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1055 • LOS POZOS NEGROS |
Jueves, 31 de marzo de 2005 |
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No es difícil vaticinar que el año que empieza lo
tenemos ya marcado por los terribles estertores del que acaba de concluir. Una
catástrofe inverosímil acaba de dejar en terrible evidencia nuestra
vulnerabilidad como especie. Nos ha dejado muy claro que la nave en la que
cruzamos el tiempo de nuestra existencia con mayores o menores sinsabores,
tragedias y alegrías, nos puede parecer una mísera barca remendada de
Sri Lanka o los salones de primera clase del
Titanic, pero siempre lleva el naufragio en el
plan de singladura. Vivimos tan de espaldas a la muerte en las sociedades desarrolladas que su irrupción masiva en nuestra vida nos provoca, horror aparte, un desequilibrio abismal que hay que compensar con explicaciones para que no se altere en exceso nuestro devenir. De ahí que ante tragedias grandes o del todo inconcebibles como ésta, los espíritus sencillos se pongan a buscar y vender motivos y culpables. Al margen de las tan manidas religiosas y milenaristas, ya han surgido "explicaciones" que culpan (cómo no) a EE UU de hacer experimentos secretos en la atmósfera y bajo la superficie terrestre, de negar información a los afectados y de sabotear las ayudas de la ONU. Yanquis, ricos y militares, una vez más, aliados para sembrar muerte y miseria entre los desheredados. Mentiras ante el pozo negro. Todas estas
sandeces son inocuas comparadas con las manifestaciones de algunos turistas
que revelan el grado de encanallamiento que se ha instalado en las sociedades
ricas, que ignoran la muerte y por tanto las limitaciones humanas. Cierto que frente a estos deplorables ejemplos
están la inmensa marea de solidaridad que bate todos los recórds, la
movilización de Estados grandes y pequeños, millones de Son ahora los vivos los que demandan consuelo y ayuda. Paliar el dolor y generar esperanza son los máximos objetivos. Hay que volver a hacer posible la vida allí para que al tsunami no siga un seísmo cultural y político que convierta el sur de Asia en otro pozo negro. Ante los efectos de una catástrofe de dimensiones bíblicas, casi resulta una obscenidad hablar de nuestras inquietudes inmediatas. Como en la Alemania de los años treinta, políticos formados en la democracia han decidido traicionarla para unir fuerzas y compartir fines con asesinos. Hoy se ve con estupor cómo sus instituciones violan las leyes y no pasa nada. Si ante este desafío la democracia no se defiende con éxito, el estupor pronto tornará en desprecio. Nosotros chapotearemos en el pozo de la vergüenza y no pocos en el de la ignominia. | |
HERMANN
TERTSCH |