ANTERIOR | EL CUENTOMETRO DE MORT CINDER |
SIGUIENTE |
852 • CLONACIONES |
Martes, 22 de junio de 2004 |
Al sitio |
Fue hace 2 años: - ¡Pobrecito, el cana!... Me miró y se cayó de culo, ¡desmayado! - contaba el colorado Igusquiza. Y te fijaba esa mirada de clara de huevo celeste, de lechuza deslumbrada por el día; y entonces lo que decía se hacía más vidrioso. Eran los días en que por todos los canales de TV ponían noticias y entrevistas de la secta de los Raelianos, unos tipos que ponían cara que decían lo indecible. Que hacían clonaciones, fotocopias humanas. Y esas cosas eran (como la tortura yanqui en Irak, como todas las torturas en todas partes) secretas y públicas a la vez. Había un aire porno, a canalla de cabaret, que saltaba desde las pintas de una rubia cuarentona, ceñidito el vestido rojo, presentada como doctora francesa, y del Presidente de los clonadores, un flaco barba en candado, tipo Sandokán anémico, que amenazaba… con más clonaciones por todas partes, y con probar así sus dichos a los incrédulos. Circo, mucho circo, pero ¿dónde estaba el truco? Y claro, en “Hora Cero”, el bar-mentidero de la Villa, charlábamos del asunto, y recordábamos cuentos de mellizos y dobles. Y cada cual sacaba sus juegos de espejos. El turismo raleaba, y el tiempo pasaba despacio.
Yo como siempre, queriendo mirar detrás de la sombra, afirmaba que
el capital
hacía ahora a la gente más descartable que nunca; ahora que se la podía
fotocopiar y criar en la incubadora. Y como desde hacía mucho que se la podía
limpiar con la bomba de neutrones, y quedarse con todas sus cosas intactas,
ahora con esto de la clonación, hasta podrían reforestar a piacere, sembrando
clones de modelos amigables-usables y, oportunamente, desechables. Sobre todo
más baratos. Más que la gente común, que hoy se enoja tanto por quedar en la
cuneta y se pone a cortar el paso a los demás. Total, si todos venimos a ser
no sólo descartables, sino refabricables, hasta el asesinato se volvería algo
reparable.
Nadie agarró hilo por ese lado y siguieron los cuentos de mellizos, incluídos autos, maridos dobles y Doña Flor; de confusiones silvestres y otras
muy lucrativas con las dobleces. Y hasta de oficios de duplicantes, como
ese estudiante que se costeaba la carrera en La Plata rindiendo exámenes,
además, a nombre de otro que figuraba que estudiaba también abogacía… Hasta
salió el del chichón del plomero y tantas duplicidades…. - Vos sabés, se puso pálido…y se desmayó. ¡Pobrecito el cana! Me miró
y se cayó de culo, ¡desmayado! Al final, pienso, el quejoso del Blumberg es un oportunista. Se aprovecha igual que todos los porteños, de estar ahí en Capital, bajo los reflectores; sólo por eso es conocido. Porque Igusquiza tiene más visión tritón. Con su tercer ojo, ve perfectamente fuera de sí lo que le sucede. Más todavía que Blumberg. Y la bronca, además, era con él, o con su doble, no con su hijo. | |
ERNESTO ROSEMBERG |