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202 • EMPIEZO A PERMITIRME SENTIR |
Miércoles, 24 de abril de 2002 |
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Sara Méndez trata de despojarse de su racionalidad, de lo
que ella dice fueron las barreras de defensa que formó a través de los casi
26 años en los que buscó a su hijo: - La gente me pregunta `¿qué sentiste?` Pero mis sentimientos estaban tan
tapiados, de a poco se van abriendo compuertas y empiezo a permitirme sentir. Hace tres sábados Sara recibió un llamado de Margarita
Michelini, una de sus compañeras de cautiverio durante las dictaduras argentina y
uruguaya. La mujer le dijo que su hermano Rafael quería hablarle y ella supo que se
trataba de algo importante. El hombre viaja seguido a Buenos Aires para investigar el
asesinato de su padre en esta ciudad en 1976, y también indagaba sobre Simón. Se
encontraron al día siguiente y Sara supo que su hijo estaba cerca, que sólo faltaban los
análisis genéticos para confirmarlo. Pocas horas más tarde un joven de 25 años se
enteraba que era adoptado y que su biológica mamá estaba viva en Montevideo, que los
habían separado cuando a ella la secuestraron y que lo habían estado buscando sin
cansancio. Para él los desaparecidos eran un tema lejano, ajeno. Y sin embargo había
estado desaparecido durante veinticinco años, desde que fue dejado en la clínica Norte
por un grupo de tareas formado por militares argentinos y uruguayos (dentro de lo que se
conoció como Plan Cóndor) y un policía y su mujer decidieron criarlo como su hijo. - Trabaja, estudia, tiene planes de
casarse. Es una persona muy afectiva de una gran sensibilidad. Sé que está en la
facultad, pero no qué hace. Le gusta el fútbol, es hincha de River y le gusta jugar. En
estos días lo ha estado haciendo como forma de canalizar toda la inquietud que tenía.
También es muy introvertido y callado, según nos decía su novia -cuenta Sara. - Siempre pensé que el nombre de pila
que tiene ahora es intocable porque es muy fuerte modificar el nombre con el que se ha
reconocido y tiene su historia. Lo otro será el día que lo quiera, que lo vea necesario.
La gran ventaja que tiene encontrar a los chicos en este momento es que son adultos y que
por lo tanto tienen otra independencia, no solamente de vida, sino también de cabeza. Y
creo que nosotros aprendimos de otros familiares que pasaron por estas situaciones. De
cosas que a veces no fueron bien hechas y hubo quereconocerlas, o de otras insistencias
que fueron muy bien hechas y que dieron sus resultados aunque podían crear conflicto
-dice Sara. - A una le vienen esos sentimientos de culpa.... Es decir, si estaba tan a flor de piel ¿qué hicimos tan mal que no lo encontramos antes? -Sara pregunta pero sabe que la responsabilidad de su separación con su hijo es de quienes la secuestraron. Y no puede evitar hacer memoria de las distintas etapas atravesadas durante estos 26 años: - Yo estuve prisionera cinco años y cuando salí estuve bajo libertad vigilada. La búsqueda en primera instancia fue hecha por mi padre, mis hermanos, ayudados por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y gente que conocía en el país. Recuerdo que en la cárcel yo insistía en las casas cunas, en los hospitales, las Iglesias, los lugares en donde en general se pueden abandonar niños. Todo eso fue rastreado. Cuando yo me incorporo a la búsqueda las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo ya recibían información, me incorporo a grandes biblioratos con denuncias. Hasta que en 1986 aparece el dato de Uruguay que nos paralizó la búsqueda. Durante quince años Sara creyó que su hijo era un chico que vivía en Montevideo anotado como Gerardo Vázquez. El rechazo de la justicia uruguaya le impidió, hasta el año 2000, saber que su presunción no era cierta. La mujer recuerda que las primeras pesquisas estaban encaminadas a buscar chicos pelirrojitos porque así era la pelusa de Simón en sus primeros días y así era la familia de Mauricio Gatti, el papá de su hijo, que murió antes de poder encontrarlo. - Me acuerdo que Chicha Mariani (ex
presidenta de Abuelas) me dijo que una señora en la plaza le había dado un papelito que
era de un chiquito que había sido adoptado y era un pelirrojito. Ese papelito lo había
guardado en una latita que sepultaba en el fondo de su casa, como toda la información. |
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VICTORIA
GINZBERG |