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614 • CUENTO CHINO

 

Miércoles, 17 de setiembre de 2003

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  Tchin y Tchan eran dos ciudades chinas unidas por un magnífico canal. El emperador juzgó oportuno echar en él enormes pedazos de piedra para sacarlo de servicio. Al ver esto, Kouang, su primer mandarín, le dijo:
- Hijo del cielo, cometéis una falta.
- Kouang, dices una barbaridad - le contestó el emperador -
por supuesto que no refiero más que a la sustancia de la conversación.

Al cabo de tres lunas, el celeste emperador hizo venir al mandarín, y le dijo:
- Kouang, mira.
Y Kouang abrió los ojos y vio una multitud de hombres trabajando. Unos sacaban escombros y otros hacían terraplenes; estos nivelaban, aquellos empedraban; y el mandarín, que era muy instruido, dijo para sí: están haciendo un camino.

Al cabo de otras tres lunas, el emperador llamó a Kouang y le dijo:
- Mira
Y Kouang vió que estaba hecho el camino; y que en él se construían de trecho en trecho grandes posadas. Un enjambre de caminantes, carros y palanquines iban y venían, e innumerables chinos, abrumados por la fatiga, llevaban y traían pesados fardos de Tchin a Tchan y de Tchan a Tchin. Y Kouang dijo:
- La destrucción del canal es lo que ha dado trabajo a esta gente
No pensó que antes este trabajo se dedicaba a otros empleos.

Pasaron tres lunas, y el emperador dijo a Kouang.
- Mira
Y Kouang miró. Y vio las posadas llenas de viajeros y alrededor de aquellas, establecimientos de carniceros, panaderos, cocineros y vendedores de nidos de golondrinas; y como estos honrados artesanos no podían andar desnudos, se habían establecido allí sastres, zapateros, vendedores de paraguas y abanicos; y como ni aún en el celeste imperio se duerme al claro de la luna, había también carpinteros, albañiles y pizarreros. Vinieron después empleados de policía, jueces, sabios; en una palabra, se formó una ciudad con sus arrabales alrededor de cada posada. Y el emperador dijo a Kouang:
- ¿Que te parece?
- Nunca hubiera pensado que destruir un canal pudiese crear tanto trabajo -
respondió Kouang.
No vio que aquel no era trabajo creado, sino aplicado a otro objeto, y que los viajeros comían cuando pasaban sobre el canal, del mismo modo que cuando iban por el camino.

Algún tiempo después, el emperador murió, y el hijo del cielo fue sepultado en la tierra. Su sucesor llamó a Kouang y le dijo:
- Haz limpiar el canal.
- Hijo del cielo, cometéis una falta - respondió Kouang al nuevo emperador:
- Kouang dices una barbaridad.
- Señor -
insistió Kouand - ¿Cuál es su objeto?
- Mi objeto, es facilitar la circulación de los hombres y de las cosas entre Tchin y Tchan; hacer el transporte menos dispendioso, a fin de que el pueblo obtenga más baratos el te y los vestidos.

Pero Kouang estaba preparado. Había leído algunos números del periódico chino Monitor Industrial. Pidió permiso para contestar y después de tocar nueve veces el suelo con la frente, dijo:

- Señor, aspiráis reducir por la facilidad del transporte el precio de los objetos de consumo, para ponerlos al alcance del pueblo, y para ello principiáis por hacerle perder el trabajo que había hecho nacer la supresión del canal. Señor, en economía política eso es la baratura absoluta...
- Creo que hablas de memoria Kouang -dijo el emperador
- Es cierto -
y abriendo el periódico leyó - en economía política la baratura absoluta de los objetos de consumo no es más que una cuestión secundaria. La dificultad está en el equilibrio entre el precio del trabajo y el de los objetos necesarios a la vida. La abundancia del trabajo es la riqueza de las naciones, y el mejor sistema económico es el que les proporciona la mayor suma posible de trabajo. No importa si vale más pagar 4 u 8 monedas por una taza de té, 5 o 10 tales por una camisa; esas son puerilidades indignas de un espíritu serio. Nadie niega su proposición. La cuestión es saber si es mejor pagar un objeto más caro y tener por la abundancia y por el precio del trabajo más facilidad de adquirirlo; o bien si vale más empobrecer los gérmenes del trabajo, disminuir las masas de la producción nacional, transportar por caminos en actual servicio los objetos de consumo a un precio menor; es cierto, pero quitando al mismo tiempo a una parte de nuestros trabajadores la posibilidad de comprarlos, aún a esos precios disminuidos.

- No necesito diarios chinos para saber que crear obstáculos es llamar el trabajo de ese lado; pero esta no es mi misión - respondió el emperador - Ve, limpia el canal; después reformaremos la aduana.
Kouang se fue acomodándose la barba y exclamando:
- ¡Oh Fó! ¡oh Pé! ¡oh Lí! y todos los dioses monosílabos y circunflejos de Cathay; tened piedad del pueblo, porque nos ha venido un emperador de la escuela inglesa, y comprendo muy bien que antes de poco tiempo careceremos de todo, porque no tendremos ya necesidad de hacer nada.

FREDERIC BASTIAT (1801 - 1850)