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834 • UNA AMAZONA |
Martes, 1 de junio de 2004 |
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Se presentó sonriendo. Ladeó un poco la cabeza y el ala del sombrero dejó
ver un ojo achinado de ceja fina sobre la mejilla naranja. Vestía
campesina surera, del Neuquén, y al caminar se cimbraba cadenciosa, más
allá de la coquetería. Seguro se acababa de bajar del caballo. Linda,
fresquita, como si fuera a haber fiesta en el pueblo. Cuando empecé a preguntarle cosas me tranquilizó lo razonable del habla. Contó que vivía lejos, pasando el Rincón, que de tanto en tanto venía a la Villa, que tenía un hijito pequeño, y claro, tenía que volverse en un par de días. El vientre se le marcaba suave, no como un bulto aparte, solo le ensanchaba las caderas . El octavo mes de embarazo apenas se dibujaba bajo la ropa. Fuimos a buscar un consultorio (a veces se ponía bravo encontrar uno), y caminó valseando los pasillos del hospital. Llamaba la atención, casi mareaba, ese contoneo en curva y contra curva y subibaja en el lago, como montando las olas del Nahuel. Para ella, caminar era navegar, remontando ambas charcas de sus luxaciones congénitas de cadera, olvidadas de arreglo. Los controles de embarazo resultaron normales. Ella ya lo sabía. Ahí estaba la abuela con sus 88 años, que se había autogestionado los partos, entonces el hombre se iba porque le daba miedo. Y su madre, que afirmaba con orgullo de empresario yo nací sola, y sola quería decir también por sí misma. Capitalizaba la herencia de dos generaciones y seguro que todo le iría
bien. Parto no era enfermedad. Le habían demostrado que una mujer puede
sola. ¿Y que haría después del parto? Quedamos para un próximo control, cuando volviera a la Villa. No había venido a caballo, sino en la lancha de Prefectura y luego en auto. Pero me quedé pensando en el verde rincón del lago donde vivía la pequeña amazona, tan cerca y tan lejos. Y también que hoy por hoy, un buen 40% de los hogares son sostenidos por mujeres solas. Que el concepto familia ya da más de una sola imagen. Que muchas mujeres solas encaran hoy lo difícil de criar y sostenerse, que sus núcleos familiares son muy vulnerables y tienen muy estrechadas las posibilidades. Esta realidad, creciente en nuestras ciudades (y hasta en EE UU ), debería mover nuestra atención. Volver la mirada hacia esas otras amazonas, descabalgadas en el asfalto,
sin el verdor del bosque, ni el calor de una tradición de salud ganada en
otras condiciones ahora excepcionales. | |
Dr. ERNESTO ROSENBERG |