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291 • DIA DE LA CREACIÓN

 

Martes, 27 de agosto de 2002

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Bush soldado El hecho de que las propuestas estilo Dornbusch sean cada vez más descarnadas está lejos de ser la locura de un chiflado suelto. En  The Economist, su director Bill Emmott describe la tentación norteamericana de reformular el mundo como si, igual que soñaba Harry Truman en 1945, estuviera presente en el Día de la Creación.

Esa presencia imaginada, y a menudo en pleno diseño, tiene, según The Economist, un escenario inmediato en Afganistán y otro en Irak. En ambos casos se trata de la construcción de países, obviamente luego de una invasión previa. La revista imagina una invasión de los Estados Unidos con la compañía exclusiva de los británicos, y quizás de los turcos, y una estadía posterior norteamericana necesaria para sostener al nuevo gobierno que se formaría después de la derrota de Saddam Hussein.

El informe del semanario también se pregunta si la Administración Bush seguirá la idea de Richard Haass, del Departamento de Estado, según la cual su país debe orientar la mayoría de sus políticas a lograr que los países se comprometan y participen más del flujo internacional de comercio y finanzas. Esta parte sería un modo de ayudar a los países a que se ayuden a sí mismos.

La revista no lo dice, pero se trataría de un costado internacional del “conservadorismo compasivo” que integra el cuerpo de ideas de George W., una forma de liberalismo salvaje en el que el “compasivo” termina convirtiéndose en un adjetivo vacío frente a la portentosa fuerza del sustantivo. Lo que sí señala el director de The Economist con sagacidad es que la construcción de Estados al estilo de Afganistán y, luego de Irak, no es lo que más costará a Washington. El costo mayor estará en la liberalización real del comercio, sobre todo si se tienen en cuenta decisiones como la última ley de Seguridad Agraria, que regaló subsidios por 170 mil millones de dólares a los granjeros norteamericanos para asegurar la victoria republicana en las elecciones legislativas de noviembre próximo.

En cualquier caso, con la administración Bush está reforzada como nunca la idea de que los compromisos internacionales, y ni que hablar si son multilaterales, atan las manos de la única superpotencia que quedó después de la caída soviética. Por eso el rechazo a firmar convenciones como la que creó el Tribunal Penal Internacional o el combate al protocolo de Kyoto sobre medio ambiente.

Si este el mundo que imagina Bush como si hoy fuera el primer día de la Creación, no debería extrañar a nadie la política que se deduce hacia América latina, o hacia la Argentina y Brasil: arréglense, pero arréglense sin dinero fresco y de acuerdo a mis normas.

Con Otto Reich el gobierno argentino podrá testear esa estrategia por default, como en los programas de computadora, de la Casa Blanca hacia la Casa Rosada. Reich es recibido por el presidente Duhalde y por el canciller Carlos Ruckauf. En verdad, se trata solo del subsecretario para Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado. En México no consigue entrevistarse ni con el canciller Jorge Castañeda, y menos con el presidente Vicente Fox, pero aquí se lo recibe con toda la pompa porque es el mismo funcionario que dijo, poco tiempo atrás, que los políticos argentinos no deben recibir ayuda del exterior porque “el dinero se hace humo”. Reich es un ultraderechista. Un hombre sincero. Como Dornbusch, pero en funciones de gobierno


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