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1005 • BRASIL HOY

 

Jueves, 20 de enero de 2005

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Lula en campaña Hay un malestar innegable dentro y fuera del gobierno brasileño en referencia a la apuesta macroeconómica asumida por el Presidente Lula. Están en conflicto dos perspectivas, cada una con su lógica y su discurso correspondiente. Una mirada se fija en la economía, y aduce los siguientes hechos: tras la severa política fiscal, se está dando un innegable crecimiento económico, un control sobre la inflación y el dólar, una baja en la relación del PIB con la deuda, un pago sostenido de la misma, una buena balanza comercial y aumento de empleos. La otra perspectiva se fija en la sociedad y pone de relieve los datos del Informe de 2002 sobre los derechos humanos en Brasil, que son para asustarse. Casi todos los ítems negativos se han mantenido o han empeorado: degradación del valor real de los salarios, violencia en el campo y en la ciudad, trabajo esclavo, retraso en la demarcación de las áreas indígenas, morosidad en la reforma agraria y desmovilización política de los movimientos.

El análisis crítico muestra que la crisis social es, en parte, el precio que se paga por el éxito económico. Pero entonces, ¿para qué sirve un crecimiento económico sin desarrollo social? Lo que ganamos en la economía no repercute en forma de beneficios sociales para las grandes mayorías empobrecidas y excluidas. Quien ganaba, gana ahora mucho más. No se ha dado el cambio necesario y prometido. ¡Cuántos esperábamos que un hijo del caos social, sobreviviente de la tribulación histórica de los humillados y ofendidos de nuestro pueblo, pusiese por fin en marcha el cambio liberador! Con esa bandera consiguió ser elegido. Y al llegar allá, cambió de programa.

Las élites nacionales y mundiales ha logrado arrastrarlo a su lógica, hacia el modelo neoliberal dominante. Pero quien acepta entrar por esa puerta, está perdido. En su fachada bien se podría poner la frase que Dante puso en la entrada del infierno: Dejen toda esperanza los que aquí entren. Allí sólo cuentan los intereses del capital. Y él, que representaba a los trabajadores... Sinceramente, ¿qué esperábamos?

Esperábamos que él, con la baza que tenía por la historia de su vida y por la novedad del Partido de los Trabajadores, pudiera dar inicio a la superación del neoliberalismo mediante una renegociación con el FMI sobre las formas de pagar la Deuda Externa.

Esperábamos sometiese a las élites multimillonarias dominantes a la lógica de las políticas sociales, para que comenzasen a pagar la deuda social secular que ellas tienen para con el pueblo. De todo eso, poco se ha realizado. Ha sido víctima de la política rancia de las élites que el querido historiador José Honório Rodrigues describió bien: Tratan siempre de reconciliarse entre ellas mismas, antes que conceder nada al pueblo.

Estamos tristes por nosotros mismos: o porque fuimos ingenuos, o porque no llegamos a acumular fuerza suficiente como para imponer nuevos rumbos al país, o porque todavía no hemos conseguido crear un líder que tenga coraje para este cambio innovador. Confío todavía en la persona de Lula. Él es honesto, y jamás traicionaría sus sueños. Infelizmente, ha escogido personas y medios inadecuados para realizar aquellos sueños. Pero es carismático, y puede cambiar, siempre que entienda aquello que siempre predicó: el capitalismo sólo es bueno para el capitalista, nunca para el trabajador. Éste necesita otro tipo de economía, en la que no sea sólo beneficiario, sino actor.

LEONARDO BOFF
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Colaboración X. Guachamín