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13 • MANERAS DE HABLAR

 

Miércoles, 5 de septiembre de 2001

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A los latinoamericanos, la manera como los españoles se sirven de su idioma nos resulta a veces un tanto áspera. Y los españoles, por su parte, encuentran que nuestra manera de hablar es dulce o dulzarrona, según que les guste o que les mortifique. Lo cierto es que la diferencia existe y la siente uno cada día cuando vive en España. Los colombianos usamos copiosas fórmulas de cortesía. Que Colombia sea a la vez un país muy violento y un país cortés, con una cortesía que es común al portero de un edificio y al presidente de la República, no es sino uno de los tantos contrastes que caracterizan nuestra vida tormentosa.

A mí me divierten las sorpresas a que se exponen las señoras bogotanas cuando llegan a Madrid. Una de ellas, buena amiga nuestra, subió en días pasados a un taxi y se dirigió al chofer con una fórmula ritual en Bogotá:

-Señor, ¿sería usted tan amable de llevarme al Paseo de la Castellana? - el  taxista la miró con extrañeza por el espejo retrovisor.
-Pues sí, la llevo -le contestó- pero sin el tan amable.

Mi mujer, bogotana también, utiliza giros parecidos. El otro día entró en un bar refrigerado huyendo del calor canicular de las calles de Madrid en estos días de verano.

- Señor -le dijo al patrón del bar-, me muero de sed. ¿Me regala un jugo de naranja y un cafecito?
El hombre quedó desconcertando pensando que le estaba pidiendo una limosna.
-Pues no se los regalo, se los vendo -aclaró de inmediato, él no podía saber que entre nosotros se dice regáleme para evitar la orden áspera de "tráigame" o "sírvame". A mí la forma directa y franca de hablar de los madrileños me gusta. Pero no por ello dejo de llevarme algún desconcierto o de suscitarlo.
Semanas atrás debía desayunar con el ex presidente César Gaviria, que estaba de paso por Madrid, y tomé con prisa un taxi en la puerta del hotel Ritz. Cuando le di a la conductora, en este caso era una mujer, la dirección del hotel Miguel Angel, que estaba relativamente cerca, su reacción fue muy brusca.
- Me ha hecho usted polvo - me dijo.
-¿Cómo dice?
- Pues que me ha hecho usted polvo. Estoy desde las 7:00 de la mañana esperando que algún pasajero del Ritz necesite ir al aeropuerto y usted me pide que lo lleve a sólo 500 metros de aquí. Menudo negocio.

- Tiene usted razón. Me muero de la pena - le dije utilizando una expresión muy común en Colombia.
Ahora la perpleja era ella. Morirse de la pena es para un español morir de tristeza, algo que sólo le  ocurre cuando pierde un ser querido.
- No es para tanto - me dijo la mujer pensando que su pasajero debía tener una sensibilidad realmente enfermiza.

Como los colombianos abundamos en saludos y despedidas (¿qué tal, como está, qué tal noche pasó?, se le pregunta a un visitante) , la manera como los españoles terminan una conversación telefónica con un escueto "hasta luego" lo resentimos como un portazo en las narices. En vez de los imperativos, preferimos los condicionales: "podría decirme", "quisiera usted hacerme un favor" etcétera. Usamos palabras que corrían en Castilla en los tiempos del Quijote.
Recuerdo el "sumerced", vocablo con que el Lazarrillo de Tormes se dirige a su amada y que en Colombia todavía se usa en algunas regiones para dirigirse a los padres. Y sólo en algunos rincones de Castilla se entiende que afán es prisa, habichuelas judías y frijoles alubias. Pero no creo que entiendan que una cuadra no es para nosotros un corral, sino la distancia urbana entre una manzana y otra, y un carro, un coche.
Palabras de uso corriente en España son imposibles entre nosotros por su crudeza. Por ejemplo, la que designa con toda tranquilidad el trasero. Recuerdo mi sorpresa cuando, llegando a la península por primera vez, el elegante portero de un hotel de San Sebastián me daba instrucciones para poner mi automóvil en el garaje con estas palabras:
- Métalo de culo, señor. Y años más tarde, en plena época del destape, encontré, en una revista española, la foto de una bella muchacha paseando por una playa de Ibiza con los senos al aire, acompañada por el siguiente texto:
- La teta hispánica, que antes sólo servía para amamantar a los cachorros del franquismo, ahora se pasea airosa por nuestras playas.
¡Caramba!, Guillermo Cabrera Infante contó en algún libro suyo que se había ido de Madrid a Londres porque sufría con el doblaje de sus amadas películas. No pudo soportar ver a Humphrey Bogart, con su cigarrillo humeándole en la comisura de los labios, mientras se le oía decir:
- Anda, que te voy a dar un tortazo.
Pero igual desconcierto tuvo un escritor español en Bogotá cuando una obsequiosa secretaria le preguntó:
-¿Le provoca un tinto?. El literato peninsular no tuvo más remedio que decirle:
- Lo único que le entiendo es LE. Porque PROVOCA corresponde al combativo verbo provocar y un TINTO puede ser en España una copa de vino pero jamás un café.
Hay quienes dicen que estas diferencias de lenguaje revelan sensibilidades y modos de ser distintos. En el caso latinoamericano, cierto mestizaje étnico o cultural determinaría expresiones ceremoniales ajenas al carácter español. Pero hay quienes dicen que muchos de los giros usados por nosotros eran usuales en la España de otros tiempos. Factores de la vida moderna (un ritmo más trepidante y el auge de lo audiovisual) habrían simplificado el lenguaje en la península haciéndolo más directo y áspero. Y lo nuestro no serían sino gentiles y acaramelados anacronismos. Vaya, vaya, ¿será verdad?


PLINIO APULEYO MENDOZA • El Nacional, Opinión (22-7-01)