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906 • ¿UN SER INTELIGENTE?

Lunes, 6 de setiembre de 2004

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Recientemente la BBC informó que el Instituto de Estocolmo para la Paz dió a conocer los nuevos presupuestos militares de todos los países del mundo para el año 2005. No sorprende que las cifran expresen un incremento de un 11% sobre el presente año. Si hiciéramos la conversión de todas las monedas del mundo y la unificáramos en dólares (solo por tomar un patrón conocido) el monto total ascendería a la escalofriante cifra de 956.000 millones de dólares.

La teoría dice que el hombre se diferencia de los animales por poseer el don del razonamiento y por lo tanto, aplicar la inteligencia en todos sus actos. Tiene además, el beneficio de poder asimilar experiencias y con ello, teóricamente, no volver a repetir aquellos actos que tuvieron consecuencias nefastas a través de la historia. Sin embargo la realidad difiere de esta milenaria teoría. El hombre, desde que tiene uso de razón sueña en dominarse mutuamente, conquistando otras comunidades y culturas, e insiste en la quimera de ser el Emperador del Mundo, siempre utilizando la violencia y esforzándose por construir las armas más temibles, los ejércitos más poderosos. Romanos, ingleses, holandeses, portugueses, los mismos españoles con el descubrimiento del Nuevo Mundo, creyeron ser bendecidos por el Dios de turno y se consideraron los imperios condenados a perpetuidad; esto sin considerar el nefasto Tercer Reich predestinado a gobernar por los próximos mil años. Millones de muertos inocentes son silenciosos testigos de tanta ambición desmedida. Ahora es el turno de los norteamericanos, cuyos líderes consideran que su dominio sólo se diluirá en algún rincón del infinito con el correr de los siglos.

Justo es resaltar que hubo notables excepciones. Tal es el caso de aquel hombre que aplicó la sabiduría para defender sus principios sin disparar un solo tiro, sin planificar ninguna batalla o invasión. Representa, a mi juicio, la personalidad más destacada del siglo XX: Mahatma Gandhi. Logró, después de 30 años de pacífica y silenciosa lucha, liberar a su país, de una potencia tan colonizadora como lo son los ingleses.

Imaginemos (es sólo un juego de la mente) que el hombre utilizara este don de su inteligencia analizando en detalle los hechos que históricamente se repiten, que las Naciones Unidas cumplieran con eficiencia su rol pacifista y humanitario, y que los mandatarios de las potencias más poderosas de la tierra se sentaran a meditar sobre como solucionar esta crisis moral en que se encuentra inmerso el mundo todo. Supongamos (continuando con el abuso de este ideal) que se decidiera que por sólo un año (sí, tan sólo por un año) los países se pusieran de acuerdo en que no habría partidas militares, y se designarían estos multimillonarios fondos con fines humanitarios. Si le restamos el 65 % de estos presupuestos vinculados a los gastos operativos (sueldos, servicios, etc,) tendría un excedente de un 35 % que equivaldría a 334.600 millones de dólares. Continuemos con esta utopía y (para evitar manejos políticamente tan conocidos) se le entregue una parte proporcional a cada habitante del planeta. Por única vez, sólo por única vez.

Le sorprenderá saber que a cada habitante de la Tierra le correspondería  la suculenta suma de 44,6 millones de dólares (descontado un porcentaje por gastos administrativos ante la magnitud de la operación). ¿Puede imaginarse el cambio que esto produciría en el mundo entero?.

Todos los seres humanos, sin diferencias de nacionalidad, raza o religión, podrían concretar aquellos proyectos que suelen perpetuarse durante generaciones enteras: cada familia obtendría su vivienda propia y llevaría así una vida más digna, se garantizaría el estudio, hasta nivel universitario inclusive, a todos los niños y jóvenes del mundo, la vejez dejaría de ser la cruz de nuestros ancianos, desaparecerían las centenares de fotos que inundan los diarios todos los días con aquellos niños de miradas perdidas y estómagos desproporcionados. Todos los habitantes, aún de las zonas más pobres, como aquellos parajes perdidos de África donde familias enteras viven con menos de 10 dólares por mes, tendrían la posibilidad de invertir en tecnología e instalar riego para sus desérticas tierras, como se hizo en Israel.

Se cumpliría entonces, con el sueño de los hombres más Santos de la historia: abolir la pobreza que lastima el alma aún, del hombre más fuerte. Se terminaría con el flagelo de la desocupación (no hay mano de obra existente para poder desarrollar tantos proyectos) y la explosión del consumo reactivaría las economías aún, de los países mal llamados en vías de desarrollo. Un cambio trascendental que se obtendría con sólo un año de utilizar la inteligencia, aplicando la sabiduría que con ella condice para con los habitantes de este bendito y maltratado planeta tierra. Utopía difícil de concretar pero, justo es reconocerlo, valdría la pena el intento.

YAYO DE MENDIETA