su uso social). Se exalta el
derecho de autor reprimiendo al
copyright, en la cara de los que creen que
son la misma cosa.
Si la mayoría de las editoriales no se han percatado todavía de esta
realidad y son conservadoras en materia de copyright es por cuestiones más
ideológicas que mercantiles, aunque creemos que no tardarán en abrir sus
ojos. El mercado editorial no está en riesgo de extinción como la
industria discográfica: son distintas las lógicas, son distintos los
soportes, son distintos los circuitos, la forma de consumo también es
diferente, y, sobre todo, el mercado editorial no ha perdido todavía la
cabeza, no ha reaccionado con redadas en masa, denuncias y procesos a la
gran revolución tecnológica que "democratiza"
el acceso a los medios de reproducción. Hace unos cuantos años, una
grabadora de CDs estaba disponible únicamente para un estudio de
grabación, mientras que hoy la tenemos en casa, en nuestro ordenador
personal. Por no hablar del peer-to-peer, etc. Esto es un cambio
irreversible, frente al cual toda la legislación sobre propiedad
intelectual se convierte en obsoleta, se queda en estado de putrefacción.
Cuando se inventó el copyright, hace tres siglos, no existía ninguna
posibilidad de "copia privada" o de "reproducción
sin ánimo de lucro", ya que sólo un editor tenía acceso a la
máquina tipográfica. Los demás estaban obligados a renunciar al libro
si no podían comprarlo. El copyright no era percibido como antisocial. Era
el arma de un empresario contra otro y no de un empresario contra el
público. Hoy la situación ha cambiado drásticamente, el público ya no está
obligado a comprar, tiene acceso a la maquinaria (computadores,
fotocopiadoras...) y el copyright es un arma que dispara contra la
multitud.
Quedan muchas cosas que decir, y debemos volver a lo básico: partimos
del reconocimiento de la génesis social del saber:
Nadie tiene ideas que no hayan sido directa o indirectamente influenciadas
por las ideas de otros y por las relaciones sociales que mantiene en las comunidades de las que
forma parte, y si la génesis es social, el uso debe permanecer social a su
vez.
|