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Esta semana, en Italia, asistí
a un encuentro cultural organizado por el gobierno regional de los
Abbruzzos. En un marco bellísimo, entre el
nevado Gran Sasso y el
Mar Adriático, el diálogo tuvo un desarrollo normal hasta que un
profesor de Historia de una universidad de la región, con lenguaje
flamígero, denunció al imperialismo yanqui y sus intenciones de asesinar
a Hugo Chávez.
Acto seguido, tomó la palabra un músico chileno que historió el golpe de
1973 y tras denostar a la CIA y al
imperialismo por la pertinaz protección a Pinochet,
se cargó a toda la Concertación chilena, acusando a
Aylwin, Frei y Lagos de "no ser socialistas
marxistas sino socialdemócratas" y por lo tanto entregados
vilmente a los oscuros designios de Bush.
Ambos fueron aplaudidos por medio auditorio, mientras la otra mitad se
silenciaba. Entonces, un profesor de Economía elogió las políticas
globalizadoras y la alianza de Europa con
los Estados Unidos; hizo una cerrada defensa
de las clases medias venezolanas que luchan contra "ese
dictador aprendiz de Fidel Castro" y englobó a ambos más
Lula y Kirchner
en una especie de nuevo "eje del mal"
latinoamericano que somete a los pueblos y aniquila la libertad.
Aunque a los gritos y con acusaciones cruzadas de "fascistas" y "comunistas",
el escandalete no pasó a mayores porque a un costado se había preparado
una fabulosa porchetta (chancho asado a las
brasas) rociada con botellas de Montepulciano
d'Abbruzzo, un tinto local sencillamente espectacular.
Mi moderada actuación en dicha mesa pasó, por fortuna, más bien
desapercibida, pero me forzó a evocar estilos de discurso que, con igual
infantilismo, siguen vigentes en la Argentina.
Como si 22 años de democracia, tolerancia y respeto a los diferentes aún
no hubiesen hecho pie en el plano del pensamiento, ese terreno que no
debe definirse por el grito sino por la profundidad conceptual.
Entre nosotros hay una izquierda y una derecha que, de manera enfermiza,
no sólo no abandonan las viejas consignas sino que no logran superar el
estilo idiota del grito y el panfleto que solamente busca el aplauso de
los que ya están convencidos. Esta forma infantil de amalgamar a los que
ya comparten las consignas deja de lado lo mejor que debe tener todo
discurso político: persuadir a los que dudan,
convencer a los contrarios, sumar adeptos al ideario que se propone.
Entre nosotros sucede cuando la izquierda latinoamericana reclama apoyos
a la revolución cubana, por ejemplo. O cuando la derecha se pinta la cara
y la demoniza de las maneras más burdas. Entonces, el apoyo o la condena
deben ser absolutos, incondicionales.
Es una vieja manía latinoamericana que me sorprendió encontrar, en estado
puro, en la Europa actual. Cierto que
Italia es siempre un hervidero de debates ideológicos, pero me
asombró este comportamiento antiguo y plagado de lugares comunes en
académicos de larga currícula.
Cuando los discursos carecen de matices, no se miden tonos ni
consecuencias. No interesa esclarecer, sumar, hacer docencia. La
compulsión al maximalismo, al todo o nada, a "con
nosotros o contra nosotros" iguala, en eso, a la
ultraizquierda argentina actual con el
Sr. Bush a la hora de incendiar el mundo. Lo
cual sólo favorece a la derecha vernácula, que a cada rato saca a relucir
su bestiario para repetir consignas de estúpido nacionalismo y aparente "pacificación"
que en realidad sólo tienden a la desmemoria y a restaurar viejos
autoritarismos.
Es ejemplar el caso de Telesur, que nació
con la saludable propuesta de ser una televisión alternativa capaz de
ofrecer una visión noticiosa latinoamericana, pero hasta ahora no pasa de
ser un repertorio de obviedades. Pareciera que quienes manejan ese medio
ignoran que no es propaganda lo que deben hacer, sino información. O
quizá nadie les ha dicho que Hugo Chávez
dando discursos de ironía elemental contra el remanido "imperialismo
yanqui" no es televisión alternativa sino propaganda que
convence sólo a los ya convencidos.
El peor discurso político se repite en la Argentina
de estos días. Mientras se revela la identidad de una monja francesa
víctima de la Dictadura, y algunos discuten cómo cantar la
Marcha Peronista, la derecha golpista se
hace un festival distorsionando la tragedia que nos hicieron vivir cuando
fueron gobierno (o sea, los últimos 40 años casi sin excepción).
En ese perverso servicio están Mariano Grondona,
la prédica feroz de Radio 10, la lamentable
mesa de café del Sr. Sofovich y sus
amigotes, algunos artículos de ambigua prosa que aparecen todos los días
en los grandes diarios y la constante presencia mediática del
Comisario Patti a quien sin embargo nadie le
pregunta sobre picanas y torturas.
El discurso político debiera ser, ante todo,
una suma de propuestas e ideas que incitaran a un debate para la
libertad. El buen discurso político debe estimular el cuestionamiento.
Debe esclarecer en vez de ocultar. Debe convencer en lugar de amalgamar.
Debe proponer en vez de imponer. |