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893 • AMARGARSE LA VIDA

Miércoles, 18 de agosto de 2004

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Cualquiera puede llevar una vida amargada; es fácil. Pero estropearse la existencia a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna experiencia personal con un par de contratiempos”. Así define el psicólogo Paul Watzlawick la otra cara de la felicidad: la obsesión insistente por ver el lado malo de las cosas.

Quienes se empeñan en ser infelices suelen, además, amargar a quienes tienen a su lado, especialmente si son menores o dependen emocionalmente de la persona insatisfecha.

Los psicólogos aseguran que este tipo de comportamientos pesimistas tiene su origen en actitudes negativas hacia el futuro. Cuando se ha tenido una experiencia desagradable, ésta se suele proyectar en el porvenir más inmediato, lo que anticipa el sentimiento de infelicidad que pueda provocarnos. Dará igual cómo vayan las cosas realmente; si hay predisposición a no disfrutar de ellas, nos harán desgraciados.

Distintas escuelas psicológicas tienen muy claro que los candidatos a amargarse la vida han asumido desempeñar el papel de víctima en sus relaciones con los demás. Algunas escuelas psicoterapéuticas llaman triángulo dramático a una forma de comunicación interpersonal en la que se asumen tres roles:

  • El perseguidor es aquel que siempre hace de malo, un listo que lo sabe todo y que se encarga de castigar a los que se equivocan.
  • El salvador, por su parte, necesita que le reconozcan su papel bondadoso.
  • El tercer rol es el de la víctima, postura adquirida para sobrevivir desde la pena. Los que se adjudican esta personalidad captan la atención de todos con el sufrimiento y llegan a padecer verdaderas enfermedades de origen psicosomático.

Todos estamos en muchas ocasiones metidos en este triángulo y la tiranía de las víctimas nos muestra que el arte de amargarse la vida puede llegar a mover montañas.

Colaboración A. Aguilera