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303 • LA BABEL ISRAELÍ

 

Jueves, 12 de septiembre de 2002

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El sueño milenario del retorno a la tierra prometida no contaba con el efecto de la diáspora, que a lo largo de los siglos ha convertido al pueblo judío en una babélica sociedad de procedencias, idiomas, etnias y culturas muy dispares. Este intento de fabricar un Estado basado en el vínculo de la fe provoca un grave problema de identidad, una política nacional fraccionada en pequeños partidos y una dificultad añadida al proceso de paz: cómo aunar los intereses de colonos, askenazíes laicos, falashas, sefardíes ultraortodoxos, rusos…

Israel cuenta con menos de seis millones de habitantes y, aunque el 80,1% de la población es judía, hay más de un 14% de musulmanes (árabes que no abandonaron sus casas tras la proclamación del Estado de Israel), un 2,1% de cristianos y 1,7% de drusos y otros grupos étnico-religiosos.

Principales grupos sociales en Israel:

  • Askenazíes: Forman la élite del país. De habla yídish (variante del alemán) y de tendencia laicista, proceden de Europa central y oriental. Llegaron a Palestina a finales del siglo XIX y principios del XX. Liderados por David Ben Gurión, sentaron las bases del nuevo estado con ideas socializantes y tres pilares: el Partido Laborista, el sindicato Histadrut y la colonización rural a través de los kibutzs o cooperativas agrícolas. Sus hijos controlan hoy más del 30% de las exportaciones del país.
  • Sefardíes: Suponen un 60% de la población judía del mundo y son descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica hasta su expulsión por parte de los Reyes Católicos en 1492. Se caracterizan por su castellano antiguo o el ladino, y por su fidelidad a la tradición babilónica. Estos judíos llegaron a Israel en diversas épocas, de forma individual o en pequeños grupos, sobre todo de los Balcanes, países árabes, Marruecos y del norte de África. Actualmente, son terreno abonado para los ultraortodoxos del Shas.
  • Judíos rusos: Son los nuevos inmigrantes, llegados tras el hundimiento de la URSS y su número asciende a casi un millón. Aunque comparten con la élite sus orígenes europeos y su laicismo, son de ideología conservadora. Siguen hablando ruso y votan a sus propios partidos, como Israel con la inmigración e Israel Nuestra Casa.
  • Falashas o judíos etíopes: Forman una comunidad de unas 75.000 personas. Sufren el racismo de los demás grupos, la política los ignora y sus jefes tribales, los keyses, no son reconocidos por los rabinos. Fueron llevados a Israel en dos operaciones, Operación Moshé (unas 7.000 personas entre 1984 y 1985) y Operación Shlomó (14.300 en mayo 1991). Anteriormente y desde 1977, inmigraron por sus propios medios unos 6.000 etíopes. Con un deseo de integración tan fuerte como su nostalgia de África, forman el escalón más bajo de la sociedad judía, aunque por delante de las minorías no hebreas.
  • Palestinos israelíes: La mayoría es musulmán suní y constituye casi el 20% de la población, que se concentra sobre todo en Galilea. Son los palestinos que resistieron en sus casas cuando el grueso de la población huyó hacia los países del entorno. Se sienten ignorados por el proceso de paz, lo que ha fomentado su proceso de israelización, aunque en la actual Intifada se han manifestado en apoyo de sus hermanos palestinos. Los cuatro partidos que los representan son de izquierdas.
  • Cristianos: La gran mayoría es árabe y forma la segunda minoría no judía del país, con una población de unas 100.000 personas que habitan en Nazaret, Sheferam y Haifa.
  • Drusos: Son unas 80.000 personas que viven en una veintena de aldeas en el norte de Israel y que pertenecen a una secta del islam con autonomía cultural, social y religiosa. Tienen similitudes étnicas y religiosas con los drusos de Líbano y Siria. Son considerados ciudadanos de segunda clase, rara vez alcanzan puestos relevantes y sus hijos no llegan a la Universidad. A la hora de votar, prefieren a la derecha judía.

La Autoridad Nacional Palestina (ANP), con sede en Jericó, es la máxima instancia ejecutiva en los territorios autónomos, con las competencias propias de un gobierno local —educación, cultura, salud, bienestar social, impuestos y turismo—, incluida una policía. Sin embargo, no tiene jurisdicción en materias de defensa y de política exterior, que están en manos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).Presidida por Yasir Arafat desde el 20 de enero de 1996, se crea como resultado de la Declaración de Principios firmada el 13 de septiembre de 1993 entre Israel y OLP. Junto a la ANP, nace el Consejo Autónomo, una cámara con las atribuciones de un parlamento que consta de 88 miembros elegidos por sufragio directo en unos comicios en los que también se elige el presidente de la ANP, que designa al resto de los miembros de su gabinete.

La jurisdicción de la ANP abarca los territorios de Gaza y Cisjordania, aunque sus competencias varían entre la zona A —menos del 4% del total de Cisjordania y las ciudades de Gaza y Jericó, donde la ANP tiene poderes civiles y policiales— B —23% de Cisjordania, rige la autoridad civil palestina pero el Ejército israelí se encarga de la seguridad— y C —73% de Cisjordania, donde la ANP presta servicios sociales pero Israel mantiene el control total sobre la tierra, los recursos y la población—.

Se trata, en todo caso, de un gobierno provisional, a la espera de un acuerdo sobre el estatuto final de Palestina. En su corta vida, el balance que hacen los propios palestinos es bastante negativo, tanto por la dramática situación económica que se vive en los territorios autónomos como por la corrupción y la ineficacia con la que los ministros del rais —jefe— Arafat han gestionado los fondos recibidos la comunidad internacional.


De una nota original aparecida en el Diario El País de Madrid