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32 • CUANTO VALE UN AFGANO

 

Viernes, 28 de septiembre de 2001

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El secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, dijo esta semana, al explicar los pormenores de la guerra inminente, que "Afganistán es un país muy pobre, varios países se agotaron intentando bombardearlo, y no hay objetivos de gran valor contra los cuales podamos apuntar". Se refería, claro, a que no existen allí símbolos equivalentes a las Torres Gemelas, a que no hay grandes pozos de petróleo ni templos importantes para el Islam ni cuarteles generales ni carreteras cuya destrucción pueda hacer colapsar a ese país.

Pero da la impresión, escuchando el lenguaje ya militarizado que ha empezado a roernos los oídos, que el gran blanco al que apuntó el ataque terrorista fueron esos dos gigantescos edificios que cayeron como naipes y que constituían la termita más eminente del capitalismo, y no las cinco o diez mil vidas que había adentro. Da la impresión de que para esa lógica militar que ya rige en Estados Unidos, es más lamentable el ataque a los símbolos que a las personas.

Rumsfeld, con su explicación, dejaba abierta una encrucijada que sólo puede ser tal para quien le reste valor a la vida humana: quiso decir que en Afganistán sólo hay afganos. Y los afganos desde hace mucho tiempo valen poco. Hubiese sido magnífico que en medio de esta tragedia horrorosa el país atacado reaccionara estableciendo de una vez y para siempre la línea divisoria entre quienes siguen creyendo que el fin justifica los medios, y quienes defienden valores tan serios y concretos que a veces demandan actitudes de una grandeza inmedible.

Y acaso no sea inoportuno recordar que en este país del fin del mundo, en el que hubo una enorme pérdida de vidas por motivos políticos, los familiares de las víctimas demostraron con el correr de los años esa grandeza inmedible: no hubo un solo caso de venganza. Nadie le puso un adjetivo tan desmesurado como "infinita" a la Justicia: el nombre elegido por Estados Unidos para su represalia hace pensar más en una cruzada inescrupulosa que en una operación racional y consensuada para atacar al terrorismo.

En este momento, cuando todavía no empezaron los bombardeos, hay casi cuatro millones de afganos refugiados en diferentes lugares del mundo. Y otro millón ya abandonó sus casas y puja en las fronteras por escapar de una muerte segura. La mayoría está desnutrida. Tienen hambre y tienen sed. Los organismos humanitarios les han retirado su apoyo.

Son tan pobres,
tan lejanos,
tan otros,
tan exóticos,
que no son ni siquiera un blanco a tener en cuenta.

Va de suyo que morirán si hay bombardeos.
Pero es la gente que muere siempre,
la que habla un lenguaje extraño,
la que cree en otras cosas,
la que lleva impregnado en el rostro el gesto del dolor permanente,

la que NO se horroriza de su suerte
porque no puede concebir otro destino que el de caer y seguir cayendo ahora o mañana.

A veces hay que desandar los sobreentendidos y volver a preguntas básicas, elementales: ¿por qué vale tan poco un afgano? ¿por qué una vida vale más que otra? Lo saben los periodistas, los presentadores y los espectadores de televisión, los funcionarios de organismos internacionales, lo sabemos todos: hay vidas que valen más que otras, porque hay muertes que implican guerras, y muertes que no implican ni una raya en un formulario: nadie las registra ni las llora.

¿De qué justicia estarán hablando?


Sandra Russo • Página/12 - 21-09-2001
Colaboración de Josefina Schatz y Jorge Aprea