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Aunque ninguna de las
justificadas y urgentes demandas sociales que se le hacen al modelo
neoliberal, impuesto en Latinoamérica y gran
parte del mundo, lograran hacer un cambio estructural al modelo de
acumulación que conlleva el neoliberalismo y la globalización galopante
que todos sufrimos, el orden neoliberal que ha sido creado tendría que
enfrentarse a una transformación profunda, ya no urgido por los
movimientos sociales, sino por una realidad mucho menos negociable ni
susceptible de represión político-militar: la escasez de recursos
naturales, especialmente del agua.
Esta realidad está a la vuelta de la esquina.
Únicamente el 2,5% del agua del planeta es
dulce, y menos de la mitad está disponible para ser utilizada. Actualmente
más de 1.200 millones de personas, sobre todo en
América Latina, África y Asia, sufren la escasez del vital elemento
en algún grado. Según el Fondo de Población de
Naciones Unidas, dentro de 25 años una de cada tres personas en la
Tierra tendrá poca agua o nada.
Las obvias consecuencias de esta escasez (desertificación, menos
producción de alimentos, aumento de enfermedades infecciosas y destrucción
de ecosistemas), ya es motivo de tensiones políticas y sociales internas
en Latinoamérica, tal como ocurrió hace pocos
años en Bolivia, donde la privatización del
agua potable de Cochabamba, alzó a su gente
en una revuelta que acabó con varios muertos y con la ciudad en estado de
sitio.
Estos mismos problemas internos, se transformarán pronto en conflictos
internacionales, cuando se acentúe aún más la diferencia entre países
ricos en agua y los que no cuentan con grandes reservas; todo esto
enmarcado en un sistema económico que ha sido incapaz de asignar
eficientemente este recurso.
Lo anterior es un reflejo de dos fenómenos crecientes en todo el planeta:
la privatización del agua, donde las grandes transnacionales están
haciendo sentir su poder económico en muchos pueblos del
Tercer Mundo, en un negocio que se sabe es
altamente lucrativo.
Coca Cola predice que su agua (en algunos
países más cara que la gasolina) terminará dando mayores beneficios que
sus bebidas gaseosas en muy pocos años. Para esto basta recordar la
polémica suscitada en el Reino Unido hace
exactamente un año, cuando esta transnacional reconoció estar envasando
agua potable de Londres, para venderla como
agua mineral a 3 euros el litro.
El segundo fenómeno es la cada vez más acelerada militarización de las
grandes fuentes de agua, o como se presenta eufemísticamente bajo la "protección"
de potencias extranjeras. Por ejemplo, diversos analistas concuerdan que
uno de los objetivos estratégicos de la invasión a
Irak fue el control de los dos ríos más importantes del
Medio Oriente, territorio donde el agua es
tan preciada como el petróleo.
Y existen ejemplos mucho más cercanos: en Argentina,
una investigación del Centro de Militares para la
Democracia, llegó a una preocupante conclusión: "La
cíclica presencia del Comandante del Ejército Sur de EE.UU. en la Triple
Frontera, las declaraciones del Departamento de Estado y los rumores de
que allí habría terroristas tienen un objetivo: el control del Sistema
Acuífero Guaraní (SAG), un verdadero océano de agua potable subterráneo
que tiene allí su principal punto de recarga".
Ampliamente demostrada la inoperancia del mercado para administrar este
recurso, sólo queda una cosa por hacer: convencer a los pueblos del
mundo que el agua, más que un bien negociable, es un derecho básico, y que
como tal requiere la protección estatal para ser garantizada a la
ciudadanía.
Si cada Estado es incapaz de asegurar este derecho, tendremos entonces que
seguir el valiente ejemplo cochabambino, que
logró a fuerza de desobediencia civil, recuperar su derecho fundamental de
contar con agua para seguir viviendo.
(N.del E.: Otro artículo sobre el mismo tema en "Guerra
del Agua") |