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Mi madre me llama a Barcelona
y me dice: Hijo, por Dios, ¿se puede saber en qué
lío te has metido?
Le digo: No, mamá, no me he metido en ningún
lío, he ganado un premio.
Me dice: No me mientas, mi amor.
Le digo: Te juro, mamá, he ganado un premio.
Me dice: No es lo que he leído en el periódico,
Jaimín.
Le pregunto: ¿Qué has leído, mamá?
Me dice: Acá en Lima ha salido en todos los
periódicos que has hecho algo muy feo en España y que hay unos señores
escritores que dicen que has escrito unas cosas horribles sobre un
subterráneo o algo así y que están muy molestos contigo.
Le digo: No, mamá, no es así, es sólo la opinión de
un escritor...
Me interrumpe: Amor, tú sabes que te conozco más que
nadie en todo el mundo, a tu mami no le puedes mentir. Yo sé que has hecho
algo malo. Es mejor que lo reconozcas con humildad cristiana y que pidas
perdón y que devuelvas lo que te has robado.
Le digo: No he robado nada, mamá, no tengo que
devolver nada.
Me dice: Bueno, tú sabrás, haz un examen de
conciencia y pregúntale a Nuestro Señor si debes devolver esa plata que te
han dado. Porque acá los diarios dicen que hay unos señores muy
importantes en España que están reclamando que devuelvas esa plata, amor.
Le digo: No, mamá, nadie me pide que devuelva la
plata.
Me dice: No es lo que he leído en el
periódico, amor. Acá te paso con tu papá.
Mi padre toma el teléfono y me dice: Hijo, por
favor, devuelve el premio, hazlo por la familia.
Le digo: ¿Por qué me dices eso, papá?
Me dice: Hijo, no puedes seguir haciendo
escándalos por el mundo. La familia acá en Lima sufre mucho por tu culpa.
Tienes que devolver esa plata. Todo el jurado está diciendo que no la
mereces. Ten un poco de dignidad y devuélvela, hombre.
Le digo: No es todo el jurado, papá. Es sólo un
miembro del jurado.
Me dice: No, hijo. Yo vi las noticias en
Televisión Española. Había una señora mayor que también decía que no
merecías ese premio.
Le digo: Bueno, sí, eran dos miembros del jurado.
Me dice: Hijo, la reputación de la familia está
primero. Si has hecho trampa, reconócelo y devuelve los 180 mil dólares.
Le digo: No he hecho trampa, papá.
Me dice: No es lo que dicen los periódicos, Jaime.
Acá ha salido clarito que tu novela es una reverenda cagada y que hay un
tremendo escándalo en España porque todos los escritores están reclamando
que te boten del país.
Le digo: No es así, papá. Están exagerando.
Me dice: ¿Quieres que te pase por fax las cosas que
he recortado en los periódicos acá en Lima? Dame el fax del hotel y te
mando los recortes.
Le digo: Papá, no he hecho nada malo, he escrito una
novela y he postulado a un premio y he quedado segundo.
Me dice: Sí, pero el jurado no está de acuerdo.
Le digo: Pero el jurado me ha dado el segundo
puesto.
Me dice: No, hijo, no mientas, el jurado no te ha
dado nada, lo que te han dado en todo caso es una tremenda regañada.
Le digo: Bueno, sí, más que un premio, pareció una
amonestación.
Me dice: Yo te aconsejo que devuelvas la plata y que
pidas disculpas y que dejes de escribir esos libros tan jodidos que andas
escribiendo. Hazme caso. Yo soy tu viejo. Y más sabe el diablo por viejo
que por diablo.
Le digo: Gracias, papá.
Me dice: De nada, hijo. Y mándale saludos de mi
parte a ese señor Massé. Dile que me cae muy bien y que estoy totalmente
de acuerdo con él.
Le digo: Es Marsé, papá. Juan Marsé.
