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1181 • LA AMENAZA FANTASMA

 

Viernes, 23 de septiembre de 2005

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La ferocidad de la catástrofe es una sola, pero la forma que adopta es múltiple. A las catástrofes naturales imprevisibles, como el tsunami en Asia, hay que sumarle las catástrofes semiprevisibles y anunciadas como fue el dantesco paso del huracán Katrina. Pero a ello, finalmente, hay que agregarle una categoría de catástrofe de otro orden, que es la producida por un estado de terror generalizado, como la que ocurrió esta semana sobre un puente iraquí en el que una estampida humana provocó centenares de muertos.

Estos tres tipos de tragedia parecen configurar una secuencia que va de lo natural a lo artificial. Comienza con la tragedia inevitable, prosigue con la tragedia semianunciada (y a veces semiprovocada y evitable, cuando se trata de cataclismos producidos por efectos de daño ambiental), para culminar con lo que podríamos llamar la tragedia manufacturada, que es aquella que uno se provoca a sí mismo, acaso la más temible.

En el caso del puente, el terror a una atacante produjo una cantidad de muertos muy superior a la que hubiera producido el atacante mismo. Fue secundario finalmente si existió ó no el suicida sobre el puente, ya que bastó su fantasma para provocar el suicidio de buena parte del resto. Así, la amenaza fantasma adquirió un poder que hubiera sido la envidia de cualquier atacante real. Y en este caso se ve cómo la ceguera que produce el miedo es la herramienta de la que se vale el acontecimiento para producirse.

El caso del puente es un ejemplo, en pequeño, de lo que puede crear un clima paranoico, y es homologable con los efectos que está produciendo  la política “preventiva” sobre el terror, denominación irónica, ya que produce lo que busca prevenir. Existe un clima mundial de imperio de la seguridad y de frenesí preventivo, una propagación política del terror, que es cada vez más propicio para el gobierno de los espectros. Espectros que, como el del puente, pueden tener efectos más devastadores que la amenaza real.

En algún sentido la tragedia es siempre manufacturada, lo otro es sólo catástrofe natural. Para que haya tragedia deben combinarse sutilmente, en el mismo actor, inocencia y culpabilidad. Como sucede en el teatro griego y en algunas obras de la literatura, el trabajo de evitar atolondradamente algo configura palmo a palmo, con precisión de orfebre, aquello que se quiere evitar.

ENRIQUE VALENTE NOAILLES
Diario La Nación (4/09/05)
Colaboración P. Pascual