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45 • CARTA ABIERTA

 

Sábado, 13 de octubre de 2001

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Muchos tenemos amigos en los Estados Unidos y sabemos que están desolados. Nosotros, como argentinos, podemos comprenderlos perfectamente porque ya sufrimos un genocidio que nos costó 30 mil desaparecidos y dos ataques atroces: la voladura de la embajada de Israel en 1992 y el bombazo contra la mutual judía en julio de 1994.

El horroroso espectáculo que todos vimos el 11 de setiembre obliga a repudiar, una vez más, toda violencia. El criminal ataque que segó la vida de miles de víctimas inocentes; el terrorismo como supuesta arma ideológica; la violencia como modo de resistencia son y deben ser condenados de la manera más contundente: no hay excusas ni justificaciones. Sin embargo, hay que ser muy prudentes antes de pronunciar condenas, como subrayó con mesura el propio Colin Powell: todavía se está en etapa de investigación y sería irresponsable condenar en conjunto a 1300 millones de musulmanes que hay en el mundo. Ya en el bombazo de Oklahoma se pensó en un ataque árabe y sin embargo fueron norteamericanos los autores de aquel otro acto terrorista.

De todos modos, se debe ser solidarios con el dolor del pueblo norteamericano, al mismo tiempo que se impone reflexionar con sinceridad sobre las causas profundas de tanta intolerancia y tanto odio. Porque estamos frente a un acto que -además de lo repugnante- denota un fuerte y arraigado sentimiento antinorteamericano. Que es un sentimiento muy marcado y que está creciendo en todo el mundo. Y no digo en el "mundo árabe", sino en todo el mundo. Esto es lo más grave, de cara al futuro, sobre todo porque las autoridades norteamericanas no parecen advertirlo y siempre lo niegan, como ahora mismo. Por ejemplo cuando el Sr. Bush se manifiesta sorprendido por el ataque e insiste en que los Estados Unidos son el ejemplo máximo de libertad y democracia en el mundo.

Este acto terrorista despreciable debe hacer reflexionar a todos los norteamericanos acerca de por qué tanta gente los malquiere en el mundo entero, y por qué tantos los odian. Ese es un sentimiento absolutamente injusto hacia muchos millones de estadounidenses que sólo tienen en sus corazones sentimientos tan nobles y amistosos como los de cualesquiera otros pueblos de la Tierra. Pero no necesariamente es injusto hacia los dirigentes de esas mismas personas. He ahí la esencia de la cuestión: es la conducta dirigente de los Estados Unidos la que es cada vez más odiada y la que compromete a todo el pueblo norteamericano, que no entiende esto, que se asombra sinceramente del sentimiento generalizado contra ellos y que probablemente tenga dificultades para aceptar (comprender) un texto como éste.

Lo que los estadounidenses deberían meditar (y la televisión jamás les dice) es que por lo menos en todo el siglo XX el papel de los gobiernos norteamericanos frente al inmenso mundo ha sido horrible:

Sus gobiernos fueron constantemente intervencionistas, manejados casi siempre por conveniencias e intereses sectoriales.
Funcionaron como gendarmes militares al servicio de muchísimas injusticias, y abortaron decenas de procesos de libertad y democracia autónomos y originales.
Protegieron a los peores dictadores, entrenaron a miles de torturadores y asesinos, y corrompieron a infinidad de políticos, empresarios y sindicalistas en cada país.
Fueron promotores de todo tipo de injusticias laborales y protegieron siempre a las empresas más voraces, que explotaron a generaciones enteras de ciudadanos y ciudadanas de todo el planeta, en centenares de países.
Defendieron siempre el medio ambiente en su territorio, pero arruinaron el de países y continentes cortando árboles y llevándoles sus desechos, y todavía se oponen a la creación de un Tribunal Penal Internacional Medioambiental.
Practicaron el racismo por generaciones y aunque hoy son una sociedad multirracial acaban de boicotear la Conferencia Internacional Contra el Racismo de Durban, Sudáfrica.
Sus mayores aportes a la cultura universal han sido la Coca Cola, las hamburguesas y la televisión, mucho más famosos e importantes en el mundo que Winslow Homer, Truman Capote o Toni Morrison, por caso.
Y sus bancos, su sistema financiero-bursátil, sus consultoras económicas y sus organismos de crédito chuparon y siguen chupando cada día la sangre de millones de personas de todo el planeta.

Todo esto genera un enorme resentimiento en mucha gente, que ve cómo los intereses que nos cobran a nosotros (los miles de millones de dólares que forman todas las deudas externas del mundo más sus intereses leoninos) son los dineros que garantizan el feliz nivel de vida de los norteamericanos.

Y a todo esto sus gobiernos lo hicieron y lo hacen propagandizándose a sí mismos como paladines de la Libertad y la Democracia. A demasiada gente en el mundo tanta soberbia les resulta chocante. Por eso el acto terrorista del 11 de setiembre debe ser condenado de la manera más rotunda, pero diciendo también todo esto. No hay justificación alguna a un ataque tan cobarde y miserable sobre civiles inocentes y desarmados que viajaban a bordo de aviones comerciales, iban a sus trabajos o eran mansos turistas que simplemente caminaban por ahí. Es cierto: hay que aplicar el más duro castigo a los asesinos que mandaron y ejecutaron este acto insólito y brutal. Ninguna duda acerca de ello.

Pero todo lo anterior también debe ser dicho. Y yo lo escribo aquí y ahora porque conozco y quiero a muchísimos norteamericanos, porque he vivido, gozado y sufrido con ellos, porque enseño en sus universidades y porque he recorrido casi completa su maravillosa geografía. Lo escribo con el dolor de estas horas y con el amor de siempre: ustedes, norteamericanos, no tienen la culpa de esos feos sentimientos, pero sí la tienen vuestros gobernantes y la soberbia que a ellos caracteriza. Quizá este ataque atroz marque la hora de que ustedes les empiecen a pedir cuentas. A ellos, sus gobernantes.


MEMPO GIARDINELLI
Carta abierta de amor al pueblo norteamericano