Me dice: Sí, pues, de Massé te estoy hablando. Dale
un abrazo de mi parte. Me cae bien ese tipo. Me parece un tipo de primera,
muy moral. Dile que cuando vaya a Barcelona quiero invitarlo a cenar.
Seguro que podemos ser buenos amigos. Acá te paso con tu mamá.
Mi madre me dice: Hijo, cuéntame, ¿cómo es eso que
un ángel te cambió la vida?
Le digo: Bueno, es como un ángel, en realidad es una
empleada doméstica.
Me dice: Pero ¿de verdad se te apareció un ángel,
amor? Porque no sabes cuánto rezo para que se te aparezca el Espíritu
Santo y te ilumine el camino.
Le digo: Bueno, sí, se me apareció un ángel, por eso
escribí la novela.
Me dice: Ay, Jaimín, qué ganas de leerla, por fin
escribes una novela sobre lo sobrenatural, debe ser un milagro que ha
hecho San Josemaría, no sabes cuánto le rezo por ti.
Le digo: Gracias, mamá.
Me dice: Pero devuelve la plata, amor. Dale gracias
al Espíritu Santo por mandarte un ángel y devuelve esa plata cochina que
no te mereces.
Le digo: Ya, mamá. No te preocupes.
Me dice: Y si se te aparece otro ángel, dile que te
lleve por el camino de San Josemaría, por el camino de la santificación de
la vida cotidiana.
Le digo: Ya, mamá.
Cuelgo.
Me llama la madre de mis hijas y dice: Jaime, no
sabes, me has armado un escándalo en la casa.
Le digo: ¿Por qué?
Me dice: Porque todas las empleadas están furiosas.
Quieren renunciar.
Le digo: ¿Por qué?
Me dice: Porque dicen que no es justo que le
escribas un libro a Meche y que no saques nada de ellas. Están
celosísimas. La tratan pésimo a Meche.
Le digo: No puede ser, qué barbaridad.
Me dice: Pero cómo no se te ocurrió pensar en eso.
Le digo: Lo siento, soy un tonto.
Me dice: Vas a tener que escribir otra novela
hablando de Gladys, de Haydé, de Gisela y de Rocío.
Le digo: Te prometo.
Me dice: Acá te pasó con Meche.
La señora Mercedes, que cuida a mis hijas, toma el teléfono y me
dice: Joven.
Le digo: Hola, Mechita.
Me dice: Bien molesta estoy con usted, joven.
Le digo: ¿Por qué, Mechita?
Me dice: Porque anda diciendo que soy una bruta,
pues.
Le digo: No, Mechi, no he dicho eso.
Me dice: Acá ha salido en el periódico, joven, que
usted anda diciendo que soy bien burra, que no sé leer. ¿Por qué tiene que
andar diciendo esas cosas, joven?
Le digo: Pero las digo con cariño, Mechita. Te juro
que quedas bien en la novela.
Me dice: Siempre dice lo mismo, joven. Y después
pura encamada nomás hay en sus libros.
Me río.
Me dice: ¿Me ha encamado en su libro, joven?
Le digo: Nada de cama, Meche. Te juro.
Me dice: Pero no diga que no sé leer, pues, joven.
Yo algo sí sé leer. No me deje como bruta.
Le digo: Mil disculpas, Mechi. No sabía. Pensé que
no sabías leer.
Me dice: Otra cosa, joven. No ande diciendo que mi
viejita me vendió. A la que vendieron fue a la Gladys, que está furiosa
con usted.
Le digo: Pero tú me dijiste que te vendieron, Mechi.
Me dice: No, joven, a mí no me vendieron, fue a la
Gladys.
Le digo: Lo siento, Mechi. Soy un tonto.
Me dice: Acá le paso con sus gatitas, que lo quieren
saludar.
Le digo: Gracias, Mechita.
Mi hija toma el teléfono y me dice: Papi, ¿cuánta
plata has ganado?
Le digo el monto del premio.
Me dice: Bueno, apunta, estos son los regalos que me
vas a traer. |