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956 • ÉRAMOS TAN FELICES

 

Viernes, 12 de noviembre de 2004

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The wake up call for all the Latin American Press. A fines de 1999 participé de un congreso de periodistas de investigación en una universidad norteamericana. Esta revista ya tenía un año y medio de historia y gran impacto en la Argentina pero no era (ni lo es) conocida fuera del país. Cuando me preguntaban dónde trabajaba, yo contaba sobre Veintidós, como se llamaba entonces, e inmediatamente aclaraba que había trabajado casi diez años en Página/12. En ese contexto, un periodista canadiense que conocía, extrañamente bien, América latina, dijo esa frase en inglés que, traducida, quiere decir: "Fue la llamada que despertó a toda la prensa latinoamericana". Era hermoso trabajar en Página 12 como principiante. Como diría un viejo tema de Copani, "éramos tan felices que ni nos dábamos cuenta". Uno levantaba la vista y por el pasillo veía pasar a Juan Gelman, David Viñas, Horacio Verbitsky, Osvaldo Soriano, José María Pasquini Durán, Miguel Briante, Tomás Eloy Martínez, Homero Alsina Thevenet, eventualmente a Mario Benedetti o Eduardo Galeano, más tarde a Julio Nudler, para no hablar de colegas que ya se destacaban entonces como Eduardo Aliverti o Marcelo Zlotogwiazda. Jorge Lanata, el director, aún no era Jorge Lanata.

Todos los mitos daban vueltas por ahí. Había que ser demasiado estúpido para no aprender lo que había que aprender. No tengo idea de cuánto aprendí yo, pero lo cierto es que ese diario creció tanto que, casi por razones biológicas, como suele ocurrir con proyectos que crecen así, empezó a sufrir escisiones. Alguna gente se iba para probar otras experiencias, a veces amable y otras conflictivamente. La más ruidosa de esas salidas fue la del propio director, pero hubo muchas otras. Eso, quizá, deslucía al Página 12 original, pero también lo agigantaba porque muchos habían aprendido lo que había que aprender. A decir verdad, es impresionante la cantidad de proyectos que surgieron de aquella experiencia, la influencia que tuvo en la dinámica de los medios de comunicación. Nada volvió a ser igual en los medios desde Página. La llamada que despertó a toda la prensa latinoamericana.

Veintitrés es hija de Página, como lo fue antes el programa de radio Rompecabezas o el de tele Día D: todos habíamos pasado por ahí. los programas de radio de Román Lejman o Marcelo Zlotogwiazda, la revista Trespuntos (fundada por Gabriela Cerruti) y TXT (conducida en los primeros tiempos por María O'Donnell) tienen en el orillo la marca de Página. Es más: el espíritu de libertad que enseño Página 12 inundó todos los medios. Es difícil saber en qué proporción, pero la libertad periodística que llegó a la tele después de 1995 (Día D, CQC, TVR, Telenoche investiga, Kaos, Puntodoc, entre tantos proyectos impensables años atrás) refleja la existencia de una generación que, lentamente, fue aprendiendo que se podía llamar a las cosas por su nombre. La libertad de prensa que existió en la segunda mitad de la década del noventa, y hasta la llegada de Néstor Kirchner al poder, en cierta medida, se nutrió del espíritu de libertad que muchos aprendieron de haber vivido dentro de Página o de haberla, simplemente, disfrutado. No es una historia rosa, porque la hicieron seres humanos, argentinos y, para más datos, periodistas: está llena de grandezas y miserias que no vienen al caso. Pero es una historia en la que valió la pena participar. Uno de los grandes logros de la sociedad democrática fue el dinamismo y la libertad que adquirieron los medios y los periodistas dentro de ellos en los últimos años. Y Página fue un elemento central en todo ese proceso.

Ese fenómeno tan refrescante está en riesgo. Esta semana, uno de los más renombrados periodistas de Página 12, Julio Nudler, denunció que una nota suya fue censurada. El director del diario, Ernesto Tiffenberg replicó que todo el episodio formaba parte de una campaña contra Página, orquestada entre otros por Sergio Szpolski, el nuevo dueño de Veintitrés. Es muy habitual que en las redacciones haya peleas respecto de lo que se puede o no publicar. La denuncia de Nudler y la respuesta posterior serían, apenas, un mojón más de esa larga historia si no se inscribieran en un fenómeno más preocupante que genera mucha sensibilidad en un gran número de colegas: el riesgo de que en los próximos años a cada vez más periodistas nos cueste cada vez más expresarnos con libertad y de que se pierda todo lo que se construyó, trabajosamente, durante mucho tiempo.

Página no es el elemento excluyente, ni siquiera el centro de esta historia. La propiedad de los medios está cada vez más concentrada y en manos no siempre nobles. Dos de los cuatro canales de televisión están controlados por personajes oscuros del menemismo. Muchos de los dueños, actuales o anteriores, de medios más pequeños, incluidos entre ellos Veintitrés y Página 12, tienen o han tenido compromisos comerciales y societarios o fueron empleados de alguno de ellos. Radios y diarios de primer nivel se suman a ese conglomerado, sobre el cual ya casi no se escribe. Ese panorama se completa con una actividad, como mínimo, errática del Gobierno, que cierra acuerdos con esos sectores, con la condición de que silencien al máximo las voces más irritativas. Quizás el Gobierno no sea el responsable último de la estructura de medios que existe pero, cada vez más, actúa en connivencia con ella: es difícil encontrar en ellos ningún debate sobre temas sensibles, por caso, la designación de Martín Redrado en el Banco Central.

La repercusión del caso Nudler no tiene que ver con ninguna campaña de nadie. Explota porque se inscribe dentro de una sensación muy general de muchos periodistas, que ya fue expresada infinidad de veces por colegas muy respetables como Nelson Castro: la libertad de prensa existe en la Argentina pero los límites son más estrictos que antes y no tienen que ver con el rigor profesional sino con otros criterios.

No es cuestión de dramatizar demasiado.En la Argentina usted está leyendo esta nota y, si le interesa el tema, tuvo manera de enterarse, por infinidad de medios, de la denuncia de Nudler. La libertad de prensa existe. Por otra parte, la pelea entre los periodistas y los dueños de los medios y los gobiernos por definir los límites de la libertad es un clásico en cualquier lugar del mundo y la Argentina no tiene por qué ser una excepción.

Además, la situación actual no se explica sin agregar que, cuando los malos triunfan, también se debe a que los buenos no han hecho todo lo que corresponde: las acusaciones recíprocas, los odios, las pequeñas corruptelas, las vanidades, la tentación de la publicidad oficial, los dedos acusatorios, los argumentos extremos, la incapacidad para encontrar espacios con picardía, han facilitado mucho la consolidación de la nueva estructura de medios. Por eso, a veces, es bueno acordarse de cómo eran las cosas antes, cuando todos éramos más jóvenes y, por suerte, más irresponsables.

Esta mañana volví a ver, después de muchos años, Tierra y libertad,  la conmovedora película de Ken Loach sobre la guerra civil española. Usted la recordará: cuenta la historia de un grupo de milicianos antifranquistas, cercados por el avance de las tropas de Franco, casi sin ropa, casi sin comida, que se dividen y se acusan de las peores cosas, y se matan entre ellos por demostrar quién es más coherente en la lucha contra el enemigo común, quién es más traidor, quién claudicó más. No tiene nada que ver con nada. Pero, la verdad, es una hermosa película. vale la pena volver a verla.

ERNESTO TENEMBAUM
Publicado en el número 329 de revista Veintitrés
Colaboración E. Rosemberg