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940 • EL IMPERIO |
Jueves, 21 de octubre de 2004 |
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En el imperio aparece una maldad especifica que va mas
allá de la maldad humana, en Oriente o en Occidente, o en cualquier
religión, judía, cristiana, musulmana. La ofensa brutal contra el semejante es la trágica antítesis de los principios básicos de la civilización y de la democracia... En este inquietante escenario, el mundo se interroga estupefacto, lleno de horror y de vergüenza... El imperio, pues, impone su voluntad directamente a pueblos a los que hace la guerra e indirectamente a sus aliados de coalición. A la larga, sin embargo, lo más grave (pues va más allá de Irak y de guerras) puede ser que impone al ser humano cuál es su verdadera realidad, su dignidad, su felicidad. Contamina, así, el aire que respira nuestro espíritu y lo condena a la muerte. En lo fundamental impone la exaltación del individuo y del éxito, como formas superiores de ser humano, y el egoísta e irresponsable disfrute de la vida como lo que no admite discusión. Y todo ello sin reparar en recursos, de modo que un deportista, cantante o actor de cine, en Estados Unidos o en Europa, puede ganar lo equivalente a un alto porcentaje del presupuesto nacional de un país sub sahariano. El imperio se considera dueño y señor del tiempo, de su densidad y calidad. El calendario no es lo que es dado a todos por igual para que cada quien deje constancia de su propia historia. El 11-S es un hito en la historia, pero no lo es el 7-O (7 de octubre de 2001) y el 30-M (30 de marzo de 2003), días en que comenzaron los bombardeos contra Afganistán e Irak. Ni siquiera existen. Sí existe el 11-M, los atentados en Madrid, pues, dicho sin ninguna ironía y con inmensa compasión hacia las víctimas, ocurrió en la órbita imperial. Y ese apoderarse de la esencia del tiempo ocurre también, de alguna forma, con el espacio. El imperio ha decidido que vivimos ahora en un espacio bueno, al menos mejor que el de hace unas décadas. El entusiasmo que se produjo tras la caída del muro de Berlín facilitó esa visión imperial del espacio del planeta. Llegó la pax americana, heredera de la pax romana, no del shalom bíblico, y Estados Unidos se convirtió en su gestor en todo el mundo. También gestiona y controla, con toda naturalidad, la globalización, y propala la falacia de que el mundo se ha convertido en un espacio bendecido por la perfección de la redondez, sin mencionar los agujeros, los abismos, las esquinas y estridencias. En él caben todos, aunque el imperio se cuida muy mucho de explicar cuán diferentemente se ubican en ese espacio global los ciudadanos de Boston o París y los de Kigali o Calcuta. Conclusión. El imperio decide dónde y cuándo el tiempo es cosa real, qué fechas se deben convertir en referentes temporales para los humanos. Dice: "el tiempo es real cuando lo decidimos nosotros". Y la razón última es metafísica: "lo real somos nosotros". |
JON SOBRINO |