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337 • VICEPRESIDENTES

 

Martes, 22 de octubre de 2002

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- De chico, ya sabía que iba a ser presidente.
Es común que este alarde de vocación precoz magistralmente satisfecha se repita entre quienes llegaron a gobernar la República. Sin embargo, una frase semejante jamás salió de boca de un vicepresidente: ¿Cuál de ellos hubiera admitido que ser el Número Dos fue el sueño de su vida? Más aún, se atribuye a razones de decoro y no a otras el respetuoso silencio que suelen guardar los vicepresidentes respecto de sus presuntas ilusiones presidenciales.

Durante el fervor de las temporadas de encumbramiento se supone que la fórmula se integra con quien aspira al segundo poder del Estado. Pero, pasada la elección, cuando el binomio elegido se arremanga para trabajar cada cual en lo suyo, reverdece la sentencia constitucional que había quedado disimulada por el entusiasmo proselitista: en la Argentina, el Poder Ejecutivo es unipersonal... Vaya paradoja.

Lo cierto es que el vicepresidente no ejerce un poder real, por más que sea el único funcionario constitucional con doble empleo, ya que además de suplente del jefe de Estado, es presidente nato del Senado. En este último, la Constitución le garantiza más honores que peso y le confiere un don de resonancias pontificias: si los senadores se traban en un empate, él vota. Sin embargo, no habla. No puede bajar del estrado, ni tampoco ocupar una banca para dar su opinión. Tarea que sí está habilitado para hacer el presidente provisional del Senado.

Si de poder efectivo se trata y no de protocolo, a menudo el gobernador de la provincia de Buenos Aires (y el ministro de Economía en la era moderna), eclipsan al vicepresidente, cuyo cargo gubernamental es el segundo en importancia ... pero en las formas. Y, tal vez, en las hipótesis más pesimistas sobre el presidente, que casi nunca son tema de una campaña electoral, no tanto por referirse a la renuncia, la invalidez o la destitución del candidato estelar como a su posible muerte.

- El vicepresidente es una pieza de repuesto -decía sin vueltas Domingo F. Sarmiento. Del carácter eventual de su poder dan cuenta media docena de vicepresidentes constitucionales, desde Carlos Pellegrini (1890) hasta Isabel Perón (1974), que devinieron presidentes: reemplazaron a dos presidentes que renunciaron, tres que fallecieron mientras gobernaban y uno que se quedó ciego. Si se considera que en ese lapso fueron elegidos 16 binomios, significa que los vicepresidentes llegaron a presidentes en algo más de la tercera parte de los casos.

Claro que otros vicepresidentes, como Adolfo Alsina (Sarmiento), Norberto Q. Costa (Roca), Elpidio González (Alvear), Carlos Perette (lllia), Víctor Martínez (Alfonsín) o Carlos Alvarez (De la Rua) apenas supieron de a ratos cuán mullido es el sillón de Rivadavia: únicamente cuando el presidente salía del país. Desde Salvador María del Carril, vicepresidente de la Confederación en tiempos de Urquiza, hasta Carlos Alvarez, 18 vicepresidentes constitucionales sólo hicieron guardia, sin asegurarse un busto en el salón de los presidentes de la Rosada.

En tanto, algunas dudas quedan en el aire: si da lo mismo que la vicepresidencia de la Nación quede vacante (total, llegado ese caso está el presidente provisional del Senado) ¿cuál es la razón de ser del cargo de vicepresidente? Por otra parte, si lo correcto fuera cubrir una eventual vacante mediante comicios, ¿cómo un presidente conviviría sin tensiones con un vice opositor? Por lo demás, no debería asombrar que en un siglo de inestabilidad política la sucesión institucional no haya tenido en el país un orden tan regular como en los Estados Unidos, donde se inspiraron los constituyentes argentinos que idearon los binomios políticos.


Basado en un artículo de revista VIVA