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487 DESAFÍO |
Martes, 22 de abril de 2003 |
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Al principio me causó sorpresa; luego me pareció cómico: el espejo adelantaba. Cuando me miraba en él, veía la imagen de lo que sucedería exactamente cinco minutos después. Algunas veces quise contradecirlo, pero no lo conseguí; ya sea por distraerme, por necesidad o por compulsión, siempre terminé reproduciendo con fidelidad lo anticipado. Parado frente a él, sentí que me desafiaba. Acepté el reto; lo miré, al mismo tiempo que pulsaba el cronómetro: me vi acostado, durmiendo. Transcurridos tres minutos sentí los párpados muy pesados; un sueño profundo me invadía. Con gran esfuerzo, abrí los ojos y empecé a caminar. A los cuatro minutos, además de la pesadez que se fue acentuando, la habitación comenzó a dar vueltas. Debí sentarme en la cama. Aumenté el esfuerzo, clavándome las uñas en los antebrazos hasta sentir dolor. No me ganaría. Medio minuto después, además de las crecientes sensaciones que me atrapaban, sentí una profunda opresión en el pecho. Aumenté la fuerza de las uñas contra mi piel hasta que comenzó a brotar la sangre. Faltaban cinco segundos para vencerlo. Comenzó a nublárseme la vista y creí que no podría aguantar el dolor que me ahogaba. Apenas pude distinguir cuando el cronómetro indicó los cinco minutos. Permanecía sentado en la cama. El espejo estalló haciéndose añicos. Al mismo tiempo algo también estallaba dentro de mí. Caí sobre la cama. Poco a poco, los fragmentos de mi ser fueron reagrupándose hasta conformar una imagen plana cautiva del espejo, semejante al cuerpo aparentemente dormido que ya no me pertenece. |
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ARIEL DÍAZ |