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1026 • LA ATLÁNTIDA |
Viernes, 18 de febrero de 2005 |
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Cuando aquella vasta isla que los antiguos
llamaban Atlántida comenzó a hundirse en el océano, los más sagaces de sus
habitantes decidieron embarcarse y mudarse a otro continente. Lamentablemente
sus barcos eran pequeños y bastó una sola tempestad para tragarse a todos los
emigrantes. Pero la gran mayoría de los atlánticos se habían quedado en la
isla; de hecho, todas las profecías preveían un gradual re elevamiento del
nivel de las tierras, y los isleños, como sucede a menudo, creían más en las
profecías que en la realidad de lo que veían con los ojos y tocaban con la
mano. Por eso, inundadas las llanuras costeras y amenazadas por las olas las primeras colinas, los periódicos atlánticos continuaban alentando a la población: "Hemos tenido una nueva confirmación, venida de las más altas esferas científicas de la isla, de que está prevista la progresiva elevación de la plataforma continental atlántica, cuyo movimiento parece haber sido tan repentino que ha arrastrado consigo las aguas del océano; esto explica el hecho de que éstas hayan alcanzado en algunas localidades un nivel falsamente preocupante. En la espera del retorno, sin duda inminente de las aguas geológicamente impelidas, los habitantes y animales sobrevivientes se han refugiado en las montañas que rodean a la capital. El gobierno ha tomado las medidas apropiadas para evitar este temporario peligro, mediante oportunos diques y barreras, mientras los sacerdotes amorosamente se ocupan de bendecir los restos flotantes". Más subían las aguas, más optimistas se volvían
los comunicados distribuidos por las agencias de noticias, más inminente era
declarado el reflujo de la marea, con la consiguiente adquisición por parte
del patrimonio nacional de nuevas e ilimitadas extensiones de tierra
enriquecida por el fértil humus de milenios de vida submarina. Por eso nadie
hizo nada, y cuando el último habitante, que era justamente el presidente del
consejo, se encontró en la cima de la más alta montaña del país, con el agua
al pecho, se oyó decir a los ministros que flotaban en torno suyo, cada uno
aferrado a su propio escritorio: | |
JUAN RODOLFO WILCOCK Escritor argentino (1919 - 1978) Colaboración Seva |