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95 • CAINISMO |
Martes, 11 de diciembre de 2001 |
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Lo más importante para Caín era no saber
por qué Dios aceptaba las ofrendas de Abel y rechazaba las suyas. No interpretar qué le
decía Dios cuando lo amonestaba: "Si obraras bien, andarías
erguido, mientras que si no obras bien estará el pecado a tu puerta", y qué
le insinuaba cuando a continuación añadía: "Cesa, que tu
hermano siente apego por tí, y tú debes dominar a tu hermano". Por más que se esforzase, no comprendía, no comprendía nada. Pero trataba de complacer a Dios. Buscaba, cambiando todos los días de conducta, de aparentar que había descifrado sus mensajes. Pero Dios siempre se mostraba mohíno y siempre era porque Abel andaba de por medio. Con dolor, con remordimientos, con lágrimas de sangre, Caín apeló al último recurso que le quedaba. Amaba a Abel, pero más amaba a Dios, y entre Dios y Abel la elección no era dudosa. Eliminó, pues, a ese tercero en discordia. "La incógnita se habrá despejado -pensó-. Habrán terminado las palabras sibilinas, los equívocos, los malentendidos. Ahora Dios hablará claro". Y esperó. |
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NN
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