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Los biólogos están
descubriendo que ciertos genes rigen aquellos comportamientos que
vinculan a los animales con sus congéneres o con otras especies. Además,
los llamados genes del comportamiento social permiten conocer más en
profundidad las estructuras cerebrales que permiten realizar tareas
complejas.
Treinta de estos genes han salido a la luz, la mayoría en estudios con
animales de laboratorio, como los gusanos, las moscas y los ratones
silvestres. Aunque los investigadores son reticentes a trasladar los
resultados obtenidos en animales a los seres humanos, se espera que
comprender las bases genéticas del comportamiento social animal arroje
algo de luz sobre el humano.
El mes pasado, investigadores informaron sobre el rol de ciertos genes en
el comportamiento sexual de los roedores silvestres y la mosca de la
fruta. Se sabía desde hacía tiempo que un solo gen promovía la fidelidad,
como también un buen comportamiento paternal en el roedor de la pradera
macho. Ahora, los investigadores descubrieron cómo este gen es modulado
naturalmente en una población de roedores, produciendo un espectro de
comportamientos que van de la monogamia a la poligamia, cada uno de los
cuales puede ser ventajoso en diferentes circunstancias ecológicas.
El segundo gen, estudiado ampliamente por biólogos en moscas de la fruta,
había sido asociado al complejo comportamiento de cortejo del macho. La
nueva investigación estableció que una cierta forma de presentación del
gen (que funciona de modo distinto en machos y hembras) es todo lo que se
necesita para inducir el complejo comportamiento del macho
(Ver Cuentómetro 1106).
Los genes del comportamiento social se presentan como un particular
rompecabezas, en tanto involucran circuitos neurales que responden a
elementos del medio ambiente. Catherine Dulac, de
Harvard, descubrió que
el ratón macho depende de las feromonas
(hormonas que son transportadas
por el aire) para decidir cómo comportarse ante otro ratón. Para
detectarlas se vale del órgano vomeronasal, que se encuentra en su nariz.
La regla que rige el comportamiento de los ratones macho ante los
extraños es simple: si es macho, atacar; si es hembra, aparearse. Pero
los ratones macho a los que se les han bloqueado las
células vomeronasales tratan de aparearse con los ratones macho invasores en
lugar de atacarlos.
Todos estos comportamientos, descubrieron hace años los científicos, son
controlados por el gen fruitless, que es "encendido" por un circuito
neuronal particular. Las diferentes proteínas que serán producidas por el
gen son controladas por un promotor
(una región del ADN que se encuentra
junto al gen) Recientemente, los investigadores han descubierto cuatro
de esos promotores.
Tres actúan de la misma forma en machos y en hembras, pero el cuarto
produce distintas proteínas según el sexo. Esta diferencia, parece, es la
clave del comportamiento de cortejo del macho. Barry
Dickson, de la Academia Austríaca de Ciencias, aportó una elegante prueba
de esta hipótesis, al modificar genéticamente a las moscas macho para que
produjeran las proteínas características de las hembras.
Las moscas macho no realizaron cortejo alguno, pero moscas hembra que
producían la proteína característica del macho agresivamente persiguieron
a otras hembras, realizando todos los pasos del cortejo, con excepción
del último: el apareamiento.
Pero ¿cómo gobierna esa proteína ese comportamiento complejo? El doctor Dickson y sus colegas hallaron que la proteína se produce en 21 cúmulos
neuronales en el cerebro de la mosca. Las neuronas, que probablemente
estén conectadas en un circuito, quizá dirijan cada paso del cortejo
según una secuencia. Y las moscas hembra poseen el mismo circuito
neuronal.
La pregunta pendiente es si estas bases genéticas que moldean el
comportamiento animal también están presentes en los seres humanos.
Larry
Young, de la Universidad de Emory, que estudia el comportamiento de los
roedores, afirma que, en los humanos, conductas como el amamantamiento,
el comportamiento maternal o el deseo sexual es probable que sean
moldeadas por los genes, pero, también, que el deseo sexual sea modulado
por la experiencia.
- Los genes nos proveen las bases para nuestros impulsos generales, y las
variaciones en esos genes explicarían los diferentes tipos de
personalidad de los seres humanos, pero en definitiva nuestro
comportamiento está mucho más influido por factores del medio ambiente
- explicó.
Los investigadores pueden explorar rigurosamente cómo los genes
comportamentales operan en los animales al someterlos a tests que sería
imposible realizar en humanos.
- El problema con los seres humanos es que
es extremadamente difícil probar cualquier cosa -dijo Dulac-
los seres
humanos simplemente no son un buen modelo experimental. |