Click para ir al número anterior

ANTERIOR

EL CUENTOMETRO DE MORT CINDER

SIGUIENTE

Click para ir al número siguiente

731 • TREN A MUMBAI

   

Lunes, 2 de febrero de 2004

Al índice

Click para ir al índice

Se inauguró el Cuarto Foro Social Mundial, en Mumbai (la vieja Bombay de la India meridional). Del medio millón de asistentes, la gran mayoría era india pero había delegaciones de todo el mundo. Muchas asiáticas, japoneses, coreanos, unos 1600 que llegaron en barco por la mañana y los paquistaníes que viajaron en tren, el primer tren que en años atravesó los límites entre la India y Pakistán.

Para llegar al foro desde el sur de Mumbai hasta el lugar donde se realiza el foro, hay que alquilar un auto o tomar un taxi o viajar en tren. Mumbai es gigantesca una de las tres o cuatro ciudades más grandes del mundo. Y muy transitada. Para llegar en automóvil se tarda una hora y media o hasta dos. En tren cuarenta minutos. Tomamos el tren. No tiene puertas ni ventanas. Hay vagones de primera clase y de segunda. Son casi iguales pero los de primera clase tienen asientos tapizados de plástico y los de segunda bancos de madera. Además hay vagones para mujeres, pero ninguno de primera clase. Las mujeres no pueden viajar en los vagones de los hombres y viceversa.

Me da lástima pero es imposible contar cómo son esos cuarenta minutos en este tren, las cosas que se ven, la sensación de angustia y de emoción que provocan. Ni lejanamente. Haría falta la pluma de Zola, que ha descrito las entrañas de París, pero Zola está muerto. Trataremos de hacerlo "a grosso modo". El tren atraviesa los barrios populares y los slums, es decir los suburbios, los barracones. Mumbai no está netamente dividida en zonas ricas y pobres. Todo se mezcla. Están especialmente mezclados los pobres y los pobrísimos, las casas de material y las chozas de plástico, tubos cañas  y lonas. Después de recorrer unos doscientos metros el tren reduce la velocidad y suena un silbato, hay chicos jugando en las vías. Dejan de jugar y lentamente, sin apuro se corren hasta las vías  de la mano inversa que se hallan libres. Son miles los chicos que durante kilómetros juegan sobre los rieles y también los adultos que allí pasean. Las barracas se ubican a los lados del ferrocarril, junto a las mismas vías, a treinta escasos centímetros de estas. En algunos lugares hay charcos entre las vías y las mujeres lavan sus ropas con jabón acuclilladas en esos charcos y también los chicos se lavan allí. Es su jardín y el tren pasa prácticamente dentro de las barracas.

Son terroríficamente pobres: desde el tren se ven las piezas, la ropa sucia, la leña encendida para cocinar un poco de arroz, las sábanas tendidas en el suelo, sin camas, las figuras flacas y sin embargo bellísimas de las mujeres que caminan dentro y fuera de sus chozas, junto a las cloacas a cielo abierto, descalzas pero moviéndose con la gracia y el porte de verdaderas princesas.

En la parada de Mumbai-Centro sube un chico, enrulado, maravilloso y pequeñísimo, dulce como creo que no haya otro en el mundo,  siete años, vende diarios. Le compro uno. Cuesta tres rupias, apenas 6 centavos de euro. Como tengo un euro en el bolsillo se lo doy y se llena de alegría. Vende otro diario más y punto. Entonces se sienta en el piso, saca del bolsillo de su sucio pantaloncito un paquetito hecho con una hoja de cuaderno. Lo abre. Es arroz. Lo come con las manos y tira el papel. Cuando el tren aminora la marcha se lanza por la puerta corriendo, siempre sonriendo. Se me hiela la sangre porque el tren es alto, no hay escalones y pega un salto de más o menos un metro y medio, con el tren aunque no muy velozmente, en marcha. Me asomo,  lo veo aterrizar sobre la tierra indemne con un aire de bailarín y sigue corriendo.

En la estación Matunga suben cinco estudiantes. Están bien vestidos. Son como los nuestros, juguetean, se tiran los portafolios, dicen (creo) tonterías. Son ricos. Viajan en primera clase.

Cuando llego al final del viaje siento culpas por haber viajado en primera. Al regreso lo hago en segunda. Es un vagón para ganado. Miles de personas amontonadas. Apretujadas, apretujadas, hace calor, no se puede respirar. Una bebita de tres meses llora todo el viaje desesperadamente, la madre para calmarla hace ruido golpeando su asiento con un palo. A la pequeña, le importa un bledo.

PIERO SANSONETTI
Traducción Susana Merino
Colaboración ALTERCOM