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37 • ENSEÑÉ A LOS AFGANOS A MATAR |
Jueves, 4 de octubre de 2001 |
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Estábamos ahí para evaluar su
capacidad de lucha y para recuperar equipos soviéticos. Era 1979 y los afganos estaban
luchando contra una superpotencia con las mismas tácticas que habían usado contra los
británicos antes de la Primera Guerra Mundial. Verlos pelear era como ver una película
del oeste: los cowboys llegaban por el valle y ahí bajaban los indios. Mi tarea era
enseñarles tácticas modernas de guerrilla. Sin ellas, serían exterminados. Traté de ir
sin preconceptos, pero era difícil. Antes de partir de Gran Bretaña, todos me dijeron
que tuviera cuidado, que eran bárbaros, que me iban a cortar en pedazos. Mi jefe de la
M16 me regaló una novela sobre la brutalidad de los musulmanes: ésa era su idea de cómo
hacer un chiste. Después de unos pocos meses de adaptación, encontré que los afganos eran muy agradables. Nos llevábamos bien. Yo respetaba su valentía; ellos respetaban la forma en que yo los instruía. Tenía más dificultad en manejarme con el terreno físico. Cuando llegué a Peshawar, un líder militar afgano me advirtió: "Espero que esté en forma, mis hombres marchan muy rápido". No hay problema, pensé. Estaba acostumbrado a marchar. Pero, mi Dios, subíamos, subíamos y subíamos. Entramos a las montañas Hindu Kush y comencé a trepar. A los 3000 metros de altura el oxígeno comenzó a faltar y mi concentración a caer. Los afganos están acostumbrados, pero cualquier otra persona se siente mareada. Como terreno de pelea, era una absoluta pesadilla. Era una fortaleza natural. No se puede llegar muy lejos con vehículos: uno se queda atascado y los pasos son muy a pico. Los rusos la pasaron muy mal. Realmente se quedaron atascados. Una cosa es poner la infantería, pero hay que mantenerla al alcance de la artillería y los morteros. Con malos pasos entre montañas, esto era casi imposible. Nada de esto le importa a los afganos: tienen todo organizado, moviéndose de un pueblo a otro, donde tienen bases abastecidas con alimentos. Así es como han peleado y ganado guerras durante los últimos 200 años, con pequeñas bases por todos lados y pozos en la tierra donde todo está enterrado. Esto le permite moverse con tan poco como sea posible y cubrir el terreno mucho más rápidamente de lo que podría hacerlo una fuerza occidental. No usábamos tiendas. Vivíamos en cuevas y dormíamos como podíamos. Había tipos en el ejército que sólo llevaban un arma, tres revistas y algo de pan, envuelto en un chal a su espalda. No hay forma en que un soldado occidental pueda llevar equipo pesado y mantener su paso. Para un ejército extranjero, establecer una ruta de abastecimiento resultaría difícil. Tratar de llevar alimentos y agua a lo alto de esas montañas, algunas de las cuales tienen 4000 metros de altura, sería una locura. Por las bacterias, hay que llevar agua envasada y cada galón pesa 4,5 kilos. Algunos días, tomábamos entre 11 y 15 litros. Un soldado marchando por esas colinas quema entre 4000 y 5000 calorías por día. Se necesitan raciones árticas, hiper calóricas. La carne no dura más que un par de días, de manera que hay que reponerla cazando animales. Contraje hepatitis por la mala comida. Y por supuesto, está el clima. Hacia fin de mes, comenzó el invierno. Comienza con lluvias, luego hiela, luego nieva. Para mediados de octubre la nieve es muy profunda, la altura llega hasta el cuello. Un viaje que toma tres días en verano, tomará 10 días en invierno. Las condiciones de helada impiden el apoyo de helicópteros. La bruma en los valles invita a los choques. Los combatientes afganos conocen tan bien esas montañas como un chacarero de Gales conoce sus colinas. Son como cabras de montaña. Escuché decir a alguien en la radio: "Sí, podemos poner una serie de equipos de cuatro hombres". Bueno, eso es ridículo. El Hindu Kush es de una enorme extensión. ¿Qué puede hacer un equipo de cuatro hombres que no podamos hacer con un satélite? No importa la aguja en el pajar, es como una aguja en medio del estadio de Wembley. Además, en el Hindu Kush una fuerza occidental se va a hacer notar como un farol en la oscuridad. La mayoría de los combatientes afganos usan sandalias con viejas llantas de auto en la suela. Así que la huella de una bota occidental es inmediatamente rastreable. Una vez identificados, los soldados son blancos fijos. Entrenamos a los afganos en el arte de "disparar y correr"; ellos