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729 • LA OSA MAYOR |
Viernes, 30 de enero de 2004 |
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En
una ocasión, Júpiter, el dios de los Cielos, se
enamoró de una joven doncella llamada Calisto.
Cuando más tarde, la celosa Juno, esposa del
dios, supo que Calisto había dado a luz a Arcas,
hijo de Júpiter, estalló en terrible ira.
Rauda, descendió del Olimpo y buscó en los
bosques hasta encontrar a Calisto, quien estaba
jugando con su pequeño hijo. Cuando la joven vio
a Juno, gritó de miedo, pues todos los mortales
sabían de los ataques de celos de la diosa. - ¡Así que tu belleza cautivó a mi esposo! -profirió Juno- Pues bien, ¡veamos qué tanto vas a gustarle cuando te vea así! Mientras Calisto pedía perdón, su piel se iba cubriendo de tosco pelo negro; sus manos y pies quedaron convertidos en garras enormes de las que brotaban agudas uñas. La boca se le llenó de aterradores y gigantescos dientes, y la voz quedó transformada en un profundo gruñido. Juno había convertido a la encantadora joven en un oso de aspecto feroz. Como Calisto aún amaba a su hijito, con pasos torpes se dirigió a él; pero éste, asustado, comenzó a gritar. Las ninfas del bosque vinieron entonces y se lo arrebataron. Todos le temían a Calisto, ahora que era una inmensa osa negra, y nadie se daba cuenta de que aún era tan dulce y amorosa como siempre había sido. Perseguida por hombres y perros, se vio obligada a esconderse y a vagar por los bosques. También tuvo que huir de otros animales salvajes, incluso de los mismos osos, porque no sabía cómo pelear, ni quería aprender. Al comienzo, Calisto intentó permanecer cerca de la cabaña en donde su hijo vivía con sus padres adoptivos; cuando el niño se paseaba solo, caminaba cerca de él, escondiéndose detrás de los árboles; y en las noches, se deslizaba hasta su ventana para verlo dormir. Arcas les relató a sus nuevos padres que un enorme oso negro venía a mirarlo, pero ellos le contestaron que esto sólo era un sueño. La gran osa se vio perseguida a tal punto por cazadores y perros, que finalmente tuvo que refugiarse lejos de su hijo, en lo más profundo de la floresta. No obstante, muchos años después, durante una noche de invierno soñó con Arcas, su hijo. Sintió entonces una nostalgia tal, que tan pronto llegó la primavera dejó su guarida del bosque y se dirigió hacia la región en donde una vez había vivido. Una tarde, a la
hora del crepúsculo, cuando la osa recorría su
familiar bosque mientras recordaba el pasado,
llegó cerca de un cazador que apuntaba su flecha
hacia un pájaro distante. Cuando lo vio, sintió
que la sangre se le helaba en las venas porque
reconoció a Arcas, su hijo y el de Júpiter.
Sobrecogida de amor por él, Calisto lo miraba
templar el arco y disparar contra el pájaro. Mas, en ese mismo instante, Júpiter observaba la Tierra desde el Monte Olimpo y, viendo lo que iba a suceder, raudo corrió a salvar a aquélla a quien antes, joven doncella, había amado tanto. Más rápido que un relámpago, se precipitó desde la montaña, se apoderó de Calisto, y se lanzó con ella a través del nocturno firmamento. Luego, arrancando a Arcas de la tierra, lo transportó a los cielos en donde, convertido en un pequeño oso, permanece cerca de su madre. Allí, ambos se transformaron en estrellas. Desde entonces, viven juntos en el cielo y son conocidos como las constelaciones de la Osa Mayor y la Osa Menor. Sin embargo, cuando la celosa Juno los descubrió, mandó a Neptuno, dios del Mar, a que les prohibiera descender hasta el océano, como lo hacen las demás estrellas. Por esta razón, la Osa Mayor y la Osa Menor son las únicas constelaciones que nunca se sitúan por debajo del horizonte. |
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MARY POPE OSBORNE |