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590 • CREMACIÓN HONÍRICA |
Miércoles, 20 de agosto de 2003 |
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Había sido su temor de siempre, su gran temor: Que lo
enterraran vivo. Consideraba que era lo mas horroroso que le podía pasar. Esa sola idea lo martirizaba. Pero la vida enseña que hay cosas peores, cosas impensadas, como lo que le estaba pasando en ese momento, en que comenzó a despertar lentamente y no sentía su cuerpo. No sentía las piernas, no podía moverse, y no lograba fijar las imágenes. Lo que lo aterró completamente fue darse cuenta que estaba paralizado, que solo notaba un olor a carne quemada que le llenaba su nariz, y en sus piernas un calor insoportable del que no se podía separar. Estaba clarísimo: ¡lo habían enterrado vivo y ahora estaban cremando el cuerpo!. Él recordaba bien que se lo había dicho a su
familia: Intentaba prepararse para soportar ese dolor que le corría bien dentro de sus huesos y ese olor a carne quemada (a su carne quemada) que le impedía respirar. Las luces cerca de su cuerpo resplandecían junto a un murmullo incomprensible y el olor, ese olor inmundo de carne quemándose le descomponía el estómago. No, no podría resistir el dolor. Solo pedía morirse pronto, bien pronto ¡por favor! morir pronto. - Si usted me lo permite, mi Coronel, este ya no siente nada
y falta poco para que sea finado. | |
SENÉN RODRÍGUEZ PERINI |