preparaban una pequeña emboscada, y luego desaparecían. Lo aprendieron muy rápidamente. En poco tiempo, habían aprendido a dejar que los convoyes rusos pasaran hasta la mitad de un paso y luego abrían un agujero en la mitad. Los que tenían suerte morían instantáneamente. Los que no la tenían, eran cortados en pedazos después del ataque. En el Hindu Kush, no esperen poder apelar a la convención de Ginebra. En cuanto a armamentos, los talibanes no tienen mucho. Su mejor defensa es la geografía. Cuando llegué por primera vez, todo lo que tenían eran viejos 303, rifles para francotiradores y algunos fusiles a cerrojo. Muy pocos tenían Kalashnikovs. No estaban acostumbrados a las armas semiautomáticas. Ahora por supuesto, son mucho más sofisticados, aunque el mantenimiento de su arsenal es virtualmente nulo; gran parte no se actualizó desde la guerra con Rusia. Les pueden quedar algunos Stingers, uno de los mejores misiles tierra aire, apoyados en el hombro. Pero si se pueden usar o no es debatible. Tienen muchos ZSU23 viejos, una de las armas favoritas de Saddam Hussein, que puede ser usada en la tierra o con apoyo aéreo. Es una ametralladora de tres cañones, generalmente van colocadas en grupos de dos, tres o cuatro, y es temible. Si uno llega en helicóptero y hay cuatro que están disparándole a uno, es devastador. Los combatientes afganos manejan sus pickups Toyota con esas cosas montadas en sus espaldas. Luego están las minas terrestres. A comienzos de la década de 1980, limpiaron una zona entre Pakistán y Afganistán, un área equivalente a una caminata de cuatro días, luego pusieron puestos de observación en la tierra alta y la minaron toda. Todo lo que entró en el área fue destruido y es posible que el terreno todavía esté minado. Son minas pequeñas, del tamaño de una pelota de tenis, hechas de plástico, de manera que no se pueden detectar. En cuanto a la composición del ejército, la mayoría de los hombres tenían entre 17 y 24 años. En algunas cosas, los soldados afganos no son distintos de los tipos jóvenes de todos lados; existía la camaradería. Podrían ir y fumar un poco de opio, pero por razones religiosas no bebían alcohol. Se levantaban con el alba para orar y cubrían alguna distancia antes que el sol subiera. Se detenían cinco veces al día para orar, aunque nunca durante una batalla. Creo que el Corán dice que si uno está combatiendo, entonces está disculpado. Pero siempre rezan después. Eran musulmanes normales, no fanáticos. Aun así, en términos de su eficiencia como ejército, su mayor problema era la influencia que tenía sobre ellos el mullah. Por la doctrina que sostiene que es un gran honor morir en una guerra santa, ellos son intrépidos y toman riesgos que quizá los soldados occidentales no tomarían. Este no es el punto de un ejercicio militar, que es derrotar al enemigo y vivir para luchar otro día. Si uno es imprudente con su vida, se corre el riesgo de reducir el ejército antes de que haya ganado. Pero es casi imposible hablar de esos temas con ellos; hubiera provocado muchos problemas. En mi opinión es muy improbable que Ben Laden esté oculto en las montañas. Debe tener una base desde donde se comunica. No puede comunicarse desde adentro del Hindu Kush. Es más probable que esté en la frontera noroeste de Paquistán, un área densamente poblada que Occidente odiará atacar. Es como la táctica del IRA de esconderse detrás de mujeres y niños; de esconderse en un parque de juegos de niños. Además querrá estar donde pueda recibir la cobertura de la CNN sobre el ataque de Norteamérica, para admirar su obra. La mayoría de los líderes militares afganos a los que conocí operaban desde el confort de Peshawar en Pakistán. No tomaban parte en la lucha, porque querían estar por ahí cuando la lucha terminara para cosechar los beneficios. Si se trata de una guerra de tierra, creo que las fuerzas occidentales tienen una mínima oportunidad de victoria. El último ejército enemigo que ganó en Afganistán fue el de Alejandro el Grande; todos los demás fueron derrotados y expulsados. La CIA hizo una enorme cantidad de mapas cuando estuvieron ahí, pero un mapa es tan bueno como la persona que lo usa, y no hay una manera segura de entrar las tropas. Los afganos son un enemigo formidable. Yo debería saberlo. Nosotros en Occidente les señalamos la dirección correcta y con un poco de entrenamiento, recorrieron un largo camino. |
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TOM CAREW (Ex integrante de las fuerzas especiales británicas SAS) |