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1144 COMPORTAMIENTO SOCIAL

 

Miércoles, 3 de agosto de 2005

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Los biólogos están descubriendo que ciertos genes rigen aquellos comportamientos que vinculan a los animales con sus congéneres o con otras especies. Además, los llamados genes del comportamiento social permiten conocer más en profundidad las estructuras cerebrales que permiten realizar tareas complejas.

Treinta de estos genes han salido a la luz, la mayoría en estudios con animales de laboratorio, como los gusanos, las moscas y los ratones silvestres. Aunque los investigadores son reticentes a trasladar los resultados obtenidos en animales a los seres humanos, se espera que comprender las bases genéticas del comportamiento social animal arroje algo de luz sobre el humano.

El mes pasado, investigadores informaron sobre el rol de ciertos genes en el comportamiento sexual de los roedores silvestres y la mosca de la fruta. Se sabía desde hacía tiempo que un solo gen promovía la fidelidad, como también un buen comportamiento paternal en el roedor de la pradera macho. Ahora, los investigadores descubrieron cómo este gen es modulado naturalmente en una población de roedores, produciendo un espectro de comportamientos que van de la monogamia a la poligamia, cada uno de los cuales puede ser ventajoso en diferentes circunstancias ecológicas.

El segundo gen, estudiado ampliamente por biólogos en moscas de la fruta, había sido asociado al complejo comportamiento de cortejo del macho. La nueva investigación estableció que una cierta forma de presentación del gen (que funciona de modo distinto en machos y hembras) es todo lo que se necesita para inducir el complejo comportamiento del macho (Ver Cuentómetro 1106).

Los genes del comportamiento social se presentan como un particular rompecabezas, en tanto involucran circuitos neurales que responden a elementos del medio ambiente. Catherine Dulac, de Harvard, descubrió que el ratón macho depende de las feromonas (hormonas que son transportadas por el aire) para decidir cómo comportarse ante otro ratón. Para detectarlas se vale del órgano vomeronasal, que se encuentra en su nariz.

La regla que rige el comportamiento de los ratones macho ante los extraños es simple: si es macho, atacar; si es hembra, aparearse. Pero los ratones macho a los que se les han bloqueado las células vomeronasales tratan de aparearse con los ratones macho invasores en lugar de atacarlos.

Todos estos comportamientos, descubrieron hace años los científicos, son controlados por el gen fruitless, que es "encendido" por un circuito neuronal particular. Las diferentes proteínas que serán producidas por el gen son controladas por un promotor (una región del ADN que se encuentra junto al gen) Recientemente, los investigadores han descubierto cuatro de esos promotores.

Tres actúan de la misma forma en machos y en hembras, pero el cuarto produce distintas proteínas según el sexo. Esta diferencia, parece, es la clave del comportamiento de cortejo del macho. Barry Dickson, de la Academia Austríaca de Ciencias, aportó una elegante prueba de esta hipótesis, al modificar genéticamente a las moscas macho para que produjeran las proteínas características de las hembras.

Las moscas macho no realizaron cortejo alguno, pero moscas hembra que producían la proteína característica del macho agresivamente persiguieron a otras hembras, realizando todos los pasos del cortejo, con excepción del último: el apareamiento.

Pero ¿cómo gobierna esa proteína ese comportamiento complejo? El doctor Dickson y sus colegas hallaron que la proteína se produce en 21 cúmulos neuronales en el cerebro de la mosca. Las neuronas, que probablemente estén conectadas en un circuito, quizá dirijan cada paso del cortejo según una secuencia. Y las moscas hembra poseen el mismo circuito neuronal.

La pregunta pendiente es si estas bases genéticas que moldean el comportamiento animal también están presentes en los seres humanos. Larry Young, de la Universidad de Emory, que estudia el comportamiento de los roedores, afirma que, en los humanos, conductas como el amamantamiento, el comportamiento maternal o el deseo sexual es probable que sean moldeadas por los genes, pero, también, que el deseo sexual sea modulado por la experiencia.
- Los genes nos proveen las bases para nuestros impulsos generales, y las variaciones en esos genes explicarían los diferentes tipos de personalidad de los seres humanos, pero en definitiva nuestro comportamiento está mucho más influido por factores del medio ambiente - explicó.

Los investigadores pueden explorar rigurosamente cómo los genes comportamentales operan en los animales al someterlos a tests que sería imposible realizar en humanos.
- El problema con los seres humanos es que es extremadamente difícil probar cualquier cosa -dijo Dulac- los seres humanos simplemente no son un buen modelo experimental.

NICHOLAS WADE
The New York Times
Colaboración R. Olmos