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392 • PERRO CELESTIAL |
Miércoles, 25 de diciembre de 2002 |
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No puede saberse lo que un hombre debe perder
por tener el valor de pisotear todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes
ha perdido por llegar a ser el hombre que se lo permite todo, que ha traducido en actos
sus pensamientos más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del
conocimiento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de
sinceridad y lucidez al mismo tiempo, de ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la
educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos. Un día un hombre le hizo entrar en una casa rícamente amueblada y le
dijo: Somos todos ridículamente prudentes y tímidos; el cinismo
no se aprende en la escuela. El orgullo, tampoco. Menipo, en su libro titulado La virtud de Diógenes, cuenta que fue hecho prisionero y vendido y
que le preguntaron qué sabía hacer. El hombre que se enfrentaba con Alejandro y con Platón, que se masturbaba en la plaza pública ("Plugiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no tener ya hambre"), el hombre del célebre tonel y de la famosa linterna, y que en su juventud fue falsificador de moneda (¿hay dignidad más hermosa para un cínico?), ¿qué experiencia debió tener de sus semejantes?... Ciertamente la de todos nosotros, pero con la diferencia de que el hombre fue el único tema de su reflexión y de su desprecio. Sin sufrir las falsificaciones de ninguna moral ni de ninguna metafísica, se dedicó a desnudarlo para mostrárlo mas despojado y más abominable que en las comedias y los apocalipsis. "Sócrates enloquecido",
le llamaba Platón. "Sócrates sincero", así
debía haberle llamado. El pensador que reflexiona sin ilusión sobre la realidad humana, si quiere permanecer en el interior del mundo y elimina la mística como escapatoria, desemboca en una visión en la que se mezclan la sabiduría, la amargura y la farsa; y, si escoge la plaza pública como espacio de su soledad, despliega su facundia burlándose de sus "semejantes" o paseando su asco, asco que hoy, con el cristianismo y la policía, no podríamos ya permitirnos. Dos mil años de sermones y de códigos han edulcorado nuestra hiel; por otra parte, en un mundo con prisas, ¿quién se detendría para responder a nuestras insolencias o para deleitarse con nuestros ladridos? Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro, prueba que en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en él la vanidad. ¡Qué monstruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honorable en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es, debe ser la tarea. Según Diógenes Laercio: en los juegos olímpicos, habiendo
proclamado el heraldo: Y, en efecto, los venció como ningún otro, con armas más temibles que las de los conquistadores; él, que no poseía más que una alforja, el menos propietario de los mendigos, verdadero santo de la risotada. Tenemos que agradecer el azar que le hizo nacer antes de la llegada de la Cruz. ¿Quién sabe si, injertada en su desapego, una malsana tentación de aventura extra-humana le hubiera inducido a llegar a ser un asceta cualquiera, canonizado más tarde y perdido en la masa de los bienaventurados y del calendario? Entonces es cuando se hubiera vuelto loco, él, el ser más profundamente normal, porque estaba alejado de toda enseñanza y toda doctrina. Fue el único que nos reveló el rostro repugnante del hombre. Los méritos del cinismo fueron empañados y pisoteados por una religión enemiga de la evidencia. Pero ha llegado el momento de oponer a las verdades del Hijo de Dios las de este perro celestial, como le llamó un poeta de su tiempo. |
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ÉMILE
MICHEL CIORAN - Filósofo rumano (1911-1995) |